Hoy he alargado la etapa. Tenía que quedarme en Sarria pero llegué tan temprano que decidí andar doce kilómetros mas. Me he quedado en la casa rural que hay en Morgade. Yo creo que no hay ninguna casa más. Que esta casa grande es todo Morgade. No hay más vecinos que los que trabajan aquí. Y de ellos muchos están emparentados entre si. Lo importante es que la ducha fue un suplicio, el agua solo duraba caliente tres segundos después se iba a fría. Así que me pasé abriendo y cerrando el grifo todo el tiempo. Acabé congelado. Se lo dije a una de las señoras que mandan: lo del agua me tuvo loco. Qué pasa con el agua? Pues el sistema ese que tienen para que no se gaste, he acabado congelado. No tenemos ningún sistema, será que se está acabando el butano…
Por lo demás la casa está bien y se come espléndidamente por 8,50 euros. No sé donde ganan dinero. Hoy me tomé un tazón de caldo, un filete con ensalada (cuando llegué ya estaba apagada la freidora, dijeron) y de postre queso de Arzúa con membrillo.
No estamos muchos. Por lo que veo por aquí seis mujeres y yo. Cuando estaba comiendo apareció un mejicano, que se detuvo solo a comer algo, me pareció que un bocadillo de sardinas con tomate. Era simpático y nos reímos mucho. Estaba sorprendido de lo barato que era todo. Donde más dinero llevo gastado es en la farmacia, me dijo. Me he comprado de todo -explicó- he hecho caso a todos los consejos pero cada día tengo una ampolla en diferente lugar. Por supuesto que le cayeron otro par de consejos. Traía una aplicación en el teléfono de American Express, me contó, con la que reservaba plaza en los hoteles, y estaba tratando de conseguir una habitación en el Hostal de los Reyes Católicos. Me pidió mi móvil para llamarme. Se lo di. No sé si debía de haberle pedido el suyo, pero no se me ocurrió para qué lo podía querer.
Por cierto, hay dos cosas que no os he contado de estos días pasados y que os pueden interesar. El día que dormí en O Cebreiro, en Casa Antón, me preguntaba una de mis hijas que tal estaba allí, ya que había sido ella quien me la había buscado. Bien, le dije. Un poco brutos pero intentan ser amables, le respondí entonces. Ahora tengo que rectificar y decir que amabilísimos. Cuando, por la noche, fui a saldar mis cuentas (lo hago todas las noches porque salgo cuando todo el mundo duerme) me sorprendió que me cobró exclusivamente el precio de la habitación. No quiso cobrarme la comida, ni lo que había bebido durante toda la tarde, ni los cafés a los que había invitado a unos amigos, nada. Es un buen descuento, no? Me dijo el que debe de ser Antón. Maravilloso, le respondí. Y me quedó mal cuerpo porque debí de insistir en que me cobrara todos los gastos. Creo que no lo hice cuando para darme el cambio sacó de su bolsillo un fajo de billetes que tenía dificultad para abarcarlo con la mano.
Al día siguiente, ayer, bajando de O Cebreiro para Triacastela, poco después de que se me uniera la canaria/venezolana, cuando estábamos descendiendo un tramo con mucha pendiente y estrecho, oí un grito extraño e inmediatamente dije con autoridad: apártate! Y unos segundos después bajaban muy veloces los ciclistas portugueses que poco después retraté haciéndose una foto en el castaño centenario de Ramil. La mujer que iba conmigo se asutó de la velocidad de los ciclistas y me agradeció que la avisara. Si en vez de nosotros es una persona mayor y sorda, la matan, me dijo. Y añadí al momento: e inexperta. Y puso cara de no saber encajar lo que había dicho. No le expliqué nada; pero desde el otro día cuando oigo un sonido extraño siempre pienso que es una bicicleta que se me viene encima. Y, al menos esta vez, lo era.
Y va la tercera nota al margen del día. (ya somos ocho mujeres y dos hombres). La chica que atendía el albergue en Triacastela, a la que le pareció de maravilla que yo fuera gallego ya que gracias a eso podía hablar conmigo como hablaba en su casa, en gallego. Era simpática y fue muy cariñosa conmigo. No solo me recomendó lo de los periódicos para secar las zapatillas, que funcionó perfectamente, sino que se encargó de lavar y secar mi ropa y de traérmela a mi habitación a última hora pues yo me había olvidado de ir a recogerla. Le pregunté por el comportamiento de los peregrinos y me dijo que había de todo, que no son gente especial como alguno de ellos se creé : En uno de mis primeros días, me contó, una pareja no me pagó la estancia porque prefería tener la comida y la estancia en una sola factura y que si no me importaba le pagaba todo al del restaurante, ya que era de la misma empresa. Les dije que si y se marcharon sin pagar. Así que ahora no me fío de nadie.
Al salir de Triacastela, al final de la calle que la atraviesa el camino te da dos opciones. Una por Samos y otra por San Xil. La primera cuenta con el atractivo del Monasterio de Samos; la segunda con un camino mucho más alejado de la civilización y es cuatro o seis kilómetros más corto. Yo elegí la segunda opción, la de San Xil. Se me vuelve a quejar ese dedo del pié que no acaba de acostumbrarse a estas zapatillas. Yo tampoco, le digo, pero parece que no le consuela. Así que para caminar con quejidos mejor la opción mas corta, pensé.
