
Me desperté a las cinco de la mañana y no volví a dormirme. A las nueve había quedado un taxista en venir a recogerme para llevarme a La Habana. Era un taxista de confianza de la dueña de la casa a la que conocí ayer noche, acababa de regresar de La Habana, no tenía nada que ver con la mujer que me atendió hasta ahora, la que se había puesto a bailar de alegría cuando acepté quedarme con el cuarto. La dueña no era tan expresiva pero era igual de amable, lo que más las diferenciaba era la manera de comportarse. La dueña tenía un trato más cultivado; quiero decir, estaba más educada en el trato social, se expresaba mejor, con un tono y modos más moderados. Son diferencias, que, a lo mejor, marca el carácter; pero también es probable que obedezca, al menos en las dos primeras generaciones de la revolución, a la educación familiar recibida.
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