Angola está en paz y reconciliada. Lo dice todo el mundo y solo un español podría poner en duda que este acuerdo sea general, verdadero y profundo. En un país como el nuestro en que después de setenta años seguimos recordando la guerra civil cada cierto tiempo, con razón o sin ella, resulta inconcebible que en Angola todo el mundo insista en que la guerra está olvidada, que pertenece al pasado. La reconciliación es profunda y verdadera. No hay más que mirar a los países de alrededor, dicen, para saber que es mucho mejor olvidar, pasar esa página de la historia, darla por escrita y empezar un nuevo capítulo. Esa es la opinión generalizada de los angolanos. Sin embargo, a algunos de los que estamos de paso nos sigue llamando la atención que persistan las huellas de la guerra, que todavía permanezcan muy visibles en muchas de las ciudades de la provincia do Bié, como Kuito.
Lo de las casas ametralladas y bombardeadas hay que mirarlo teniendo en cuenta lo costosa que es su restauración, dicen. Y es verdad que en pocos años Kuito se ha recuperado en su mayor parte. Porque la ciudad quedó casi destruida en su totalidad y ahora no quedarán, en el centro, más de docena y media de casas en que se puedan contar las balas y los morterazos. Y para los escépticos, que mostraban el recuerdo de la guerra que los Hermanos Maristas habían dejado sin restaurar en la fachada de su colegio, hay que decir que desde hace una semana, en que se le ha pasado la plana con el cemento y se ha igualado en el color al resto de sus edificios, ya no queda ni rastro de la contienda en su fachada. Es verdad que rezando el padre nuestro, como rezarán, al menos una vez al día, no haría falta ninguna otra razón para darle cemento al pasado. Pero también es verdad, entra en juego la medida de lo que somos, que recientemente Los Maristas le han cambiado al gobierno provincial do Bié una gran parcela en el centro de Kuito por la construcción de ocho nuevas aulas para su colegio. Una negociación que podría abarcar otras cuestiones.
Pero si todo el mundo dice que la guerra está olvidada, que todos los angolanos son hermanos, estar buscándole las debilidades a esa decisión tan honrosa y ejemplar no es bueno. Y se comprende que el rencor y el odio estén peor vistos aquí que en cualquier otro sitio. Y quien los tenga, que seguro que lo habrá, tiene que guardarlo para la intimidad. No olvidar la guerra no aporta nada bueno a la sociedad angoleña.
Y lo de las farolas? Una casa tiene una reconstrucción costosa y no todos los propietarios tienen capacidad económica para llevarla a cabo. Pero y las farolas? Porque al lado de las nuevas instaladas todavía permanecen las viejas, que ya no funcionan, y en las que pueden contarse los agujeros de los disparos. Y te responden, dependiendo esa tarea de la municipalidad, no tiene otra explicación que la falta de presupuesto. Y será verdad. Habrá que aceptar que lo de Angola es un ejemplo para el mundo. Y, sobre todo, para el mundo africano.
Pero reconoceréis conmigo, inteligentes lectores… Tu no, José Antonio, tu no, que el Señor no te ha dado capacidad para entender estas cosas, decía el hermano Jesús, cuando pedía voluntarios para demostrar que habían entendido sus explicaciones. Que lo de Angola es envidiable y más en una ciudad como Kuito, que durante muchos años fue campo de batalla y donde sus ciudadanos dividen su simpatía entre el MPLA, partido en el Gobienro, y la UNITA, el de la oposición. Claro que hay que tener en cuenta que este porcentaje me lo ha dado uno de la oposición.
Hay días que te levantas para ir a renovar el visado y acabas hablando con mucha gente sobre cómo están las cosas. Por cierto, que hablando y hablando invité a uno de mis interlocutores a un desayuno en la “Cafetería Esplanada” y acabé tomándome yo los dos pequeños almuerzos. Le pedí pan tostado. Eso no es normal aquí, por lo que tuve que decírselo, dadas mis limitaciones lingüísticas, dos o tres veces. Pero cuando ya tenían claro que solo quería pan, exclusivamente pan a la plancha. Se me ocurrió añadir, que ya le echaré yo unas gotas de aceite. Casi me traen pan frito. Puede ser un exceso de querer hacer las cosas bien, pensé, o también la falta de práctica en atender a gente que pide cosas fuera de lo común. Mi acompañante lo probó y se disculpó diciendo que él come muy poco pan. Yo me comí lo mío y cuando mi acompañante renunció a su ración, le pedí permiso y la devoré también. Eso, que le debió de parecer una muestra de confianza, que no de hambre, viniendo de un hombre que se permite el lujo de invitar a desayunar, le dio pie a preguntarme si en España existían asociaciones de gente joven que se dediquen a preocuparse por los problemas de su país. No se si fue el desayuno o la conversación pero me levanté de la mesa como más optimista.
