Me sorprenden estas ciudades y pueblos de Navarra y la Rioja. Parece que se han quedado atrapados en la mitad del siglo XX. A Nájera le salva la Nájera antigua, la que sestea a la sombra del murallón de piedra, a la orilla del Najerilla. En aquel reducido espacio en el que se impone el monasterio y la iglesia de Santa María La Real, unos cuantos bares consiguen abrirla al siglo XXI. Allí se dan cita los peregrinos. Los que están de paso y los que la eligen como parada de descanso después de habar caminado los 30 kilómetros que la separan de Logroño. A Santo Domingo de la Calzada no lo actualizan los peregrinos.
Ya sabéis aquello de que si quieres saber cual es el centro de una ciudad pregunta dónde está Zara. Paré a dos jovencitas ya maquilladas que paseaban por el Espolón y les pregunté por el centro y como solo sonreían les pregunté por dónde está Zara, Breshka, Stradivarius a sabiendas de que allí no existirían. Ay! Gimieron. Dónde te crees que estás? Aquí no hay nada de eso. Y los mejores comercios, los más modernos, por dónde están? Maticé. Pues por aquí y doblando esa esquina y dando la vuelta a esta manzana. Me contestaron. Es que quiero comprarme unas sandalias. Y di la vuelta a la esquina y me encontré con un anuncio de Vanguard. Y me acordé que el fabricante de Vanguard había suspendido pagos a principios de los 80. Por lo menos.
Acabé mi paseo de inspección por el pueblo que ya había iniciado antes de comer y decidí meterme en la única pastelería que encontré, que está en el espolón y creo que se llama Isasi. No tenían los famosos ahorcaditos pero me comí dos gallinitas. Los dos, el ahorcado y la gallina son los protagonistas del milagro de Santo Domingo. Pero por lo que parece la gallina ha desplazado en la actualidad al ahorcado. Las gallinitas de hojaldre y cubiertas de almíbar tostado estaban rellenas de mermelada de melocotón. No se lo trabajaron mucho. Mermelada Hero y se acabó. Pero no estaban mal. También me comí un montadito de bizcocho y mantequilla que la pastelera dijo que no tenían nombre. No le creí, porque de alguna manera le llamarían los reposteros. Bocadillitos, montaditos… hoy hice media docena de los churritos sin nombre. Pero insistió en que no tenían nombre. No quise pelearme , aunque sentí no hacerlo porque me sobraba el tiempo. Ya que no me apetecía subir al campanario, que es lo que pueden hacer aquí los turistas. Subir para ver el campo. Ese campo ondulado y suave en el que amarillea la colza entre los verdes, por ahora, campos de cebada y trigo
No sé si hay o hubo un restaurante de nombre El Ahorcado o La Soga; pero sí lo hay de La Gallina. Hoy comí en él. Habas rojas con chorizo y , para rebajar el colesterol, merluza a la plancha con lechuga. Cuando iba a pagar me preguntaron si era peregrino. Y le enseñé los pies descalzos dentro de unas sandalias de ducha. Es que a los peregrinos les hacemos un descuento. Bienvenido! Y me lo hicieron.
Hoy me deprimí un poco. No ayudan nada estos pueblos por los que andamos. y mucho menos mi bajo nivel de inglés. El inglés es fundamental para relacionarte en el Camino. La mayoría son extranjeros y , aparentemente, son los más atractivos para mantener una charla. A los españoles les temo. Aparte del catalán, que hoy creo haber entrevisto en un restaurante en el que entré a mirar el ambiente, hay dos, creo que madrileños, que tienen toda la pinta de ser jubilados de una organización mafiosa. Tienen una pinta de matones que no la suaviza ni la ropa que llevan puesta. Van como de tiroleses, con pantalón por la rodilla y sombrero. Están todo el día juntos y como esperando que fuera a suceder algo. A lo mejor vienen a cargarse a alguien. A algún coreano o americano. Hoy me paré con ellos. Estaban tomándose una cerveza en el Espolón, que es el paseo peatonal, con cuatro bares que hay en el centro de Santo Domingo. Pero solo hablamos de dónde dormir. Hoy también me encontré a otro paisano que me adelantó con prisa unos kilómetros después de haber salido de Nájera, antes de llegar a Azofra. Hola!, Hola! Hablas español? Si, le dije. Soy español. Ah! Es que somos tan pocos. Si, es verdad, le respondí. Qué bonito, verdad? Si, muy bonito. Es un paisaje precioso, le volví a responder. Este año el trigo va a haber que cogerlo con motosierra, me dijo. Y me quedé perplejo, porque a nuestro alrededor solo había campos con cepas de vid. No sé de trigo, le respondí. Yo tampoco, me dijo. Y a minoré el paso, cómo iba a ir veinte kilómetros hablando con este hombre.
