Estoy en Burgos. Llegué sin darme cuenta. Tuve una equivocación garrafal y entré en Burgos por Gamonal y por allí, como un dominguero más, llegué al centro y al Puente del Cid. No había nadie con mochila y en aquel barrio y en domingo me sentí como un perroflauta. Me faltó hacer malabarismos en un semáforo. Con tres naranjas, que es lo único que se hacer.
Cuando salí del barracón donde estaban las habitaciones privadas, Mina, la coreana, estaba fuera, sentada en un banco ajustando el tamaño de sus bastones. Nos saludamos y le pregunté si había pasado una buena noche. También le pregunté por su amiga y me dijo que no estaba y algo más que no entendí y que me hubiera aclarado por qué no había dormido allí, “con nosotros dos”. Después le deseé Buen Camino y me puse en marcha. No había mirado la hora pero debían de ser cerca de las seis y media. La noche estaba muy oscura y no había trazas de que fuera a salir el sol.
El Camino pasa por delante del albergue y sigue como cien metros por la carretera asfaltada, después hay que coger, a la izquierda, una pista de tierra y piedras de distinto tamaño como claveteadas en el suelo, que resultan muy incómodas para andar y te obliga a subir con calma. Cuando estaba todavía por el asfalto me alcanzó Mina y a los dos nos cogió el amanecer subiendo la sierra de Atapuerca entre una granja de ovejas y la alambrada de un recinto militar que tiene pinta de ser muy antigua. Hubiera servido para ambientar la guerra de 1.914, si la Gran Guerra hubiera llegado hasta estos montes burgaleses.
Cuando llegó la claridad no vimos el sol, el cielo estaba oculto por una sola nube gris oscura. Como si lo hubieran pintado con rodillo, no había ni una rendija que delatara que el sol estaba allá arriba. Además se había descolgado una bruma que emborronaba todo el horizonte. Desde lo alto, desde donde hay una gran cruz de madera y un vértice geodésico, que indica que estamos a 1.077 metros de altitud, debería de verse Burgos, pero no se distinguían más que las lucecitas de Villaval, Cardeñuela y Orbaneja, los tres pueblos del valle del río Pico.
En la bajada, la luz, aunque todavía sin fuerza, me permitía hacer las primeras fotos, y ese entretenimiento permitió que Mina, la coreana, se fuera separando de mi poco a poco. En este descenso nos rebasó un peregrino con una mochila de camuflaje, como de militar. Yo lo vi, como cien metros antes de llegar a donde yo estaba, pero Mina no. Mina no se enteró hasta que lo tuvo a su lado. Y aunque estábamos muy separados me di cuenta de que se sobresaltaba cuando el hombre llegó a su altura. no esperaba que hubiera nadie más a esas horas y por aquellos montes. A los dos los fui teniendo de referencia en las fotos que fui haciendo del camino hasta Cardeñuela de Ríopico. Cuando llegué yo al pueblo, el hombre que nos había adelantado desayunaba ya en la terraza y Mina estaba pidiendo algo en el mostrador de la tienda bar. La llamé dos veces desde la calle y cuando me miró le dije adiós. Adiós me respondió muy sonriente.
En Cardeñuela me pareció demasiado pronto para desayunar. Así que seguí el camino con la intención de no detenerme antes de las ocho y media o nueve. Fue ahí, a la salida de Cardeñuela, cuando me di cuenta que no tenía el papel en que a noche había anotado los pueblos por los que iba a pasar y las distancias que los separa. No encontré la nota en ningún bolsillo de ninguna de las piezas de ropa que llevaba puestas. Y me las había puesto todas. Solo me faltó el otro pantalón. La temperatura cuando salimos del albergue era de tres grados.
Al pueblo siguiente, Orbaneja de Ríopico llegué en veinte minutos por lo que calculé que no debe de haber más de dos kilómetros. Así que seguí ruta y ese fue mi gran error. No hubo mas pueblos y no desayuné hasta que ya había alcanzado el polígono industrial del Gamonal, en el Bar El Moreno.
En Orbaneja estuve tentado a sentarme en la terraza del único bar que estaba abierto, ya en la salida.. Pero calculaba que tan solo había andado ocho kilómetros, así que aposté por el siguiente a pesar de que no sabía a cuanto estaba ni cómo se llamaba. De la nota que había escrito la noche anterior mientras cenaba en el único restaurante de Atapuerca, solo me acordaba de que llegado a cierto lugar había un cruce en el que se abrían dos posibilidades, la de caminar por el polígono industrial de Burgos o la de pasar por Castañares y más datos que no recordaba, solo que recomendaban esta segunda opción.
El cruce de Castañares estaba en una urbanización dormitorio, construida en el medio del campo y muy próxima a la autovía. Allí decidí por la opción que me pareció más agradable a pesar de que durante tres kilómetros, el camino, corría pegado a la red metálica que cierra el perímetro del aeropuerto.
En Castañares a los peregrinos no se les esperaba, por lo menos esta mañana. Eran las nueve y media de un domingo y ninguno de los tres bares del pueblo estaba abierto. Le pregunté a un hombre que encontré caminando por la acera y me dijo que el bar más cercano estaba como a dos kilómetros siguiendo la carretera hacia Burgos.
Cuando había salido de Cardeñuela, el pueblo donde me separé de la coreana, miré a mi espalda para ver si alguien me seguía los pasos. Y lo había, era el catalán. Que casi me alcanza en la salida de Orbaneja porque yo me paré en ese trayecto como nueve o diez veces para hacer unas fotos. No estaba mal que me siguiera el catalán pues era señal de que estaba acertando con el camino. Ya sé que no es difícil pero cuando uno se evade un poco corre el riesgo de no observar las señales, y llegado a un cruce seguir por la que le parece la misma pista equivocadamente. Así que si el catalán venía detrás de mi, todo iba bien.
