Día de Pizza. 17 de enero de 2016.

La cortina de la Panadería

La cortina de la Panadería

Avivando el fuego.

Es domingo, primer día laboral de la semana. El Cooperante está más contento. Se le hacen cuesta arriba los días de descanso. No soporta estar encerrado todo el día en Protocolo. Me lo decía esta mañana mientras caminábamos el centenar de pasos que hay desde el aparcamiento de La Base hasta la primera barrera con los militares. Ya estoy lleno de trabajo, menos mal. Eran las diez de la mañana pero ya llevaba dos horas colgado del móvil y pegado al ordenador.

La Base, es la sede del Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, donde se encuentran las oficinas de las ONGs, es otro recinto fortalecido, como Protocolo, pero peor. Aquí no se pueden hacer fotos. Así que tratad de imaginarlo: es como el campamento americano que sale en las películas, con largos barracones rectangulares de aluminio y pequeñas casetas de lona, como trozos de túneles, pero todo estrenado hace mucho tiempo y en un entorno que también hace años que debió de estar ajardinado. El presupuesto de mantenimiento debe de hacer muchos ejercicios que dejaron de contabilizarlo. El de limpieza también. Bueno, tachad lo de la limpieza. No está bien que me ponga con remilgos con las necesidades que hay por aquí. Bueno, mejor dejadlo, porque lo de la limpieza no es solo cuestión de presupuesto, tiene una parte muy importante de voluntad de estar limpio, de afición al aseo. De civilidad. Y eso por aquí no abunda. No sé si es porque te acaba venciendo la persistencia del polvo que viene del desierto incesantemente o porque la cultura de la higiene está íntimamente ligada a la calidad de vida, a la capacidad económica. Pero, que conste, que aquí no hablamos de una casa de adobe de un campamento sino de la base de Acnur, de una agencia de la ONU. También es verdad que lo más he echado de menos desde que llegué es una aspiradora.

Calle de Rabuni

Calle de Rabuni

Hace un par de días, cuando estaba en el mercado de Tinduf, después de comprar unas piezas de fruta en un tenderete donde, haciéndole caso a las recomendaciones del vendedor, elegí las naranjas mas secas que he comprado en los últimos años, decidí tomarme un par de mandarinas. Las pelé, me las comí y busqué un lugar en donde echar las mondas. Pensé en echarlas al suelo como vi que hacía un señor con un turbante negro y una chilaba marrón oscuro. Incluso podría mejorarlo y darle una patada para debajo de los cajones de la fruta. Pero me pareció excesivo, así que busqué un lugar donde se amontonara más basura para poder considerar ese lugar como el lugar más correcto, el más adecuado donde tirar mi puñado de mondas de mandarina. Pero había tantos sitios que no sabiendo cual elegir, me metí de nuevo en el puesto de la fruta intentando encontrar su cajón de la basura.   El vendedor, que además de truhán era espabilado, se dio cuenta enseguida de mis intenciones y dejando lo que estaba haciendo, que no sería más que estafar al siguiente pardillo como yo, salió inmediatamente a mi encuentro y extendió la mano para que le diera las mondas. Se las di y le agradecí la ayuda. Y me quedé pensando en lo intuitivo y despejado que era aquel hombre para saber lo que yo quería, porque realmente resultaba ridículo buscar una papelera en un basurero.

Rabuni

Rabuni

Como sois inteligentes no se os habrán escapado mis intenciones didácticas. En un principio, después de echar una mirada escrutadora a mi alrededor, pensé en echar las mondas al aire y que Alá las repartiera por el mercadillo, que no habría de darse cuenta nadie; pero de repente me acordé de aquel turista que hace muchos, muchos años, había visto como, en una de las calles de Santiago, se inclinaba a recoger un papel del suelo para ir a depositarlo a una papelera que le quedaba como a veinte o treinta pasos en dirección contraria a la que iba. Mira que limpio, me dije. Después aprendí a llamarle civilizado. Y yo también en Tinduf quise repetir la lección de civilidad que aquel hombre me había enseñado hace una larga vida. La diferencia entre aquel mocoso, que era yo, y el frutero de Tinduf, es que yo no necesité ser intuitivo ni espabilado.   Entonces la relación papel en el suelo con papelera, resultaba clarísimo. Hoy, ¿ qué hace un pagano con un puñado de mondas de mandarina en un basurero? ¿ Qué busca? ¿¿Más mondas? La mandarina pelada?

Admirareis conmigo la intuición del frutero de Tinduf.

Casa en el Centro de Menores

Casa en el Centro de Menores

Me busca el Cooperante en la cafetería de la Base, un lugar en donde hay menos oferta que en la tienda de mi colegio cuando las chuches del mercado eran bolitas de anís y una cosa tan exótica como el pan de higo, de beber había Orange Crunch, o algo así, unas botellas verdes con las chapas oxidadas. Coca Cola todavía no había llegado a España.

