
Estuve en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”. A las nueve de la mañana unas veinte personas aguardaban delante de la puerta a que abrieran. Le pregunté al hombre uniformado que estaba sentado en una silla junto a la puerta, a qué hora abrían y si se adquirían allí las entradas. Era muy delgado y alto, mayor y cargado de hombros, y muy amable. Abren a las nueve y media pero no todos los días hay entradas, me dijo y me quedé perplejo. ¿No tienen entradas todos los días? Le pregunté extrañado. No, no hay entradas todos los días, respondió. Y como me debió ver muy desconcertado trató de aclarármelo: Mire usted, unos días tienen y otros no. ¿Y usted no me puede decir si hoy hay entradas? Pues no, porque yo soy el de seguridad; pero a las nueve y media alguien se asomará por la puerta y lo dirá. Es Cuba, me dije y me fui a ver si desayunaba algo.

No me quedé en el bar de la esquina, en el mismo edificio, porque los desayunos eran continentales, de esos de huevos fritos con beicon, tostadas, café y jugos de frutas. Crucé la calle y en los bajos del antiguo cine busqué un pan con perro. No había ni en el de la esquina ni en el que hay unos metros más allá, hacia el Hotel Saratoga. Desistí del pan con perro. Y como no había ningún otro puesto de comida, me incliné en este último por unos fritos de masa que le llamaban cangrejos, la alternativa eran unas hamburguesas. Me llevé el desayuno al parque Central y allí me los comí sentado en un banco tratando de averiguar qué era lo que me estaba comiendo. La masa tenía azúcar, pero no fui capaz de identificar un brevísimo churrete rojo que brotó al reventar el frito con el primer mordisco. Fue con el último bocado del último frito cuando supe que me había comido tres fritos de dulce de guayaba. También supe en ese momento que no iba a tener ganas de comer en las próximas seis o siete horas.

Faltaban unos minutos para la media y volví a la cola para entrar en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”. El hombre amable de seguridad estaba hablando por señas con los del interior, supongo que para poder decirnos algo a las quince o veinte personas que estábamos en la cola. Tuvieron que dar las nueve y media para que una mujer, bajita y redonda, saliera a la puerta a decir las fechas en que habría entradas y como no entendí las dos primeras fechas, me acerqué a ver si me las podía repetir. Por favor me podría decir cual es el próximo día en que se puede visitar el teatro. ¿Usted viene a visitar el teatro? Si, claro. Pues pase, pase.
Las entradas que solo se ponían a la venta determinados días, eran para el festival Internacional del Ballet Nacional “Alicia Alonso” que se iba a celebrar del 28 al 6 de noviembre.

Entraron detrás de mi dos abuelas inglesas y nos repartimos las guías. Para ellas la que hablaba inglés y para mi la de los hispanos que me echó el rollo en el mismo tono monocorde que acostumbran a soltar todos los guías de todas partes. Y como íbamos solos y me aburría, también yo le conté lo que sabía del teatro, y le hablé del acaudalado catalán Francisco Marty y Torrens que había pagado su construcción, pero que en realidad era un potente contrabandista que estaba conchabado con el Gobernador de Cuba, el Capitán General Miguel Tacón y Rosique. Y le conté como se habían conocido y de los escándalos de corrupción entonces existentes en los que participaba también la Reina Regente de España a la que se le daba una cantidad por cada “saco de carbón” que se traía de África.

Del teatro me dio algunos datos de su historia, de cuándo, por cuanto lo compraron las sociedades gallegas de La Habana, y cuanto dinero se gastaron en la construcción del edificio actual que ,ocupando toda la manzana, introdujo el Teatro en la obra uniéndolo por su interior, pero manteniéndolo diferenciado por el exterior, como puede observarse en la antigua maqueta que está expuesta en algún lugar de edificio. También me contó que con la revolución pasa a llamarse Gran Teatro de La Habana y que, posteriormente, en un aniversario del asesinato de Federico García Lorca pasa a llevar el nombre del poeta, hasta que pasa a llamarse definitivamente ( eso lo dirá el tiempo, pienso) Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”.

Y fue prolífica en cuanto a su descripción dándome el número de butacas, antes y después de la restauración, en que se habían reducido de 1.500 a 1.200, creo; de la araña de cristal de Bohemia que colgaba del techo, en el centro de un rosetón pintado por un español, que era la más grande de no sé dónde y que medía 3 metros de diámetro, que no era la original, que se desplomó en un momento en que estaba el patio vacío porque estaban de limpieza; y de cómo se dividían las localidades teniendo en cuenta la planta en que se encontraban y diciéndome que la última se le llamaba vulgarmente el gallinero o el paraíso. Le conté lo que se decía en Santiago, con la misma brevedad con que os lo cuento, que en la proyección de la película Rey de Reyes, cuando Jesús le promete al buen ladrón que esa noche estaría con él en el paraíso, se oyó una voz que decía desde lo alto de la sala, “Aquí ya no cabe ni Dios.” Respecto al foso de la orquesta, me dijo que en él cabían 100 músicos si no se necesitaba un piano de cola, si se necesitase solo podrían estar 84.. y respecto a los grandes intérpretes que habían pasado por allí, citó entre ellos a Enrico Caruso, Pau Casals y Andrés Segovia; pero se olvidó de contarme que, en su momento, por su sonoridad se la consideraba como una de las mejores salas del mundo junto a la Opera de Viena y a la Scala de Milán. Tampoco yo se lo dije.

