
Llueve. Es lo primero de lo que tomo conciencia cuando me despierto. Uno no viene a La Habana para ver llover y mucho menos para mojarse. No estoy preparado para salir a la calle con este tiempo y quedarme en casa no entra en mis posibilidades. Antes resfriado. Así que espero. La lluvia no cesa. Es menuda pero persistente. Salgo igual.

Desisto de las sandalias y me calzo unos tenis con calcetines cortos, de esos que asoman sobre el tobillo. (una vez escuché a un chico que se había acostado con un hombre tan viejo que llevaba calcetines largos). Trato de alcanzar el Hotel Habana Libre yendo por la calle San Rafael para aprovechar los soportales de la Avenida Infanta. Pero de ellos me echa el mal olor que me obliga a cambiar de mano. Callejeo, subo por Neptuno hacia la Universidad, cruzo San Lázaro y bajo por la calle L. Me mojé, pero a cubierto y con el calor que hace pronto estaré seco.

En el camino pregunté dos veces en dónde podría comprarme un paraguas, pero nadie supo decirme algo. Es un utensilio raro. Ya en los bajos del Habana Libre me meto en una tienda de recuerdos y ropa para turistas y pregunto si los tienen. Si, un momento, me dicen y espero a que la mujer que me atendió vuelva de la trastienda. Me ofrece uno blanco automático por 18 dólares. Está bien, pero me resulta un poco pequeño para taparme y proteger también la mochila. Tengo uno más grande, pero es de color rosa, me advierte la dependienta, no creo que lo quiera. Pues sí, le miento, me encanta el rosa.

Desayuno en la cafetería exterior del hotel con vistas al cine Yara. Cuando termino me doy cuenta que ya no llueve, se ha levantado un viento que hace temblar las hojas de los árboles y va secando las calles. Conecto el wifi y miro en el móvil, el cielo va a estar cubierto toda la semana pero no se anuncian lluvias. No me he comprado un paraguas, me he comprado un artilugio que ahuyenta la lluvia.

Hoy he pensado ir de compras. Bueno, lo ha decidido Nuestro Hombre en la Habana que no ve conveniente que comamos todos los días fuera. Me quejo en vano. Me entrega una copia que hizo ayer noche mientras nos tomábamos una pizza en el Biky. De hecho la nota está sobre una página del menú del restaurante en la que vienen los platos “principales”. Busco el más caro, Grillada Campestre (lomo ahumado,pollo, res y cerdo)….. 16 dólares y el más barato: el Lomo de Cerdo Ahumado con Salsa Agridulce… 4.00 dólares, como el escalope de lomo de cerdo. Un poco más caro, por 4,50 dólares está el Pollo Grillé. Los productos del mar, oscilan entre los 10 dólares de los Camarones del Golfo (Grillé, Enchilado o al Ajillo) y los 12 del Filete Canciller (Filete de Pescado empanado, relleno de Jamón y Queso). Un gran lugar el Biky, buen servicio e insuperable en calidad precio.

Me llama Nuestro Hombre en La Habana para que quedemos a comer en el 860 de la calle Neptuno. Ese si que es un buen restaurante cubano para comer. Son limpios, la comida está bien hecha y el precio es de los que por 5 dólares comen dos. Me parece genial, le digo y no me atrevo a proponerle que nos olvidemos de comer en casa. Probablemente en la comida le recuerde que la otra vez que estuve en la Habana se nos pudrieron varias cosas en la nevera. Cuando cierro el móvil se me ocurre aprovechar que estoy en el Habana Libre para pasarme por la agencia de viajes de Cubatur, que tiene oficina junto a recepción, a preguntar por un viaje a Viñales. Lo haré antes de irme, me digo. Y decido abrir internet para confeccionarme una agenda para esta semana.

Hice una larga lista de museos, el Nacional de Artes, el de Lezama Lima, el Colonial, el de la Música, etc, etc. De todos, hay dos lugares que me apetecen y no quiero perderme. Uno es el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, por una exposición antológica de fotografía cubana, principalmente, y el otro, lugar de sumo interés para mi es la Cáma Oscura. Una tontería para niños de colegio; pero que vi por primera vez en Tavira y me encantó, por su sencillez elemental. Un invento de Leonardo Da Vinci que hoy resulta conmovedor. Con un juego de espejos se consigue reflejar en una especie de paellera, de antena parabólica, la realidad exterior, pero en tamaño muy reducido. En aquel plato cóncavo ves circular los coches, pasear a la gente, volar a los pájaros y te sorprendes, al menos a mi me sorprendió como si no hubiera visto nunca ni supiera de la existencia de la fotografía ni de la televisión. De verdad que me sentí entonces como debieron de sentirse aquellos florentinos que lo vieron por primera vez en el siglo XV o XVI. Y tengo ganas de volver a disfrutar de ese momento de entusiasmo , si es posible que se repita.

En Cubatur me dijeron que no había viajes a Viñales hasta el jueves, que era un viaje de ida y vuelta, una excursión organizada de un solo día, con salida a las siete de la mañana. Hasta el jueves me quedan muchos días y el miércoles tengo visita a San Antonio de Los Baños, sede de la escuela cubana de cine, y recepción en la residencia del embajador de España con motivo del 12 de octubre, a la que tengo dudas de si acudiré.

No pudimos comer en el 860 de Neptuno porque ya no existe. Lo que hace seis meses nos pareció un negocio floreciente, hoy estaba desaparecido. Comimos en la misma calle, pero más hacia La Habana Vieja. Ni me acuerdo del nombre, no fue barato y no me gustó. Pedí unos garbanzos fritos que no tenían un buen sabor, abusaban del chorizo y escamoteaban la carne, y un pescado a la plancha que acabé cambiando por un bocata de pollo que venía empapado en mantequilla. De postre, un helado de mantecado, porque no tenían de Vainilla, y que acabaron no sirviéndome porque tampoco tenían de mantecado. Lo cambié por unas torrijas con demasiada miel. Lo más fuerte de la comida fue los reiterados anuncios por la televisión, que estaba puesta, de la proximidad del huracán Michael que estaba ya en la costa occidental de Cuba, al ladito de La Habana, en Pinar del Río, en Viñales. Por eso han suspendido los viajes hasta el jueves, pensé.

Por la tarde siguió el mal tiempo y nosotros pendientes, me imagino que como todo el mundo, del camino del huracán. Sin dramatismos la televisión informaba cada poco tiempo. En La Habana nos salvamos pero en Pinar del Rio, en Viñales a donde tengo pensado ir .
Ahora, cuando acabo de escribir estas líneas , de nuevo en el Hotel Habana Libre donde me acabo de tomar una ensalada Cesare de cena, la noche está tranquila. Muy oscura pero tranquila. Son las 20.37 y aquí os dejo.