Como dije no me paré en el único de bar de Orbaneja que estaba a la salida del pueblo, según se viene de Atapuerca. El catalán si. Pero yo no me di cuenta hasta que en el cruce en que te daban la opción de ir por Castañares, miré atrás, esperando que estuviera cerca para poder consultarle, y no estaba. Así que fiándome en la impresión que me había quedado de esta opción al redactar mis notas, opté por Castañares.
En castañares, si hubiera tenido la nota, hubiera buscado el río y bajado con él hasta el centro de Burgos, hasta el puente del Cid. Pero no tenía la nota así que le hice caso a aquel hombre que me encontré en la acera y caminé por la carretera, hacia Burgos, buscando el primer bar que estuviera abierto. Fue El Moreno. Buen pan y buen jamón. Me tomé tres pulguitas y tres Zeros y me leí El País que no leía desde que llegué a S. Jean de Pied de Port, el pasado día 6. Lo más nuevo es que Ciudadanos puede ganar en la ciudad de Valencia.
A los pocos metros de ponerme en marcha, un coche de detuvo en la acera y se ofreció a llevarme hasta el centro. Se lo agradecí, le dije que la gracia estaba en hacer el camino andando. Hace unos años, una mañana en que iba con el coche a Ribadumia cuando estaba entre Bouza de Rei y A Bandeira, vi a una mujer que caminaba cargada por la pista, paré el coche y le pregunté si quería que la llevara. Saca de Ahí, me dijo malhumorada. Y añadió gritándome: Ya tengo un hombre en la casa.
Pasé el Gamonal intentando reconocer el barrio por las imágenes que había visto en la tele cuando se movilizaron los vecinos para evitar la construcción de un aparcamiento subterráneo. Pero no fui capaz. En el largo paseo hasta llegar al centro noté que no encajaba en el decorado urbano. No pega un peregrino fuera de los caminos de tierra que van engarzando los pueblos de labradores y vinateros. Por aquellas calles tan urbanas, tan del siglo XX, me sentí un perro flauta y fui mirando por las bocacalles para ver si veía pasar por las otras avenidas a alguien más con bastón y mochila. Los eché de menos, me hubiera gustado ver a Luigi, “el italiano de Milán”, o al canadiense de la boina amarillo verdosa, o al catalán, o al valenciano que es la vigésima quinta vez que va a llegar a Santiago, o a los dos matrimonios de holandeses que ayer cenaron a mi lado mientras yo escribía el resumen de la jornada en el albergue El Peregrino de Atapuerca, o a los cuatro amigos franceses, incluso me hubiera alegrado ver a los matones de HBO, que son de Bilbao, o a las coreanas, a cualquiera;pero llegué solo hasta el mismísimo puente de El Cid.
En el centro, justo en la plaza que hay antes del puente de El Cid había una manifestación en defensa de la sanidad pública. Pensé en sumarme, pero me pareció que iba a dar la nota con el bordón y la mochila con una vieira colgada. Así que no lo hice. Crucé el río y lo volví a cruzar más tarde para pasar por el arco de Santa María y disfrutar de la catedral. Por la tarde, mientras tomaba algo y escribía estas notas, unos peregrinos alemanes conocidos desde Roncesvalles, vinieron a sentarse en la mesa de al lado con unos amigos también peregrinos. Fue una alegría vernos. No nos habíamos visto desde ayer al bajar de los Montes de Oca cuando yo me tomaba un bocata enorme de tortilla francesa en el bar que hay junto al monasterio de San Juan de Ortega. Qué cosas.
Para mañana tengo un mal día. Una jornada de 31 kilómetros y pico y con la mochila al hombro. Pues por el hotel donde duermo no pasan a recoger mochilas. La crónica de hoy la dejo aquí. Me voy a dar un paseo por Burgos hasta la cena.
BURGOS: Fundada en el año 884 por Diego Rodríguez Porcelos, Burgos es una ciudad que debe parte de su importancia al Camino de Santiago. En ella se asentaron mercaderes y artesanos y se construyeron hospitales (llegaron a existir más de 30) y durante siglos se convirtió en una de las urbes más importantes de España. Su catedral es una de las más famosas del mundo. Se comenzó a construir en 1221 (Fernando III el Santo puso la primera piedra) y se necesitaron tres siglos para terminarla. El templo tiene cuatro puertas principales, a cada cual más bella, y de la fachada principal sobresale la decoración flamígera. En el interior está el sepulcro del Cid y sobre el triforio se encuentra el famoso Papamoscas, autómata que canta las horas abriendo la boca y empuñando el badajo de una campana. Los monumentos de Burgos dignos de visitarse son innumerables: la iglesia de San Nicolás, la de Santa Gadea, la Puerta de San Esteban y en extramuros la Cartuja de Miraflores. A la salida de Burgos se encuentra el magnífico Hospital del Rey, el más importante de la ciudad y el monasterio cisterciense de Las Huelgas con un conjunto de edificaciones que van desde el románico al gótico.
ERES MI HEROE, OTERO. YA EN BURGOS Y COMO UNA ROSA. MUCHOS ANIMOS. ESPERANDOTE YA EN EL OBRADOIRO.
Muy bien! No nos cuentas más de tus dolencias o es que no tienes? Por la tarde sigo, voy con dias de retraso. En un rato te llamo