Es domingo por la mañana, mi último domingo en Kuito y en Angola, el jueves inicio el viaje de regreso. El sábado por la tarde espero estar en casa. No salí a primera hora. Más bien salí tarde, ya estaba una de mis vecinas habituales instalada en la acera vendiendo la fruta de su huerta. Hoy había abierto un paraguas, me imagino que para proteger su mercancía del sol que en las primeras horas calienta la acera de este lado de la calle. Decido ir en dirección contraria, pero le hago una foto, no quiero perderme el efecto que a estas horas me saluda nada mas salir de casa.
Cuando estaba haciéndole la foto oí a un hombre dando gritos. Me llamaba la atención por hacer fotos? Me doy la vuelta y lo veo venir gesticulando y dando voces que no entiendo. Irremediablemente buscas en el disco duro de tu cabeza una escena vivida que te sirva de comparación. Ojo! No entrar en el apartado de escenas de series de tv porque puedes salir corriendo. En milésimas de segundo veo al Miñocas, a estas mismas horas, dándome gritos mientras cruzo la Plaza do Toural. Gesticula igual y la distorsión en la voz es parecida. El hombre angolano ya está tan solo a dos metros de mi. También el brillo de los ojos se le iguala. Me relajo y le sonrío. Está muy pasado, posiblemente sea su estado habitual. Solo quiere que le retrate a él. Lo retrato, por un momento me parece un oriental negro.
Sigo, doblo la esquina y me encuentro dos motos con tres personas encima, siendo en los dos casos, uno de ellos un niño. Casi las cojo a las dos, una se me escapa por la izquierda de la fotografía, por detrás del árbol se adivina a la mujer y al niño que lleva a la espalda. La otra moto, aunque algo movida, se ve con detalle que el conductor lleva al niño delante. Y la multa por ir sin el cinturón de seguridad en el coche es de 10.000 kwanzas, la quinta o la cuarta parte del salario de un trabajador de oficinas bien remunerado.
Hace sol, es una mañana de verano deliciosa. He desayunado en casa una barra que sobró del pan de ayer, tostadita y con aceite de oliva portugués. Así que decido ir hacia la panadería. Podría ir hasta el fondo de la calle y al llegar a la avenida torcer a la izquierda, pero prefiero ir callejeando, por el medio de estas casas de la parte de atrás del Sporting Club Petróleos de Bié. Hay, por lo menos tres chicos lavando coches. No debería de llamarme la atención. En España es el deporte favorito para las mañanas de los domingos de la mitad de los habitantes de las urbanizaciones de adosados. Y aquí, además, es algo que se ve a diario. Pero por la semana son los niños de la calle los que le lavan los coches a sus dueños. Y hoy domingo me parecen que son los propietarios y sus hijos los que se afanan en dejar el coche como nuevo.
El agua no es un problema para la mayoría de las casas del centro. En casi todas hay pozo, menos en la nuestra que hay algo parecido. En el jardín está enterrado un depósito que se llena con el agua de la traída. Tiene un flotador, como el de una cisterna, es el de una cisterna, que cuando el agua llega al tope, cierra la entrada del agua. Pero hoy, pese a ese depósito no tuvimos agua en casa. No funcionó la motobomba que tenía que subirla.
En la misma calle, un poco mas adelante, hay un hombre arreglando el camión. Está tirado debajo de él, con la caja de herramientas abierta sobre la acera. No fue el único, delante del despacho de El Cooperante, había tres hombres descuartizando una furgoneta. Estaban poniéndola a punto.
La verdad que mi intención hoy era, como es domingo, retratar a la gente vestida de domingo, de fiesta. Es una costumbre que nosotros ya hemos superado. Y sin embargo, ahora y aquí, en Kuito, resulta como enternecedor ver a todo el mundo con sus mejores ropas para ir a sus oficios religiosos o simplemente a pasear. Quizá despierte en mi alguna añoranza del pasado, pero me extraña, nunca me gustaron los domingos. No se, pero se le ve a la gente vestida para una celebración y esos aires de fiesta siempre contagian, animan.
Yo no, yo no me he vestido de fiesta. Es más voy vestido fatal. De pijama, como dice Maité que me visto desde que he descubierto la camiseta. Si, voy con una camiseta y un pantalón muy finito y con botas de caminante. De dominguero en la montaña. Impresentable en el centro de Kuito. Pero ya se sabe que los extranjeros, en todas partes, incluso en el extranjero, tienen excusa. Les dispensan sus raras costumbres.
Bién pues iba yo dispuesto a retratar a gente vestida de domingo y me encuentro a una señora intentado sacar algún valor de la porquería de un contenedor de basura. Y le hice la foto, de espaldas. Ya sé que en España esto cada vez llama menos la atención. Pero a mi todavía si. De entrada es como si vieras a un buscador en contenedores rebuscando en el contenedor de unos buscadores en contenedores. La necesidad elevada mucho mas allá del hambre. Pero no, esta imagen nos habla de que también aquí hay ricos y pobres, aunque los ricos sean muy poquitos y no posean nada mas que una casa, casi siempre muy destrozada, y un todoterreno impecable.
