Hace días, exactamente desde el primer día de este mes, que camino dos horas como mínimo. Llegué incluso a cinco en tres ocasiones. Estoy entrenándome para poder hacer el camino francés. Espero empezarlo durante la segunda semana de abril. En la que sigue a la Semana Santa. Voy a ir solo. Bueno, con la cámara y el ordenador que es como ir con alguien, con un trasunto de uno mismo, como un álter ego, como un clon de uno mismo, como ir con el protagonista de una novela que tu mismo estás escribiendo y con el que te ves claramente identificado. Muertos mis dos íntimos amigos desde la infancia, amistades «del alma tan temprano», quizá solo en mi mismo encuentro aquella confianza sin restricción alguna, aquella conexión total sobre un reconocimiento exhaustivo de lo qué éramos, de como éramos. Sin embargo, la soledad también me asusta por momentos.
A veces pienso que no tiene mucho sentido que peregrine a Santiago, que camine 770 kilómetros para llegar a la ciudad en la que estoy. No creáis que no le doy vueltas. De entre todas las razones en las que busco la justificación de que me vaya a pasar casi cuarenta días caminando y viviendo en malas condiciones, no destaca ninguna. Diría que no encuentro ninguna razón que me empuje a este esfuerzo, sino fuera porque estoy seguro que alguna razón tiene que haber. Así que me esfuerzo por encontrar los motivos que me echan al Camino.
Javier A. me contaba que su mujer había hecho diferentes etapas del Camino en distintas ocasiones, y que de todos los viajes que había realizado, el camino era el que más satisfacciones le había producido. Tanto, que siempre estaba dispuesta a echarse a andar camino de Santiago. Y para realzar la importancia de lo que me decía, me contó que además de haber visitado todas las ciudades importantes de Europa, se habían pasado dos semanas recorriendo Escocia, y algo más de una semana en la selva del Amazonas e, incluso, conviviendo un tiempo con los Tuaregs. La mujer de Javier, Josefina, es una mujer fuerte y decidida, a la que admiro por muchas razones, entre las que está su postura ante la vida, llevando con autoridad y aparente desdén la mutilación de su laringe a causa de un cáncer. Su experiencia me sorprendió porque no la imagino víctima misticismo.
No era la primera vez que oía hablar de los efectos del Camino en el ánimo de los que lo hacen, esa sensación de haber hallado la paz y el equilibrio personal. A los que me lo contaron siempre les respondí de la misma manera: es el efecto de dedicarse a hacer ejercicio exclusivamente, lejos de cualquier preocupación a la que tengas que responder inmediatamente. Y yo les contaba el efecto que tuvo en mi el servicio militar, la puta mili. Que nunca volví a sentirme tan seguro de mi mismo y tan fuerte como aquel invierno en que me pasé en Figueirido, lejos de todo, haciendo ejercicio con un fusil en la mano.
Y la verdad, volver a encontrarse tan bien, bien vale una caminata de setecientos kilómetros.
Si tuviera que buscar una segunda razón no se me ocurre otra que la de enfrentarme a mi mismo durante 40 días. Está muy unida a la anterior. Es el ejercicio físico, con el futuro aplazado cuarenta días, pero con una buena dosis de soledad. Aunque la reduzca, en gran medida, al ir con Rodolfo Lueiro, mi álter ego redactor y fotógrafo de este blog.
Y la tercera razón. El viaje a la Edad Media. El Camino es el gran invento de la Edad Media que acabará perfilando todo un continente. Pues es en la Edad Media cuando se hace el camino, cuando se jalona de iglesias y de hospitales, Desde la presencia de Roldán (muerto casi cien años antes del descubrimiento del sepulcro) al inicio del camino muerto por los sarracenos, aunque lo hubieran matado los vascones para robarle el tesoro que se llevaban después de haber arrasado Pamplona, hasta los Reyes Católicos que ordenaron la construcción del Hostal en Santiago de Compostela, como hospital de peregrinos. Es imposible hacer el camino sin tener presente la Edad Media
Pues esas pueden ser las razones, mas alguna otra que barrunto y que todavía no acabo de concretar, pero que está ahí también empujándome a hacer un viaje en el que hay que andar mucho, dormir en lugares para pobres, incómodos y escasamente higiénicos, y comer peor, pues no es con el estómago lleno como se anda mejor.
