A las ocho de la mañana se fue la luz. En la calle, en el termómetro que cuelga bajo la aparato exterior de aire acondicionado del vecino, marca un grado de temperatura. Al mediodía indicará veintitantos. Estamos en el desierto del Sahara y el frío es seco, menos mal. Los cooperantes tiritan. No quieren arrastrar una ropa de abrigo durante todo el día.
Bueno, pues aquí estoy. En La Base de Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, en la cafetería esperando a que llegue el mediodía para irnos a comer a la casa de un amigo, al campamento de Auserd. Seguro que comeremos bien, pero en una postura endiablada para un impío occidental. Estoy esperando en la cafetería, una cafetería desangelada donde solamente hay té, café, Coca Cola normal y agua. Y he visto al chico que se encarga de esto comerse una magdalena hace un rato, cuando estaba tomando el sol que empieza a calentar, apoyado en el quicio de la puerta. Supongo que también las habrá para el público.
La puerta del frigorífico casero que tienen con no se qué, las cocas están del tiempo, está tapada con una inmensa fotografía del Barça en la que se les ve celebrando la liga de Campeones 2008-2009. Lástima que no pueda hacer una foto. En este recinto están prohibidas tajantemente para evitar cualquier filtración a los yihadistas. A veces amedrentan un poco tantas medidas de seguridad.
Estamos protegidos todo el día. No podemos desplazarnos andando a ningún lugar, hemos de ir siempre en coche y si el desplazamiento es fuera de Rabuni, donde vivimos, hay que comunicarlo a seguridad y dispondrán de dos coches con soldados para acompañarnos. Salvo que el viaje sea personal y te acompañe un saharaui. Por eso, los desplazamientos a los campamentos, como el de ayer, que fuimos a Dajla, se procuran realizar en grupos, por economía de efectivos.
Ayer, a la vuelta de Dadja, cuando llevábamos una media hora circulando por la carretera de regreso a Rabuni, la caravana de nueve coches se había roto en dos, los tres coches de cabeza, el de seguridad y dos mas se habían distanciado no más de un kilómetro, espacio suficiente para que se situasen entre los dos grupos dos coches de particulares. Fue el de seguridad de la cola de la caravana el que se dio cuenta. Ignoro si funcionaban o no los móviles en ese trecho o si no los escuchaban en el primer coche, pero el de seguridad que cerraba la caravana nos adelantó a todos y obligó a los adelantados a detenerse en el arcén hasta que se volvieron a reagrupar todos los vehículos.
Todo el mundo da por echo que este es un lugar tranquilo y que las medidas de seguridad que se toman, refuerzan todavía mucho más esa tranquilidad. Pero esta aparente tranquilidad en la que se vive no es más que aparente, me decía hace un minuto una persona que se sentó conmigo a tomar un café, café que yo no pude tomar porque el que le sirvieron agotó las existencias de la cafetería. Decía yo desangelada cafetería, desangelada y desabastecida.
Me empezó contando lo que había engordado estas navidades. Debía de tener mala conciencia porque me lo dijo inmediatamente después de pedir una magdalena. No, yo no, gracias. Rechacé su envite, pero anoté la existencia de magdalenas, como sospechaba. Después pasamos a comentar las dificultades que teníamos para caminar, para hacer ejercicio caminando, que es el deporte que parece que nos va a los dos. Yo le dije que lo hacía, que al final del día salía a pasear con el cooperante unos treinta o cuarente minutos. Yo no, me dijo. En Tinduf tengo miedo. Y lo soltó: Si ha de ocurrir algo será en Tinduf.
La tranquilidad aquí solo es aparente, decía. Y me puso el símil del desierto. Parece que no hay más que arena, pero si que hay, hay vida y una vida muy complicada en la que suceden muchas cosas.
Si ha de ocurrir algo será en Tinduf, repitió. El que se le tenga por una ciudad militarizada es un error; solamente es una ciudad con una importante base militar, porque en Tinduf vive más gente y, sobre todo, pasa mucha más. Argelinos, mauritanos, malienses y saharauis son los grupos más importantes que nutren su población. Se hacen negocios de todo tipo, se establecen toda clase relaciones y se fomentan adhesiones y descontentos. Los argelinos y el Polisario lo saben y, por ahora, lo controlan. Pero todos los meses ocurren cosas. Hay vida, una vida tan compleja como la que puede darse en una ciudad fronteriza, de un país con una crisis desbocada por el derrumbe del precio del petróleo, la crisis política por el envejecimiento del líder y donde, con una gran población saharaui con cuarenta años de vida en los campos en donde empieza a manifestarse, en la generación que empieza la treintena, una insatisfacción personal muy elevada.