Me dice que nos vamos, que tienen una reunión en el Centro de Menores y si quiero ir con ellos. Puedo hacer fotos? Ya veremos. Lo habla con la gente que trabaja con él y me dan permiso, incluso puedo fotografiar el centro. Que bien!

El Centro está en el otro extremo de Rabuni, a la izquierda de la carretera asfaltada que pasa por el pueblo, como a unos doscientos metros de la carretera. Delante, en el pedregal, hay un campo de futbol en el que no juega nadie.

Campo de futbol en el exterior del Centro de Menores

Campo de futbol en el exterior del Centro de Menores

El centro es otro cerrado pero sin guardas. Golpean la puerta para que vengan a abrirles. Mientras aguardan yo aprovecho el permiso y hago mil fotos. Tardan en acudir a los golpetazos que dan en la puerta de hierro y en la espera me dirijo al hombre que conduce el todoterreno, al que solo le falta morirse para ser un mártir, porque es todo un personaje que luchó en la guerra y lleva toda su vida entregado a la causa. Es un hombre muy serio, muy discreto, que habla tan bajo que apenas le escucho lo que dice. Exactamente, nunca le oigo nada. Con todo el respeto le pregunto si le puedo hacer una foto y, para asegurarme su permiso le beso el culo, le digo que no tengo muchas fotos de un marroquí de verdad! Entonces estalla una carcajada general que no comprendo, incluso el pre mártir se ríe abiertamente. No entiendo nada. Siguen riéndose y me doy cuenta que le he llamado marroquí. Yo casi lloro. De risa, claro.

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El hombre al que le pedí que posara.

Llamando a la puerta del Centro de Menores. Rabuni.

Llamando a la puerta del Centro de Menores. Rabuni.

En el Centro lo fotografío todo. La lluvia de octubre lo ha derruido, está vacío no pueden acoger a nadie. Su director, el joven que nos abrió la puerta, acaba de hacer un master de cooperación en Bilbao y le va contando al Cooperante todos sus problemas y sus planes. Todo está en reconstrucción, acaban de hacer dos habitaciones, el comedor y la cocina; pero todavía no pueden acoger a nadie. Sin embargo, ya hay dos niños pululando por el centro. Son dos casos extremos.

El Centro de Menores. Rabuni.

El Centro de Menores. Rabuni.

Mientras espero, la reunión se alarga, sigo haciendo fotos. Me lío con los únicos pájaros que he visto desde que llegué, con un árbol en el que se han dado cita todas las arañas del Sahara y con una mariposa que intenta hacer carrera de modelo.

El pájaro

El pájaro

Y el árbol de las arañas.

Y el árbol de las arañas.

La mariposa

La mariposa

La mariposa no se espanta hasta que ya estoy encima de ella, tanto que ya no me sirve el objetivo. Se da una vuelta y vuelve al mismo sitio. La sesión continua. De nuevo da un par de vueltas y se posa en la hierba de al lado y así hasta seis veces más, hasta que me canso y cuando se segura que ya no me importa desaparece.

La reunión en el Centro de Menores.

La reunión en el Centro de Menores.

El comedor con los libros de la biblioteca en un rincón.

El comedor con los libros de la biblioteca en un rincón.

A las tres quedamos para comer en la panadería. El vecino ha convencido al panadero para que hagamos una pizza. La masa será la misma con que se hace el pan, pero estirada como una pizza y el aderezzo lo aportaremos nosotros. Veremos como sale el invento.

La panadería.

La panadería.

 

No salió mal, comimos con exceso. Incluso postre. Una tarta prefabricada comprada en el colmado próximo y unos bombones Ferrero Rocher del mismo lugar. Un lujo. Higiene poca. Mejor dicho, ninguna. Alguien que se dio cuenta de cómo estaba el agua del té, dio la voz de alarma. A mi me llegó un poco tarde; ya le había dado el primer sorbo. El agua estaba turbia, tan turbia que parecía una limonada. Podéis verla en la foto, es la botella pequeña que está al lado del fuego, si no os distrae el resto. Traté de tranquilizarme diciéndome que había hervido.

 

El té.

El té.

Temo la gastroenteritis por el viaje programado para mañana. Cuatrocientos kilómetros en un día para visitar un grupo de escuelas no es cómodo hacerlo arrastrando una descomposición por muy leve que sea. Pero casi seguro que el agua había hervido, no hay porque temer. Espero.

Amasando

Amasando

La pizza genial. Había expectación . El vecino la bordó y también el hijo del panadero, que fue quien hizo la masa. Pasó mucha gente por allí, porque el vecino y yo invitamos a comer a medio mundo. La mitad de los invitados no vinieron pero los otros si. Incluso hubo quién cerró la tienda para venir a probar aquello.

La elaboración.

La elaboración.