Sigo, vuelvo a torcer, en este caso a la derecha y enfilo ya la calle que me va a llevar a la panadería. Pero en la última manzana de la calle, antes de llegar a la Avenida, me encuentro con una escuela pública, la número 225, que ledieron el nombre de Antuness Capusso y que estuvo financiada por el Fondo de Apoyo Social. Todas las escuelas están numeradas y algunas, no todas, se han utilizado para homenajear a un personaje o para marcarle a los niños un modelo de persona a seguir. Ignoro quien es Antunes Capusso. Si lo leo fuera de Angola diría que un portugués, o un italo-portugués. Capusso no conozco a ninguno; pero a Antunes, unos cuantos. De todos ellos me quedo con Lobo Antunes, aunque me quedo con el Lobo Antunes columnista en Público antes que con el escritor. Aunque estará en la Historia de la Literatura Portuguesa y no se recordará como columnista.
Cuando yo trabajaba en la agencia de noticias, terrible experiencia en la ápoca de Manuel Fraga. Terrible, de verdad! En todos los aspectos. Y pensar que se han ido todos de rositas. Aquellos si que eran escándalos. Como los de las Caixas o Pescanova que se fraguaron y fortalecieron entonces. Y Fraga el mayor encubridor, el mayor responsable. En la agencia recibía todos los días el diario Público de Porto y en el suplemento dominical escribía Lobo Antunes. Después un amigo que había vivido en Portugal, hijo de emigrantes en Lisboa, me regaló todos los libros que tenía publicados en castellano. Un detalle, el primero. El segundo fue robarme la cartera.
Crucé la avenida y una manzana antes de la panadería un montón de mujeres empieza a llamarme desde la acera de enfrente. Eh!, Eh! Foto, foto. A nosotras, a nosotras. Qué mina, pienso. Son por lo menos siete. Y se ponen a hacer posturas de baile. Bien, bien. Tranquilas. Que afición, que gusto. Y empiezo a retratar a mujeres en parejas, a mujeres solas, a mujeres con niños, sin ellos, en postura de enamorada, en posturas provocadoras, en plan madre. Hasta que me canso y les digo, que me voy. Que no hago más, que ya las retraté a todas varias veces. Y es entonces cuando descubro la razón de esta oferta. Entre ellas reconozco a una de las mujeres de la panadería a la que le había regalado unas fotos que le había hecho. Y ahora quería llevarme junto a su madre y unas amigas. No, no. No puedo, tengo que irme, les grité mientras me escapaba sin poder entrar a comprar el pan.
Me fui a la Plaza Espello da Agua y allí me encontré con muchos niños vestidos de domingo. Incluso pude retratar a tres cuando fueron a comprar unos helados. Que aquí el heladero lleva en una nevera de esas que se llevan las familias los domingos cuando van a comer a la playa o al campo, llenas de cervezas y refrescos. Y los helados son unos polos congelados que la madre del heladero ha preparado la noche anterior en su casa.
Para muestra de higiene, él no los toca. El heladero le da una bolsa de plástico a las niñas y son ellas las que metiendo la mano en la bolsa cogen el polo que les apetece. A veces tienen estos gestos de higiene. En la panadería, las dependientas no tocan el pan con sus manos, nunca. Siempre te lo sirven con sus manos metidas en bolsas de plástico. Fue una pena que no me dejaran fotografiar, en la parte de atrás, como hacen la masa, donde la hacen y como la amasan y la falta total de limpieza que hay en el local. Y como vi yo los panes tirados sobre unos plásticos sobre los que andan las mujeres que después se los llevan a vender en grandes bañeras de plástico. Pero algo de higiene siempre se agradece.
También hay en la plaza una chica habiéndose retratar por una amiga en distintas posturas y en distintos lugares alrededor del estanque en que el que hay dos figuras de mujer desnudas. Aquellas que le dieron el nombre de Plaza da Vergoña inicialmente a esta plaza, porque de ellas manaba el chorro que llenaba de agua el estanque. Hoy seco por la contingencia de las fuentes.
De repente, por un lateral de la plaza se me escapa un figurín. El joven mas elegante de Kuito, de toda la provincia de Bié, por lo menos. Tiene mil fotos, pero tan solo le hago dos. Una pena, porque parece divertido. Él es l a una nota de color a esta mañana del domingo.
Me aburro en la plaza y me voy, antes saludo a uno de los fotógrafos que se gana la vida haciendo fotos de familia, de enamorada o de amistad en esta plaza espello do Agua. Son fotógrafos como los del minuto que había antes en la alameda. O como Juanito, que se pasaba, precisamente las mañanas del domingo, paseando las plazas del Toural y de las Platerías, haciendo las fotos a los santiagueses vestidos de fiesta.
Me voy camino de casa y al cruzar la calle, detrás de la tapia que protege la obra de la catedral de Kuito, hay una vieja encendiendo un pitillo. Estamos tan cerca que me parece un descaro hacerle una foto sin pedirle permiso. Le hago el gesto, me mira y sigue a lo suyo imperturbable. Me aprovecho de su indiferencia. Me gusta la mujer que no ha cambiado de expresión ni antes ni después de estar enfocándola. Le importo un rábano. O menos todavía.
Después me cruzo con una madre y su hija es la hija la que se planta en la calle y retiene a la madre para que les haga una foto. Se la hago y se van contentas
Cuando ya enfilo una de las calles que después de dos vueltas me dejará en casa, me giro y veo el contraste de dos formas de vestir en domingo. Les hago la foto, pero no sale bien, pero la subo igual porque es una pena, pudo haber sido bonita.
Por la tarde, cerca de las seis, alguien me recuerda que es 23 de febrero.