
La Habana es un ejercicio permanente de la paciencia, esa virtud de la que carezco; pero que aquí, sorprendentemente, acabo por practicarla sin mala cara ni malos modos. Esta mañana estuve seis horas delante de una ventanilla esperando a que me llamaran para renovar mi visado. Fui sin desayunar porque creí que sería un mero trámite: entregar el pasaporte, el justificante de residencia en algún lugar, dos sellos de 25Cucs/dólares, el seguro médico del viaje y el primer visado. Chegar e encher, pensé. Y me equivoqué. Se notaba que yo era de fuera, el único que no era paciente. No puedo achacarles nada. Al fin y al cabo, en todas partes es igual, siempre las esperas son eternas. La diferencia está en la tecnología.
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