Ahora están de vuelta los saharauis formados en el extranjero, casi todos universitarios, sin ningún futuro en estos campos de refugiados. No hay lugar para ellos pero sin ellos el Polisario no tiene futuro, el Sahara no será liberado.
Hay saharauis que estudiaron fuera que no quieren volver. El ejemplo es Paloma, esa mujer que quiere tener su vida en la sierra de Sevilla, donde se ha casado con un andaluz, y que ahora permanece detenida/secuestrada por su familia. Hay un sentimiento nacionalista, un patriotismo que obliga a estar aquí, en los campos, nutriendo la esperanza de que un día se consiga celebrar el referendo y ganarlo.
Hay saharauis que se están marchando a Libia y son muchos los que van y vuelven y están por aquí sin hacer nada o haciéndolo, fermentando un sentimiento que puede que si o puede que no acabe transformándose en algo explosivo. No hay que olvidar que los saharauis también son sunis.
Hay saharuis que se van a Mauritania invierten todos sus ahorros en grifa, en mariguana, en hierba y suben hasta la frontera con Mali a vendérsela a los guerrilleros yihadistas. Si consiguen volver tienen dinero para iniciar una vida, se permitirán enamorarse, podrán casarse y tener una familia a la que mantendrán haciendo viajes a Mali pasando antes por Mauritania para invertir en droga sus últimos dinares. Y el dinero de la droga genera desequilibrios y trae violencia.
En Tinduf hay argelinos militares y civiles. Supongamos que los militares son disciplinados y están a lo que mande su jefe que es un acérrimo defensor de un gobierno laico; pero hay civiles y de ellos se sabe que, al menos el treinta por ciento del país son de los Hermanos Musulmanes a los que se les tiene prohibido organizarse políticamente, pero lo hacen en clandestinidad a la espera de que esta crisis del petróleo, que está vaciando las arcas del estado, les ayude a dinamitarlo. También quieren su primavera.
Y además están los de Mali y los mauritanos, con sus buenas gentes que solo quieren hacer negocios legales y decentes; pero entre ellos también vienen los del trapicheo y la organización mafiosa, que lleva y trae, que trafica, que son los que corrompen, deterioran, carcomen las estructuras de la sociedad, de una sociedad tan compleja como la que convive en Tinduf.
Si ha de ocurrir algo será en Tinduf. Ya ves, en el desierto parece que no ocurre nada, pero hay vida, este invierno incluso han nacido flores.
Si, ayer he visto margaritas. Es mi aportación al discurso.
Tarde. Campamento de Auserd
Comimos en la haima de uno de los sesenta embajadores que el Frente Polisario tiene por el mundo. Estaban también sus dos hijos, dos saharauis más y nosotros dos, el Cooperante y yo. Los saharauis no tienen costumbre de mantener sobremesa. Por lo general se toman un té antes de la comida, lo que viene a ser nuestro aperitivo (esto ya os lo conté pero permitidme que me repita para sufrimiento del Cooperante) y después cierran la comida con el postre. Sin café, ni copa, ni puro, ni té, ni palabra alguna más allá de los saludos de despedida. Sin embargo, hoy no. El embajador, al que alguna buena costumbre tenía que habérsele pegado, mantuvo una sobremesa muy entretenida entre anécdotas y respuestas al más joven de los saharauis que le echaba en cara el trabajo tan poco productivo de la diplomacia polisaria.
La verdad es que el último saldo de la actualidad resultó positivo para el embajador y sus colegas. En negativo habría que apuntar que Suecia se echó a atrás en su prometido reconocimiento del gobierno saharaui del Frente Polisario, por las presiones de Marruecos entre las que estaban, al parecer, cerrar IKEA en el reino alauita, pero mucho más importante ha sido la última sentencia del Tribunal de Estrasburgo por la que se anulan los acuerdos comerciales entre Marruecos y la Unión Europea en los territorios del Sahara Occidental, reconociendo en esta sentencia como interlocutor válido de los intereses de los saharauis al gobierno del Frente Polisario. Sin duda, esta sentencia deja el saldo en positivo para la diplomacia saharaui.
