
Tuve que escaparme de La Habana Vieja. Había previsto subirme al edificio Gómez Vila para entrar en la Cámara Oscura y ver la Habana en una paellera, pero el calor se me hizo insoportable. Eran las nueve y media de la mañana cuando dejé de encontrarme bien. Había caminado algo más de una hora con paradas en un chiringuito de la calle Obispo para un desayuno de jugo natural de mango y bocata de jamón (15 pesos/70 cts. de dólar) y en el lobby del hotel Ambos Mundos porque ya el calor me echaba de la calle. Aquí, en el hotel, me tomé una Coca Cola pequeña por la que pagué 3.50 dólares.

Fue en La Plaza Vieja, a la puerta del edificio de la Cámara Oscura cuando temí una bajada de tensión, una deshidratación, un mareo, una muerte súbita. Atravesé la plaza, abarrotada de niños en su clase de educación física, buscando un bar con aire acondicionado. No había. Busqué el Malecón por la calle Oficios y recalé en la Plaza de San Francisco, entré en la antigua iglesia, hoy auditorio con concierto programado para este fin de semana, pero no corría el aire en su interior que estaba oscuro como una cueva. Acabé metiéndome en el Hotel del Marqués de San Felipe. No había aire ,pero en un sillón que estaba entre la puerta y el bar estuve atrapando todo el que entraba desde la bahía, que enfrente está la terminal del ferry Sierra Maestra. Suspiraba por el Hotel Habana Libre y el aire congelado de su cafetería exterior. Me aseguré de que no me iba de esta y volví a la calle.

La única forma de alcanzar con vida el Hotel Habana Libre era coger un taxi; pero contagiado por Nuestro Hombre en La Habana, me resulta imposible pagar 250 pesos por lo que un almendrón me cobra 10. Pero los almendrones estaban a 15 minutos andando, en la esquina del Hotel Telégrafo a la calle Neptuno, en el Paseo Martí. Me puse a prueba y me eché a andar.

Por la mañanita, cuando decidí acercarme a la Plaza Vieja, le pregunté a dos bici/taxi cuento me cobraban por llevarme hasta el parque Central, que está a mitad de camino y que es donde termina su ruta. 5 dólares, me dijeron y me marché espantado porque sabía que el precio para los cubanos era de un dólar. En las dos ocasiones, al ver que me iba me gritaron para el regateo. Pero no quise. Me resulta demasiado violento que con este calor me lleve un hombre pedaleando. Me pongo en su lugar.

Alcanzo la calle Obispo por la de los Oficios, atravieso por delante del Hotel Manzana, cruzo y me detengo a hacerle una foto, una más, a los conductores de los coches para turistas que están aparcados en el Parque Central, camino el parque, alcanzo el Paseo Martí y ya en el comienzo de la calle Neptuno paro el primer almendrón que pasa. Está vacío, pero detrás de mi se suben dos mujeres españolas que le preguntan a donde las puede llevar y se aseguran de que el viaje sea solo por diez pesos cada una. Van a Playa que allí vive una amiga a la que van a ver. Vienen solo por una semana, viven en Centro Habana y les parece muy poco tiempo para conocer La Habana. Es todo lo que hablamos porque tras estas frases entran dos personas más en el almendrón y yo, que me senté delante, ya no tengo espacio para girarme para hablar con ellas.

En la Cafetería del Habana Libre solo hay una mesa libre, la mejor, la que está junto al ventanal que da a la 23, desde donde mejor se coge internet. Pido un jugo grande de guayaba y me siento celebrando la conquista, la de haber alcanzado el oasis

Recuperada la normalidad reviso las fotos hechas hasta el momento. Hoy, para empezar el día, no fotografíe las terrazas que se ven desde mi casa, con sus depósitos de agua, sus hierros y sus escombros. En el patio de atrás, en el patio de manzana, al fondo hay un espacio encementado que es el patio de un colegio, hoy estaba abarrotado de niños armando más jolgorio que una bandada de estorninos. Estaban allí en acto de lo que en nuestro tiempo, tiempo de Franco (inevitables las comparacione aunque sean mundos tan diferentess) se llamaba exaltación del espíritu nacional.

Cuando andaba por los diez años me llevaron, junto al resto de los niños de la clase, a la Plaza de la Quintana y delante del memorial de José Antonio, que está en la fachada del Convento de San Pelayo, el profesor de la asignatura de Educación del Espíritu Nacional, que se llamaba Bermúdez Coira, usaba peluquín y al que no obedecíamos nunca, ni siquiera el día que llevaba pistola y la ponía encima de su mesa, pronunció un discurso que acabó con el grito enaltecido de: España! Ante nuestro desconcierto el profesor se respondió asimismo, Una! y acontinuación voy a repetir el grito: España, y, por pura lógica, contestamos de inmediato, Dos! y a la tercera, Tres! Y no pasó nada. Nos volvimos al colegio convencidos de que habíamos asistido a una clase más de aquel señor tan tonto.

