
Volví por el Bodegón Theodoro, esa taberna antigua que está en la calle de San Lázaro, a doscientos metros de la Universidad. Donde, al parecer, Fidel Castro solía bajar a tomar algo cuando era estudiante universitario. Allí había estado hace unos días comiéndome un pan con lechón de desayuno. Pero hoy, como iba sobrado de tiempo, me detuve con la intención de saber quién era el autor del cuadro que está colgado cerca de la barra y del que me llevé una foto el otro día. Ninguna de las dos mujeres que estaban allí supieron decírmelo. Ni quién era el pintor ni quien era Theodoro cuyo nombre lleva el bodegón. Pero me contaron lo de las visitas de Fidel siendo estudiante.

Viendo que junto a la mesa en la que las dos mujeres despachaban sus asuntos había un comedor, di por supuesto que servían comidas; pero me equivoqué en parte, aquel comedor era solo para los jubilados a los que se les había reconocido la necesidad de ayuda. Había cuadro mesas, así que intuí que conseguir ayuda debe de ser difícil.

El lugar se mantenía como hace sesenta años, parecía una cueva que no alegraban los cuadros que en tonos oscuros estaban por todas paredes.
No tardé en irme, dejé a las mujeres desempaquetando dos grandes bocadillos de jamón rebosantes de mostaza. La delgada y alta me dijo que cuando volviera le trajera un juguete para su hijo, le dije que sí, que si me acordaba se lo traería. Ah! soltó como ocurrencia de último momento, y si sabe de alguien que nos quiera hacer españolas pues nos lo dice. Ni pregunté por la fórmula con que se hacen españolas a dos cubanas, aunque con una de ellas creo que habría algunos españoles deseosos de intentar encontrarla.

Me fui a internet. El lugar más cómodo para mi es el Habana Libre pero antes de entrar me paseé por las galerías comerciales que están en la parte de atrás del hotel, donde está la farmacia para extranjeros, a la que suelen acudir los cubanos en busca de los medicamentos que no sirven en sus farmacias.

Casi enfrente de la botica me detuve a preguntar por los precios de las bicicletas. Oscilan entre los 210 y los 280 euros. No se ven muchas bicicletas en la Habana a pesar de que es una ciudad con muy pocas cuestas y las que hay tienen poca pendiente. El precio y el calor serán las causas que frenan que la bicicleta se haya popularizado más. Me dijeron que tras el desmoronamiento de la URRSS, que sumió a Cuba en una depresión de hambre y robos, proliferaron las bicicletas en la Habana pero que ahora están casi desaparecidas. Aunque no en los pueblos del rural que conocí.

Tengo pendiente un viaje a Cienfuegos que no acabo de emprender. Había pensado irme el lunes, pero lo fui dejando y cada día me da más pereza. No hay viajes organizados por lo que tengo que ir por mi cuenta y ahí solo tengo dos opciones, a los autobuses de la línea Viazul o los taxis compartidos. En los autobuses tardaré cuatro horas y una hora u hora y media menos en los taxis. Si no me voy este sábado me iré el lunes o el martes sin falta.

Para esta tarde tenía previsto acudir a un partido el béisbol que no llegó a celebrarse. El béisbol, la pelota como le llaman aquí, fue hasta muy poco el deporte que mayor interés despertaba en la sociedad cubana. En la actualidad es el futbol. Me dijeron en la calle que el béisbol es el deporte preferido por las autoridades, pero la gente en general prefiere el fútbol porque es más cómodo, se puede jugar en cualquier parte. Dicen que la mitad de los cubanos son del Real Madrid y la otra mitad del Barcelona. Y es posible, aunque parece que se ven más camisetas y banderas del equipo catalán.

Sustituí el partido de béisbol por una siesta larga al fresco de mi aire acondicionado y por un paseo al atardecer por el Malecón para recibir la brisa y el olor del mar que estaba bravo.
Fue un paseo tranquilo desde la plaza que se abre frente al Hospital Hermanos Ameijeiras hasta el cruce de línea. Lo di con calma. Por el tiempo que me llevó fue como si hubiera dado un paso a cada ola. Iba a escribir al compás de las olas; pero entonces tenía que haber caminado bambaleándome y con fuerza, porque el mar estaba picado. Como siempre me entretuvieron las fotos. Las que le hice, entre otras a una pareja de músicos que buscaban a quien cantarle un bolero, a un vendedor de uvas, a unos pescadores, imagen inevitable en El Malecón de La Habana, a tres chicas picaronas y divertidas y a la noche subiendo el escarpado cierre del Hotel Nacional.

Hoy hice triplete en el Biky, desayuné un jugo de frutabomba, comí un bocata de pollo y cené unas puntitas de solomillo en compañía de Bernie Gunther, que esta noche andaba muy apurado por las calles de Viena, de aquella Viena de postguerra todavía bajo el control de los ivanes. (Philip Kerr, Unos por otros.)




