Dejamos el teatro y fuimos a visitar las dependencias de la primera planta donde llama la atención un gran salón en L, que mide algo más de 2.000 metros cuadrados, que yo ya conocía de mi anterior visita al edificio, en el que había entrado por la puerta del Centro gallego, que es una puerta abierta en la fachada lateral que da al Capitolio, que viene a ser algo así como la puerta de servicio.

En uno de los extremos de este gran salón había una exposición del pintor Nelson Domínguez, “Mi amiga Alicia” en la que expone solo cuadros y esculturas dedicadas a su admirada amiga Alicia Alonso. En el mural que cierra la exposición está escrito un texto, me imagino que extraído del catálogo de la exposición, que no he visto, en el que Nelson Domínguez cuenta que “…Me bautizó un día como “EL AMIGO” para orgullo mío (…) Entonces supe que ella para ver no necesitaba de sus ojos”.

Alicia Alonso se quedó ciega a los 19 años pero siguió actuando hasta los 75 años en que realizó su última actuación sin dejar nunca de ser extraordinaria. Es por eso, por su grandeza como persona y artista por lo que es reconocida y lleva su nombre el que fue el Centro Gallego de La Habana y Gran Teatro de La Habana.
La anécdota de la visita se produjo cuando la guía, a cierta distancia, me señaló las dependencias del centro gallego. Entremos, le dije. No, no nos está permitido el paso, me respondió. A mi no, le dije temiendo que me echaran fuera, y la invité a pasar. No quiso, se quedó en la puerta. La secretaria estaba junto a otras dos mujeres atendiendo en una mesa a unas viejecitas que entraban a firmar algo o a entregar unos papeles. Las vi tan atareadas que no les dije más que iba a hacer unas fotos a retratar a un gaiteiro de escayola, que no sé si llegó a ser de bronce, que me recordó a Antonio Rosón, el inteligente y entrañable abogado de Becerreá, que fue el primer presidente de la Xunta de Galicia en la preautonomía. Al salir le conté a la guía lo que había contado Félix Sautier, el que fue director de Juventud Rebelde, en los primeros años tras el triunfo de la revolución. El Centro Gallego fue la única sociedad que la revolución permitió seguir activa, tenían mucha fuerza los gallegos, me contó. No le contesté, pero podría haberle dicho que le permitieron continuar con la actividad, acotada solo en unas dependencias de las muchas del impresionante edificio, ni que le habían nacionalizado la caja de ahorros, el hospital, el teatro, y los restaurantes y los bares.

Visité también al presidente del Centro que a sus 87 años sigue sin faltar a su despacho. No le reconocí al entrar, por parecerme mucho más delgado y enclenque, hasta que se levantó y me demostró que estaba tan ágil como yo y mucho más fuerte. El presidente es de Becerreá, aunque él dice siempre que es de Lugo, como todos los de esta proivincia. Y me contó de nuevo la anécdota de Antonio Rosón y de cómo defendió, en los años 40, al que era Gobernador Civil de Lugo, al que el Fiscal acusaba de no haber dado de baja las cartillas de racionamiento de los muertos de la provincia para apropiarse de los alimentos que le correspondían y venderlos en el mercado negro. La duda que se tenía sobre la pena que le iban a imponer estaba en si le condenarían a cadena perpetua o a pena de muerte. Antonio Rosón, en el juicio, en vez de declarar la inocencia del Gobernador, pidió para él un total de 335 años de cárcel, considerando los años de pena máxima que correspondía por cada uno de los delitos cometidos. La propuesta resultó una gran sorpresa para los jueces y para la fiscalía que acabaron aceptando la descabellada propuesta del abogado defensor. La familia le insultó, pero el gobernador Civil, un mes más tarde, estaba en la calle después de haber pagado un millón de pesetas de las de entonces, por acceder a la libertad condicional. Era muy listo Don Antonio Rosón, me dijo el presidente, al que no le entendí el razonamiento de porqué el Gobernador tuvo acceso a la libertad bajo fianza que explicaba todo el asunto. Y cuando iba a empezar con otra historia, la guía, asomando la cabeza por la puerta, dijo que se le había acabado el tiempo y que tenía que irse y aproveché para decir que a mi también se me había acabado el mío. No, usted quédese. No puedo, no puedo que me están esperando en la puerta. Y nos fuimos.
Bajando ya, la guía me preguntó si había visto la caja fuerte en el despacho del presidente. Si, es muy bonita, le respondí, es de las de hace cien años. Y aprovechó para contarme lo que me contaron la primera vez que entré en aquel despacho, que en ella se guarda la partitura original del himno gallego que aquí, en este teatro se interpretó por primera vez el himno de Galicia. La dejé hablar. Y no le dije que sospechaba que era lo único que guardaba aquella caja fuerte.

Me hizo gracia que, ya al final del circuito turístico, cuando bajábamos las escalinatas en cuyo centro está la figura de Alicia Alonso, bajo el escudo de Galicia, la guía me preguntó si quería ver los cuartos de baño. Y me pareció una propuesta muy adecuada en La Habana donde encontrar uno es, en ocasiones, una proeza. Sin embargo, le pregunté ¿Por qué? ¿Son extraordinarios? No, me dijo pero es una propuesta con la que acabamos siempre y todo el mundo los visita. No me extraña y me fui allá, más por prevenir que por necesidad.
Ya en la puerta nos besamos como se besan los cubanos, solo un beso, mejilla con mejilla, y me fui a disfrutar del día.





