Para la jornada de hoy solo había dos posibles paradas. Una a 5,7 kilómetros en Azofra y otra en el km 15, en Cirueña. Algunas guías hablan de un merendero en el kilómetro 13. Pero un merendero sin nadie que te sirva la merienda no resulta útil a los que no vamos cargados con fruta, latas ni pan. Así que yo planifiqué hacer las dos paradas. Me duele una rodilla y para mañana nos aguarda otra caminata de 27 km..
Esta noche no fue de las mejores. A las tres me despertaron dolores en las dos piernas. Como ya me había tomado un paracetamol al acostarme, estuve esperando a las cuatro para tomarme un Ibuprofeno. Con todo ese enredo me desperté tarde, eran las seis y veinte y salí al camino a las siete y cuarto pasadas. Ya había luz y aproveché para hacerle algunas fotos de despedida a Nájera.
En el camino no estaban las personas con las que había coincidido en jornadas anteriores. Mi retraso al levantarme me obligaba ahora a cambiar de acompañantes. Bueno, tampoco era importante. Al final por la diferente velocidad o amplitud del paso, nos vamos separando. Lo que ocurre es que mientras los que madrugamos llegamos a no vernos en los largos trechos de hasta dos kilómetros que atraviesan los campos de cereales o de vid, hoy en esas distancias llegué a contar hasta a diecisiete peregrinos diseminados por ese espacio.
En Azofra nos paramos a desayunar algunos. Eran muchos los que no se detenían. A ellos los encontraría después en el merendero. Yo me tomé medio bocadillo de jamón, un zumo natural y una zero. Me cobraron 6,50. Mas de lo que me cobran en Santiago. Y Azofra no es Nueva York. Un poco antes de detenerme en la Posada del Peregrino, había estado fotografiando algunas casas del pueblo. Una de ellas yo creo que es de las mas pequeñas casas que he visto. Y más pobres
Los campos de vid se fueron reduciendo a medida que avanzábamos hacia Cirueña. Volvían los campos de cereales y de Colza. De nuevo el juego de verdes y amarillo. Pero de nuevo también el paseo por el campo silencioso. Un placer. Aunque no durante toda la caminata. Durante mucho tiempo el ruido de la autopista mas o menos próxima nos acompañó como si fuera el de un avión volando permanentemente sobre nuestras cabezas. De todas formas fue una agradable y hermosa jornada
El merendero estaba, como anunciaban las guías, en el kilómetro 13 y allí había un joven de Cirueña con un cajón exponiendo variada mercancía, desde fruta a recuerdos, precedido de un letrero en el que leía, no tengo trabajo, en español y en inglés. Cuando lo alcancé le dije, pues ya tienes trabajo, eres vendedor de fruta, galletas… y le fui nombrando todo lo que exponía. Cogí dos mandarinas y le pregunté cuanto era. La voluntad, me dijo. No, prefiero que me digas cuanto es. Y me respondió diciéndome que el estado no le daba trabajo y que él prefería someterse a la voluntad de los peregrinos. Me dio pereza hablar con él. Saqué las monedas que llevaba en el bolsillo y le eché las menores de un euro. Serían 90 céntimos que para dos mandarinas me parecía suficiente. Pero con la mala suerte que el dinero cayó rápidamente en el cajoncito de las monedas y solo un céntimo se quedó retrasado en la palma de la mano, momento en que el ciudadano en paro miró para ver lo que le echaba. Y vio como caía un solitario céntimo en su cajón. Nos miramos y ninguna de las miradas expresaba nada. Así que saqué un euro y se lo eché en el bote. Un alemán que estaba sentado en el suelo junto a aquel mercadito, soltó una carcajada. Y yo me fui pelando las mandarinas, que estaban amargas.