Sabéis que la mesa es uno de los lugares donde antes queda patente el grado de educación y de cultura. El comportamiento de todos los que metieron mano a las pizzas fue correcto, casi sin excepción. Pero lo que sobró en buenos modales faltó en higiene, medios y organización.

Al horno.

Al horno.

Podría interpretarse que el final de nuestra mesa fue de antología de las malas costumbres. No es que el mantel quedara lleno de manchas de grasa y vino tinto, que los restos del postre se mezclaran en los platos con los huesos del pollo y que todavía estuvieran en la mesa las tarteras en que se sirvió la comida que se había cocinado en ellas. No, no fue una cuestión de ausencia de buen gusto o de protocolo. Fue otra cosa!  Fue un exceso en la pobreza.  Si exceso fue comer pizza hasta el hartazgo.  Bueno, una aproximación a la pizza; pero que nos supo a gloria.  Sobre la masa del pan estirada previamente untamos el tomate triturado con el que iba mezclada la sal y el aceite,  le añadimos una lata de bonito y unas tiras de queso President y las metimos al horno del panadero.  Cuando estuvieron en su punto las dejamos sobre la alfombra, que nunca conoció sacudida, servidas sobre trozos de cartón de una caja ya descuartizada que apareció por allí.  Todo muy a tono con el lugar donde se toma el té en la panadería que es el lugar donde también duermen el panadero y su hijo, pues no hay allí más espacio ni para almacén, ni para otros servicios.  Los Ferrero Roche le ponen un punto surrealista.

 

En bandeja de cooperación.

En bandeja de cooperación.

No os asustéis al ver las fotos. Superad la sorpresa y quedaros con lo que tienen de instructivas. Hasta el cooperante que está más bregado que uno en esto de la mala vida se sorprendió del lugar en que habíamos comido, asusta al verlo en las fotos.  Pero en peores plazas nos hemos saciado, por no contar en las que hemos preferido el ayuno.

 

Comiendo . La botella del agua del té es la primera por la izquierda

Comiendo . La botella del agua del té es la primera por la izquierda

Comiendo

Comiendo

Se me olvidaba. Ayer al cooperante se le ocurrió que en el paseo del atardecer podíamos excedernos un poco y alcanzar una colina en la que había un cementerio del tiempo de la guerra con Marruecos. Fuimos allá

Es difícil medir la distancia en el desierto, a lo mejor eran dos kilómetros o uno y medio o dos y medio. No sé. No estaba a un tiro de piedra. Más bien era unha carreiriña dun can, que es esa distancia incierta que se ajusta perfectamente a lo que digo.

Las pisadas de un camello.

Las pisadas de un camello.

En el camino aproveché para hacerle unas fotos a las huellas de los camellos que cruzan este espacio y a los desperdicios que estaban esparcidos por todo el recorrido. En algún momento la foto hecha me recordaba a las que se publican después del siniestro de un avión de pasajeros. La veréis. Evitar estas cosas, conseguir la limpieza del desierto es uno de los proyectos en que está implicado el Cooperante. El trabajo tiene futuro, quiero decir que va a ser largo porque falta mucha conciencia cívica. Casi tanta como en Galicia para recuperar la calidad de las aguas en las rías gallegas.

Abandonado.

Abandonado.

Basura en el desierto

Basura en el desierto

Al final conseguimos llegar al cementerio pero la inquietud del Cooperante  por regresar me impidió captar la emoción que desprende este pequeño cementerio en el alto de una colina.   No era muy grande, una treintena de sepulturas en la arena, algunas de niños, delimitadas por piedras y orientadas a la Meca. Todavía, en alguna, podía leerse lo grabado en pequeñas lápidas después de casi cuarenta años a la intemperie.

Unos de los cementerios de Rabuni.

Unos de los cementerios de Rabuni.

Detalle de un cementerio en Rabuni.

Detalle de un cementerio en Rabuni.

Había que volver. Llegar a Protocolo nos llevaría unos veinte minutos justo el tiempo para llegar con los últimos rayos del día al puesto de guardia.

Mañana tengo que estar listo a las siete y media. Me cogerá el amanecer en el camino.

 

3 pensamientos en “Día de Pizza. 17 de enero de 2016.

  1. Caramba! No se que más decir! Si llegas sin una gastroenteritis será un milagro! Qué barbaridad cuanta pobreza, es desolador! La pizza pintaza! Y el de cuadros se supone q podria ser tu hijo…. Jajajaja no puede ser que no oyeses bien??

  2. Hola Rodolfo: ¡Soy el vecino de tu relato de la pizza!
    Chafardeando en internet, me he visto en una foto de los campos de refugiados, ¿vaya que hago yo ahí? Finalmente, la foto me ha llevado a este tu blog. Me felicito por haberte encontrado, y te felicito por este blog, me he divertido. Como no se me ocurre otra manera de contactar, te dejo aquí mi correo, ¡escríbeme para saber de tu vida!

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