Salieron más asuntos y los hablamos todos, como hubo anécdotas y algunos tramos de pesadez para una sobremesa. Esos capítulos, de tedio y duermevela, parece, según el Cooperante, que fueron protagonizados por mi, que entré en todos los charcos y me recreé a gusto en las historias. Y yo que creí que había estado de lo más comedido! Aunque tengo que reconocer que solo el embajador y yo hablamos, y fue una pena, pues los cuatro saharauis tenían experiencias personales atractivas, desde los 16 años de guerra del mayor, después de mi, de los invitados, hasta la matrícula de honor en el máster, que el menor de los hijos obtuvo en la Universidad de Las Palmas sobre la eficiencia energética. Diré en mi descargo que la tradición saharaui da protagonismo a los mayores, hasta tal extremo que está mal visto, resulta inaceptable, que un hijo hable en presencia de su padre. Yo les advertí que en España era al revés, que en España eran los hijos los que no nos dejaban hablar a los mayores. Algo que se tomaron a risas.
Antes de comer, cuando el embajador no se había presentado todavía, el hijo menor nos estuvo hablando de su proyecto, que las casas de adobe que se construían en el Sáhara consiguieran una mayor eficiencia energética. Tal como lo explicó a penas había ideas originales, todo parecía de sentido común, desde bajar el suelo de la casa cincuenta centímetros sobre el nivel de la calle, hasta construir en forma de cúpula los tejados, por dos razones principalmente, porque ofrece menos resistencia al viento y porque a excepción del mediodía siempre hay un espacio del tejado que está a la sombra. También la disposición de las ventanas y un aditivo natural al barro con que se fabrican aquí los ladrillos, parecen propuestas lógicas, pero todas ellas y alguna mas fueron consideradas suficientes para que obtuviera el máximo reconocimiento en el ejercicio de fin del máster.
En fin, comida entretenida y distendida donde de nuevo fuimos agasajados por la más entrañable hospitalidad con la que acostumbran los saharauis a tratar a sus invitados.
Hoy hemos comido ensalada de lechuga, calabacín y tomate, patatas fritas y un poco de pollo y un poco de cabra, una naranja o un yogurt y tuvimos la sensación que estábamos asistiendo al mayor homenaje que se le pudiera brindar a una persona en este mundo. Y lo era. Un saharaui come carne una vez cada quince días.
Pensad, que esta gente, donde el padre es embajador por el mundo y sus dos hijos, además de hablar cuatro idiomas, haber estudiado en la universidad de argel y, los dos, brillar, en sus masters en la Universidad Las Palmas, han reconstruido con sus propias manos la casa en la que viven. De abajo a arriba y ladrillo por ladrillo, pues ellos mismos amasaron el barro y les dieron forma antes de dejarlos secar al sol para utilizarlos después para levantar el hogar familiar. Y hoy, se lamentaba el padre por no recibirnos en su casa. Pero es que todavía no está terminada, se disculpaba.
Son educados. Son pobres, son refugiados pero son saharauis, tienen la sabiduría para ennoblecer la pobreza. Te dan pan pero con tanto afecto y consideración que lo disfrutas como el mejor de los platos de Casa Marcelo.
Mañana tenemos que ir a otro campamento, al de Smara, a otra comida. Y pasado volveremos a Bujador. Si al final voy a engordar aquí, en Tinduf, en los campos de refugiados. De dónde vienes? Me van a preguntar en casa al verme tan gordo. De ponerme morado de humildad, cortesía y buen trato. Con mucha mandarina, té y pan con aceite que llevé de casa.
Me despido, ya se que soy un rollo, pero permitidme la última anécdota del día. Estaba yo en el camino hacia Protocolo con el guerrero, de quince o dieciséis años de guerra con Marruecos, que es todo discreción y recato, y al ver pasar a tres mujeres saharauis, a las que solo se le ven los ojos, y pareciéndome las tres más bien gorditas, como casi todas las que he visto, le pregunté, con la mayor delicadeza, si las mujeres saharauis tenían un patrón de belleza determinado o había modas o siempre habían sido así. Y no dije más. Él fue mucho más directo: Así nos gustan a nosotros las mujeres, e indicó con un gesto a las tres que caminaban por el margen de la carretera. Talla XL o XXL. Entonces le comenté que había un escritor español, de la primera mitad del siglo XX, creo que fue Wenceslao Fernández Flórez, le dije, que decía que todos los españoles tienen una gorda en la cabeza. Ya ves, me dijo, herencia española. Herencia que quedó liquidada con nuestros abuelos
otero se te ve feliz en la foto, y nosotros también de que sigas narrando tu viaje
Estoy aprendiendo mucho y estoy feliz de comprobar que ahí sí q saben apreciar la auténtica belleza femenina en su verdadera dimensión y en este mismo hilo te diré que sí que has engordado un poquito pero efectivamente se te ve feliz …que envidia insana siento. Un besazo y cuidate moito
Está claro que esta parte del mundo no interesa… es una pena, pero es una realidad!