El resto de la mañana me la pasé yendo de un lado para otro, a revelar unas fotos, a comprar algo para comer al medio día, y a caminar sin rumbo determinado. De ese paseo son algunas de las fotos del día. De todas, hay dos que me parecen más representativas, la de los guardias de seguridad y la del remolino de mujeres a la puerta de una casa viendo la ropa de una vendedora ambulante.
La de las mujeres no da la imagen real de lo que ocurre. No solo con la ropa, en otras ocasiones es con la fruta o con el pescado. Una mujer llama desde la puerta de su casa a una vendedora y enseguida se lía un mercadillo. Es muy posible que se añada la vecina y otra mujer que pasaba por la acera y otra vendedora que ve una oportunidad y se apunta y así sorprendí en varias ocasiones a grupos de mujeres sentadas en las escaleras de una casa mientras las vendedoras les van exponiendo sus productos. Se habla de todo e incluso se invita al fotógrafo a que fotografíe lo que quiera mientras solo sea al pescado seco o a la fruta, me dice la dueña de la casa. Y así lo hice, que remedio.
Los guardias de seguridad, son otra historia. Los hay de muchos tipos. Los hay que parece que se van a la guerra y que no sabes exactamente si son parte de un ejército o no, como los que van recaudando el dinero por las tiendas de Unitel, que van de cinco en cinco, con chalecos antibalas y ametralladoras. Uno vigila y da las órdenes en voz alta, enérgica y cortante, y los otros cuatro rodean al del todoterreno familiar que se bajó a la tienda de móviles a coger la caja del día. Cuando se mete de nuevo en el todoterreno blanco y sin distintivo ninguno, los soldados trotan a otro todoterreno de color oscuro, se suben a la trasera y con las ametralladoras bien visible se van siguiendo al del dinero. Y los hay que vienen directamente de su casa de adobe con las chanclas puestas y un táper con frijoles para la mitad de su horario. Los de la foto son de los profesionales pero sin armas. Los tres son de tres compañías privadas diferentes, están uniformados. Los tres hacen guardia en tres negocios diferentes que están seguidos en la misma calle. Hoy había tres, pero a veces son cuatro o cinco. Yo les saludo al pasar desde el primer día y ellos me responden siempre, como es habitual. Hoy, bien se les ve, estaban relajados y hasta una foto les pareció divertido.
Camino de casa me encontré con un revuelo de mujeres que sentadas en el suelo esperaban algo o a alguien, no me enteré. Les hice la foto disimuladamente, para que veáis que aquí no existe el menor reparo a sentarse en el suelo cuando el cansancio lo aconseja.
Hice mas fotos, la última, entrando en casa, la de un hombre subido al árbol del vecino cogiendo mangas, como le llaman aquí, que es una fruta que les encanta. En nuestro patio hay un mango, uma mangueira, que de vez en cuando deja caer su fruta. Suenan los golpes de la manga contra el suelo o contra los tejadillos de lata de la peluquería y del pequeño súper edificados en la parcela. Una vez, una de las peluqueras que me vio limpiando el jardín, abrió la ventana y me llamó para que me acercara. Dame una manga, me dijo. Y yo, que estaba a otra cosa, por entre la reja le hubiera pasado el brazo sino estuviera de manga corta. Así estuvimos un par de instantes en que ninguno de los dos entendíamos nada. Después nos aclaramos y le empecé a dar todas las que había por el suelo pero todas, menos una, estaban podridas. No se caen de maduras, se caen de pasadas. Una pena, le dije Pero cogió la manga aceptable, me dio las gracias y cerró la ventana sin mas.
Hoy fue lunes, se me acabó el permiso de residencia en este país porque ya hace un mes que estoy aquí. Mañana, sobre las doce, me dicen si puedo quedarme unos días más. Por qué pide usted cuatro días mas? Porque es lo que necesito. Pues nosotros solo concedemos permisos de treinta días de duración? Ah! Le hubiera contestado, pues deme usted los treinta días que ya me los gastaré en casa, pero estábamos en un cuartucho de menos de veinte metros cuadrados y había mucha gravedad y trascendencia en el ambiente, así que guardé silencio y esperé a que el agente resolviera. Mañana a las doce. Muy bien, le dije repitiendo lo que me había dicho, mañana a las doce. Si, si, mas bien después de las doce, corrigió.
Ahora que ya no te queda nada ahí , ¿quien va a seguir con el reportaje de la recuperación de kuito en la posguerra?Me gusta la foto del niño con la caja y el cochazo detrás, impresiona! Muchos besos