No sé si fue el día que amaneció lloviendo pero la salida de Triacastela fue penosa, triste, deprimente. La primera aldea que crucé me pareció miserable, el olor a vaca lo inundaba todo, y sus excrementos alfombraban la ruta en algunos cientos de metros. Después lo que tienes que pisar es una mezcla de bosta y tierra mojada. A veces de tales dimensiones que tienes que esmerarte para no acabar embadurnado y pestilente.
Las casas son pobres y la pequeña ermita, que está al final, también es pobre. En conjunto un lugar para el martirio. Quizá fuera la falta de luz y la humedad excesiva generada por la lluvia y por el río a cuyas orillas están las cuatro casas de esta aldea las que me dieron una impresión tan negativa. La pobreza empapada de humedad se convierte en miseria y si, además, la embadurnas de bosta de vaca, mejor es escaparse.. En la puerta de la capilla había sujeto un cepillo para las limosnas que estaba manchado por los pájaros y que nadie debió de utilizar en los últimos cincuenta años. Pensé en quién sería el último cura que atendió aquella capilla. Sería una parroquia?
En este tramo eché de menos castilla y sus espacios abiertos y sus cielos de ciento ochenta grados. Aquí en esta aldea miserable el cielo era unas rendijas entre los árboles. Para escapar. Yo crucé la aldea y me alejé todo lo deprisa que pude por aquella cuesta resbaladiza de tierra y caca de vaca.
Arriba estaba San Xil . Una aldea en lo alto del monte con más luz, con más cielo, y me fui encontrando mejor. Podía estirar la vista por campos a pastos, por bosques de abedules, carballos y castaños y por montes a los que la floración de la primavera dejaba de un color violeta. De todas formas me pareció un lugar para no vivir.
La etapa, tras la penuria del principio, es muy bonita, los campos abiertos en los que se entremezclan los parados y los bosques , se van alternando con caminos cubiertos por el incipiente follaje de los árboles.
Tuve que andar hasta la entrada en Sarria para poder desayunar algo. Me salté dos bares porque me parecían muy próximos a Triacastela, a 9 km y a 11 km. Había pensado detenerme en el que estaba marcado en el km 13; pero estaba cerrado. Me detuve en el camping que hay a la entrada de Sarria y no tenían pan fresco. Les pedí que me hicieran unas tostada s con el del día anterior, si tenían, que no me importaba. Además iba a coger un poco de la empanada que tenían encima de la barra. Coja, coja, me dijo la camarera, es para tapas. Solo cogí una tapa, no estaba muy buena ni fresca. Tenían tan poco pan del día anterior pero decidió no cobrarme las tostadas. Debo de tener pinta de pobre, que todo el mundo me hace rebaja, pensé.
En Sarria busqué un cajero porque en los pueblos que vienen nadie quiere cobrar con tarjeta. Descansé un rato largo disfrutando del domingo. En Sarria celebraban el domingo y se notaba en la ausencia de tráfico, en la lentitud con la que se movían las pocas personas que había por la calle y en el ambiente de los cafés. Los domingos por la mañana el tiempo es diferente, como mas lento, mas perezoso, mas denso. Y a la gente debe gustarle porque se la ve más contenta, mas placentera. Y porque se ponen sus mejores ropas. Me uní a ellos en una cafetería que hacía esquina no muy lejos del camino. Recobrado y contagiado de esa especie de satisfacción que flotaba en el ambiente, me eché al camino que subía por la ciudad vieja. Me llamó la atención el escaparate de Casa Pintos y decidí comprarme una concha de vieira. La que había comprado en St Jean de Pied de Port me la había desportillado el camino por entre los pueblos de La Rioja o Castilla. El de la tienda me pidió tres euros. Le dije que solamente quería la concha de la vieira, que la vieira no la quería y que lamentaba mucho que ya la hubieran preparado. Me miró como si fuera extranjero y le hablara en un idioma que no conocía. Me quedé callado a ver cómo reaccionaba y a los tres o cuatro segundos cogió la concha y me explicó que estaba muy trabajada, le había limado todos los bordes para que no cortara. Le acepté las explicaciones sin reírme y le pagué los tres euros. Las vieiras era lo único que tenía en la tienda para vender y lo único expuesto en el escaparate. Al salir le hice una foto y el señor me pidió que se la hiciera al comercio, que era muy bonito. Vosotros veréis; pero es capaz de vender una concha de vieira por tres euros. O solo me la habrá vendido a mi?
Llegué tan pronto a Sarria que decidí prolongar la etapa. Y lo hice hasta donde encontré la primera cama. Fue en la Casa de Morgade. Ya os dije, la única casa del lugar en donde estamos ocho mujeres y dos hombres. Por la noche cerraré la puerta de mi habitación con llave. Nunca se sabe.
Javieriño a partir de ahora el olor a bosta de vaca va a ser continuo, creo que desde hace tres años que hicimos ese tramo del camino tengo impregnado en la pituitaria ese olor.Debe de ser porque mayo es el mes de abonar.!hasta muy pronto CAMPEÓN!
Vengaaaa! Bonitos paisajes, me encantan los caminos entre los árboles, pero claro el perfume debe de afectar a la belleza del lugar