Bueno, pues llevo unos días entrenando, aunque haya días, como el de hoy, en que me veo obligado a descansar. Parece que me está empezando un gripón y no tengo fuerzas suficientes para echarme a andar sin destino alguno. A pesar de este derrumbe que padezco, todavía intento convencerme de que dos horas no son nada. Para colmo ahora se ha puesto a llover.
En estos primeros veintitrés días habré caminado unos doscientos cincuenta kilómetros y todavía no me he acostumbrado a mis nuevas zapatillas. Las mejores, las que más me recomendaron los expertos. Ayer no caminé tampoco porque una uña empezaba a clavárseme.
Hace unos diez días acudí al podólogo para que me pusiera los pies a punto, porque sentía molestias en los dedos gordos y alguna rozadura amenazaba con hacerme ampolla. Fui al día siguiente de hacerme una colonoscopia. Creí que mi estrés se había diluido después de que el médico me dijera que no había nada mortal, pero solamente se había agazapado. Siéntese, me dijo el callista señalándome una especie de tumbona como de dentista. Y me puse nervioso. Y si se desmaya y me corta un dedo? y si pierde la razón y me arranca la uña? Y si me corta y se me infecta el pié? rechacé todos mis temores uno a uno pero mientras me concentraba en dominarme me pareció que me estaba destrozando los pies. Sin embargo, le dejé hacer aceptando el prestigio que tiene en la calle. No me fui muy convencido y me despedí diciéndole que volvería antes de comenzar la caminata. Y ayer tuve que ponerme un algodoncito debajo de la uña, para levantarla e impedir que se me clavara y hoy ya no me molestaba. Me asustan los problemas con los pies en El Camino.
Y no os entretengo más, si tal cosa he conseguido. Que con lo dicho da para poner en pié este blog y, además, me voy al entrenamiento. Que todavía faltan dos horas para que llegue la noche y es un buen momento para caminar diez kilómetros.
Animo Javier, seguro que encuentras una razón que justifique tu camino.Tus amigos ya la tenemos, y es el placer de escuchar tus aventuras una vez que llegues a tu destino, que no es otro que Santiago.BesosBebel
He realizado muchas pateadas en mi vida castrense , algunas de 20 horas caminando, . El calzado es fundamental, baselina para las rozaduras, ten mucho cuidado en cortarte bien las uñas o se te irán clavando en la carne hasta que llores de dolor, lleva varios tipos de calcetines, debes cambiartelos amenudo para que el pie respire. Si te salen ampollas, la forma más eficaz, pero también dolorosa es atravesar la ampolla con hilo y dejar que este absorba el liquido, vas cambiando el hilo hasta que todo el liquido desaparezca, otra opción, y esta por momento es de ordago es inyectarle betadine a la ampolla directamente pero por unos segundos crees morir. la mochila es otro punto muy muy importante, preocupate de la balanza de pesos y carga el mayor peso abajo. no te olvides de unos buenos ibuprofenos y fastungel, las rodillas sufren mucho en etapas continuadas caminando, las tendinitis estan a la orden del día. entrenas con mochila? yo te recomendaría uno de cada tres días de entrenamiento cargarte un poco de peso. por último, te deseo mucha suerte en esta aventura, si necesitas cualquier cosa.. you know!
Que bueno volver a leerte,Rodolfo
Te va a pesar el ordenador, eres un osado. En la mochila hay que medir hasta el tamaño de la pasta de dientes, ya verás. Yo te recomiendo Espidifrén, un antiinflamatorio fantástico para las agujetas. ¡Un placer reencontrar tus comentarios! Por cierto, me recuerdas a un tipo que acaba de publicar tres tomos de Memorias, que se llama Iñaki Uriarte. Ánimo.