Los dos kilómetros que separan el merendero de Cirueña se recorren junto al cierre de un campo de golf y de la urbanización adyacente que parecía estar vacía. Al menos, muchas de sus viviendas estaban en venta y algunos edificios estaban a medio construir. Entre la urbanización y el pueblo una cuadrilla de obreros trabajaba en una zanja abierta en la mitad de la calzada. Me paré a hablar con uno. Y le pregunté cómo iba la cosa. Mal, me respondió. Este gobierno acaba con todo. Y me reí. Le pregunté si había gente en la urbanización que a mi me parecía vacía. Mucha no hay, dijo, pero vienen en los puentes, los fines de semana y en vacaciones. ¿Vienen de Logroño o de Burgos?. No, no. Vienen de Navarra . De Navarra?. Si, si de Navarra. Le puedo hacer una foto? Vale. Click! Adiós y gracias. Gracias a usted.
Yo estaba dispuesto a parar en Cirueña. Llevaba 15 kilómetros y quedaban todavía 6 para Santo domingo. Así que busqué un bar. El camino roza el pueblo y ni un solo bar está en la ruta. Empezaba a llover y nadie parecía tener interés en descansar, pues todos se iban siguiendo el camino de las flechas amarillas que indicaban de nuevo la salida a campo abierto. Justo en la última casa, en un poste había una flecha que decía, Bar. Seguí las indicaciones y a punto estuve de renunciar. El único bar de Cirueña estaba detrás de la última casa. frente a la iglesia. Me tomé un pincho de tortilla recién hecha y dos zeros y pagué 4,50 euros. Después llegaron unos franceses que pidieron unos riojas y unos ingleses que escogieron unos cafés. Se había puesto a llover y saqué de la mochila la ropa de aguas y me puse en marcha.
El camino estaba solitario. Solo un chico rubio y sonrosado que no era español, apareció un poco más tarde. Le esperé . Prefiero que en las fotos salga alguna persona. Da una idea del tamaño del paisaje y humaniza la foto, le da vida. Bueno, a veces no es necesario, por ejemplo, cuando hay un árbol o unas pacas de hierba. Lo del árbol solitario me gusta mucho y hoy retraté muchos. Cuando los veo me pregunto siempre como resistirán ahí. A veces en el medio del labradío, incomodando el trabajo del tractorista. Pero ahí están. Solos. Qué valor le verán los propietarios de la tierra, por qué no los cortan? Por pena o por no pasar el trabajo?
Bueno, precisamente a la entrada de Santo Domingo de la Calzada, hay una especie de mesa de cerámica en la que se puede leer, que en el tiempo en que Santo Domingo construyó el puente para que pudieran los peregrinos cruzar el río Oja, esta tierra estaba cubierta de bosques. Los que quedan son la muestra de que los bosques no existen aquí porque sus vecinos no quieren. Y yo me acordé de Meis donde los espesos pinares que allí existen eran suaves y ondulados campos de hierba en los años cuarenta del cercano siglo XX. Y con estas acabé la etapa.
Fotos preciosas!
Quisiera puntuslizarte varias cosas de tu visita en Santo Domingo de la Calzada… te diré que dejastes de visitar degustar en la mejor Pasteleria de Santo Domingo de la Calzada.. la Cuna de los Ahorcaditos y asi habrias probado los Ahorcaditos no una imitación vulgar. Que nunca pudierón vendertelos por Ahorcaditos. Pues estan Registrados y Patentados por Pastelería Isidro… compruebalo en su web.. y la web de la de Isasi que lo vende por producto tipico y en donde venden las gallinas que has descrito… y te diré di realmente la gallina a desplazado al Ahorcadito por qué hacen imitaciones. El autentico ahorcadito lleva una crema de almendra.. espero que algún dia ye des el gustazo de saborearlos.. y sabrás porque son tan famosos… Saludos