Sabeis lo que me movió a levantarme esta mañana? Que el camino iba a discurrir por donde antiguamente iban los bueyes tirando de las barcazas que, cargadas de trigo, navegaban por el Canal de Castilla. Me equivoqué en una cosa. Pensé que estaba más lejos de Boadilla del Camino y como quería que me sorprendiera el amanecer por su ribera, salí del hotel a las seis y doce minutos de la mañana.
No se veía mucho y para encontrar la primera flecha amarilla tuve que encender la linterna del móvil. Cuando estaba en eso se sumó una pareja de peregrinos y al final la encontramos en la tercera de las pistas en que se abría la Calle Mayor de Boadilla del Camino.
La pareja inició la marcha a la luz de una linterna que llevaba la mujer, pero bailaba tanto el haz que preferí coger yo la delantera y acostumbrarme a ver con la luz del alba que te permitía distinguir los charcos en una pista que por ser de tierra blanca destacaba bien entre lo sembrado. El Canal de Castilla apareció enseguida y por su ribera caminamos durante más de tres kilómetros, hasta la exclusa que está ya en Frómista.
Tenía lo del Canal de Castilla guardado en la memoria desde el colegio, como una idea genial, muy ambiciosa, que solo un iluminado podría haberla imaginado. Me había encantado la idea de construir un río navegable por el interior de España. Aquello de acabar con el aislamiento de Castilla por medio de barcazas tiradas por bestias. Bueno, la cosa no había sido tal como yo me lo había imaginado pero seguía teniendo su mérito. El Canal de Castilla era la gran obra de ingeniería hidraúlica más importante que se llevó a cabo en España durante los siglos XVIII y XIX. El responsable fue el Marqués de la Ensenada, que fue ministro de Fomento con Fernando VI. Por esta red fluvial se transportaría el cereal castellano hasta el cantábrico por medio de barcazas tiradas por bestias de tiro. Y funcionó hasta 1959, en que el ferrocarril lo dejó en desuso. Desde entonces se utiliza su caudal para el riego y para abastecer a las poblaciones ribereñas, como Frómista, donde fue construída una exclusa para que las barcazas puedieran superar un desnivel de más de 14 metros.
Algo habrá en Frómista cuando tenemos que entrar cruzando el puente de una exclusa, pensarán los que vienen de fuera. Y lo hay. Merece una parada larga. La iglesia de San Martín se merece que la visitemos. Ya en el XIX, muy a finales, se preocuparon por ella y gracias a aquellos desvelos hoy tenemos una iglesia conservada perfectamente y con un entorno que nos permite apreciar lo perfecta que es. Dicen que esta iglesia fue edificada con un claro programa y sin interrupciones, de ahí la coherencia de sus volúmenes. Veréis las fotos. También es verdad que en la rehabilitación de hace cien años, se le eliminaron estructuras añadidas, se reconstruyeron partes desaparecidas y que, incluso, se inventaron alguna cosa.
Cuando entré en Frómista era tan temprano que solamente estaban abiertos algunos bares. Sin duda la visita a la iglesia de San Martín hubiera valido la espera. Pero cuando se está a caminar se está a caminar. Te cuesta detenerte cuando te enfrentas al reto de caminar treinta kilómetros. Así, pienso muchas veces cuando voy caminando que compensaría venir en coche haciendo este recorrido parándose en los pueblos que realmente tienen algo que ofrecer, que son muchos o por no decir casi todos. De manera que el tiempo que ahora dedicas a caminar, entre seis y nueve horas cada día, después podrían estar dedicados a las visitas y al goce. Pues sin duda se disfruta más cuando descansado y con tiempo puedes detenerte a disfrutar de la belleza de estas iglesias y recordar su historia. Hoy, ante la de San Martín, pensaba en la paz y el equilibrio que me transmitía, que me provocaba un templo construido a principios del S.XII cuando la iglesia se había convertido en el centro de la existencia. Que contradicción puede parecernos esta obra ante el turbulento ambiente de la Edad Media. Lo que a nosotros consideramos violencia no se apreciaba así en aquellos tiempos. Los miedos que nos llevaríamos en un viaje a la Edad Media es posible que resultaran exagerados en aquel periodo de renacimiento del SXII. O fue una pausa en la violencia de aquel momento?
Me paré, en cambio, en Villalcázar de Sirga, porque tenía previsto hacer ahí mi segundo descanso y aproveché para entrar en la gran iglesia templaria de Santa María La Blanca. Por cierto hay un viejo gruñón a la entrada que te pregunta si eres turista o peregrino. Si eres turista pagas un euro con cincuenta céntimos por la visita. Si eres peregrino tan solo un euro. Se me ocurrió decirle que en abril no es mes de turismo y me contestó airado, que para visitar la iglesia de Santa María siempre hay turistas. El año pasado cuarenta mil. Pues deme un tiket de peregrino, le dije. Y después de darme la entrada se levantó airado y se fue dando voces sobre lo ignorantes que éramos algunos. Y no le falta razón, pero no por dudar de que haya pocos turistas en abril y en Villalcázar de Sirga. Habrá que decirle a los técnicos y profesionales que tanto se preocupan por desestacionar el turismo que pregunten al cascarrabias de Santa María La Blanca, cual es su truco.
La iglesia de los templarios es un templo fortaleza que te impresiona y más en el entorno en que está. No es difícil imaginarse la impronta que causaría esta iglesia en los peregrinos de la edad media. O el sentimiento de sumisión de los feligreses habitantes de Villalcazar de Sirga. Lástima que la terraza del bar que hay enfrente moleste en la primera visión que tienes de la iglesia al llegar al pueblo.
El camino hoy ha ido, desde Frómista, permanentemente pegado a la carretera, cuneta por medio. Es lo que llaman un andadero. No es lo mismo ir caminando por las soledades castellanas ajenas a las carreteras provinciales y nacionales, que hacerlo como hoy. La carretera le resta encanto. Lo salvan algunos de los pequeñísimos pueblos por donde pasamos donde la presencia del camino ha sido tan fuerte durante los primeros siglos de su existencia, que todavía hoy siguen impresionando. Y vuelvo a la iglesia templaria de Villalcázar de Sirga.
Pese a la ruta y a que la lluvia nos obligó en dos ocasiones a ponernos las ropas de agua. El día resultó agradable y el esfuerzo se vio compensado. Ahora descanso en el Hotel del Monasterio de San Zoilo, en Carrión de los Condes. Pero si tengo fuerzas me he de acercar al albergue en que había planificado dormir, a participar de la cena colectiva. Que tiene su gracia. La alternativa es meterme en la habitación a ver el Real Madrid- Atlético de Madrid o un capítulo de la serie The Wire. Un duro contraste con la vida que llevo estos días. Bueno, y con la que llevo habitualmente, pues no suelo andar a tiros ni en medio de traficantes. Aunque la verdad, lo más seguro es que me duerma poco después de las nueve y media.
OTERO, estoy flipando:seis- nueve horas andando,; eso hace 25-30 Km al día. Y no te quejas¡¡¡¡¡. Será que esta es realmente tu profesión?. Creo que no vas a dejar de sorprendernos a tus fans; cada día a más. Bravo¡¡¡¡¡¡
Te vas a acordar del recibimiento en el Obradoiro.
Abrazos