Hoy los niños del colegio de nuestro patio de manzana estaban allí con sus profesores para celebrar el inicio de las revueltas por la independencia de Cuba. Tenían que haberlo celebrado ayer, que se cumplieron los 150 años, pero ayer no hubo clase que era festivo. Así que esta mañana salieron al patio junto a sus profesores, formaron en filas, como formábamos nosotros en el patio para subir a las clases, izaron la bandera de Cuba junto a cuyo mástil se situaron cinco niños de distintas edades, y cuando un señor, que llevaba un abanico con el que no cesaba de darse aire, quiso empezó a hablarles y cuando creí que había terminado el acto, uno de los escolares que estaba junto al mástil con la bandera de Cuba, dio un paso adelante y pronunció unas palabras. Después, el hombre del abanico volvió a hablar hasta que cedió la voz a otro de los escolares que presidían el acto. Entonces me cansé, cerré las ventanas, corrí las cortinas para que no abrase el sol la casa y me quedé sin escuchar los vivas que seguro que se gritaron al final.

Qué antigua me pareció la ceremonia. Que trasnochado me parece todo el sistema de comunicación ya sea de principios o de valores empleados por el sistema, desde Granma a estos actos escolares. Podían modernizarse un poco, que la sociedad va muy por delante. En la misma televisión cubana pueden verse películas de Hollywood, tan propagandísticas de la vida norteamericana, y en la calle hay puestos en los que facilitan todas las temporadas de las series a las que nosotros tenemos acceso.

Ya en primer viaje me llamó la atención la cantidad de personas que llevan la bandera de Estados Unidos estampada en sus ropas. Son siempre la gente menos culta y con menos poder económico ( también aquí se notan diferencias) los que la llevan. Entonces lo tomé como un efecto de la visita del Presidente Obama que tanto bien prometía para Cuba, empezando por el turismo que se multiplicó el primer año; sin embargo después de las disposiciones de Trump desmantelando todo lo hecho por su antecesor las. ropas con la bandera norteamericana no han disminuido. Es posible que sea una manera de protestar, pero es seguro que de ese modo se sienten identificados con el país que admiran sin conocerlo, donde ellos serían los parias, los marginados, los indigentes, los mendigos sin un estado que les protegiese con su cartilla de racionamiento, su sanidad, su educación. Te llaman amigo del gobierno, para ellos igual a mentiroso, cuando les dices que allí la sanidad no es gratuita y la mejor educación siempre es privada.

Ayer, a ellos y a los que están detrás influenciándoles se refirió el presidente Cubano, Díaz-Canel, en el discurso que pronunció con motivo de los 150 años de la insurrección por una Cuba independiente, cuando habló de los desafíos que tiene el país: “Un asedio imperial desde afuera y una vocación anexionista de unos pocos desde dentro, de los que no creen que la Patria pueda levantarse con sus propias fuerzas”, recetando como única solución la unidad.

Soy de los que cuando escucha la palabra patria se ponen en guardia, como si acechara un peligro. Pero me resulta difícil no simpatizar con este pueblo. el sistema lo mantienen en pie los que trabajan en las fábricas, en la educación, en la sanidad, en la administración, cobrando muchísimo menos, hasta un diez o veinte por ciento de lo que cobran los que optan por ser camareros, taxistas, porteros de restaurantes, etc. La vida se hace difícil en Cuba, el bloqueo de EE.UU. se siente en todo. Son brutales las presiones para que fracase la experiencia cubana de vivir al margen del sistema capitalista. Hay noches en que uno piensa que no debe de valer la pena tanto esfuerzo, que Cuba ya no es vanguardia de nada, que su lucha no es de este siglo y que tiene los años contados. Las noches siempre son depresivas. Me sobra un rayo de sol para levantar el ánimo y ahuyentar la derrota y mirar la experiencia cubana con simpatía y valorar como ejemplo de resistencia y de esfuerzo su negativa a rendirse al capitalismo, hoy ya un desaforado neoliberalismo que está destruyendo incluso nuestro mundo en el que funcionaba más bien que mal el Estado de Bienestar.

Oscurece ya, crecen las sombras y ceso en mis divagaciones. Corro a cenar. Seguro que hoy buscamos el fresco paseando El Malecón. Después nos iremos a casa.






