Llueve tan fuerte que me refugio en el Ciber. Me acaban de decir que no puedo hacer nada hasta dentro de una hora. No han pasado dos minutos y me ven entrar. Se ríen y me ofrecen una mesa, la mesa del jefe. A dos metros de mi mesa empiezan a caer unas gotas. La chica, se hace hueco entre un pelotón de hombres que están de cháchara, entra en el servicio y saca el cubo grande del agua. El jefe se lo quita de las manos y sale con él a la calle, lo pone debajo del chorro que cae del tejado para llenarlo. La chica se conforma con la tapa del cubo para evitar que la gotera inunde el local.
Hace media hora que llegué a Kuito, ya no os voy a hablar del viaje, ya visteis las fotos estos días pasados. Fueron tres horas largas. Me trajeron unos chicos de PIN, todos angolanos a los que no le pillé nada de lo que hablaban, creo que lo hacían en portugués, pero tampoco estoy seguro. Llevaban la radio puesta y hablaban por encima. Me enteré más de lo que dijo el vicepresidente del gobierno que estaba con el discurso de la apertura del curso, que de lo que hablaban entre ellos. El vicepresidente Domingos Vicente no dijo nada que no sonase a conocido, salvo dos datos. Este curso empezarán a funcionar tres universidades privadas y nosecuantos colegios. Están apostando por la privatización de la educación y de la sanidad. Incluso le echó un piropo al capitalismo.
Los angolanos no me trataron bien, no tuvieron ninguna deferencia conmigo. Es más cuando pasaron a recogerme me dejaron el peor asiento de todos y no me saludaron ni educadamente. Iban dos detrás y uno se salió para que yo ocupara el puesto del medio, sin sitio casi para la mochila y las piernas. Me sorprendió, para ellos soy un viejo. De todas formas les ofrecí el pan que llevaba. Solo uno me dijo algo, fue el mismo que a las dos horas de viaje me pidió si podía coger un bollo de pan. Por supuesto que se lo di, y un segundo plátano, aunque ya se había agenciado él un tercero sin decirme nada. También le ofrecí pan a los que iban delante. Fueron displicentes. Cuando llegamos a Kuito les agradecí muchísimo que me hubieran traído y les obligué a que me diesen la mano, creo que quedaron sorprendidos. A lo mejor es cosa mía, es posible. Me trataron como a un portugués.
Al parecer no son buenas las relaciones entre los angolanos y los portugueses. No se olvida tan fácilmente el haber sido colonia durante siglos y hasta hace menos de cincuenta años. Nos lo decía una de estas noches pasadas dos angolanos con los que cenamos el Cooperante y yo. No, no vemos bien a los portugueses ni los portugueses a nosotros. Ellos, los portugueses, nos decían los angolanos con los que cenábamos, se llevan muy bien con los caboverdianos y con los mozambiqueños, con nosotros no. Dicen que somos muy orgullosos. No supe que decir, me quedé callado, debí de insistir más pero preferí quedarme con esa primera impresión. Al fin y al cabo no era más que la opinión de dos personas, aunque su formación estuviera muy por encima del nivel medio angoleño. Pero metidos en la entrevista, seguí preguntando. Y el presidente actual es muy querido? Si, si muy querido, dijeron con sorna y riéndose los dos. Pero Agostinho Neto, si, les dije. Si, si, Agostinho Neto era muy querido. Me sorprende, continué diciéndoles, que la guerra no haya dejado una enemistad más marcada entre los dos bandos. Bueno, respondieron, no lo notáis los de fuera. E insistí, pero parece que apostasteis por una reconciliación. Eso es verdad. Es algo que hay que reconocerle a José Eduardo dos Santos, cuando firmó la paz insistió en que la guerra había terminado, que en ambos bandos se habían cometido desmanes y barbaridades pero que eso había terminado, que debíamos de pasar página, que todos éramos angolanos, explicaba uno de ellos. Si, si, eso estuvo muy bien, añadió el otro. Después hablamos de la corrupción y la gran diferencia que había entre un país en que la corrupción no había penetrado en la policía y en otro en que si lo había hecho. La corrupción es quizá uno de los males más descorazonadores de Angola, acordamos. Y algo que ninguna empresa extranjera se niega a practicar, evidentemente. Y me acordé de lo que me comentaron el día que llegué a Angola. Habíamos salido de Luanda unas horas antes y nos encontrábamos ante un control policial de carretera, hay muchos. Creo que en la entrada o salida de cada provincia. Cuando íbamos para Luanda nos pararon, dijo una de las personas que viajaba con nosotros, nos dijo que estaba de cumpleaños y que quería que le hiciéramos un regalo. Y qué hicisteis, pregunté intrigado. Nada, nos lo tomamos a broma y le dijimos que no llevábamos nada. Tuvimos suerte.
En Nharea me enfadé, el ordenador del ciber se cargó mi pendrive en el que tenía gravados todos los días del blog. Acabo de comprarme uno nuevo. Aquí son carísimos. Por eso digo que a lo mejor la reacción de los angolanos en el coche fue cosa mía. Por lo general suele ser gente educada y amable. Como yo salgo muy temprano de casa y todavía la calle no está con mucha gente, aprovecho para darle los buenos días a todo el que me cruzo en el camino. Y la mayoría se sorprende y me devuelve el saludo con una sonrisa y dándome las gracias. El mío es un gesto típico de turista. A mi me lo hacen en Santiago. Muchas mañanas cuando salgo temprano y la rúa esta casi desierta, algunos turistas, sean de Madrid o de Berlín, me dan los buenos días. Yo a veces tardo en reaccionar y les respondo tres o cuatro pasos después de habernos cruzado. Estos hacen como yo, pienso. Practican la civilidad, aunque no sepan ni que existe la palabra.
Me fastidió que se me estropeara el pendrive, porque además no me había servido para nada el estar en el ciber. Iba tan lento que no pude hacer nada. Ni hoy, ni ayer, que ya lo había intentado. La verdad es que fui al cíber para matar un poco el tiempo porque ya sabía que era una birria. Y lo lamenté. Después estuve curándome el cabreo sentado a su puerta, viendo pasar a la gente. Saludándola.
Ya había estado en la cantina de Lukitondi Ntete, me había detenido en ella en el viaje anterior. Me pasé un buen rato. Me senté en el porche y desayuné allí. Una coca cola y unos panes que me había comprado en Andulo, en la ciudad donde dormimos.
Ya os conté como era el hotel donde nos hospedanos, estaba viejo y sucio. El cooperante y yo dormimos vestidos encima de la cama. Yo tardé en dormirme porque pusieron música hasta las once de la noche, que es tarde para los que nos levantamos a las cinco o las seis de la mañana, y después todavía pusieron un tiempo el generador de luz. A las tres y media decidí sacar el saco de su bolsa y taparme un poco. Eran las seis cuando vino el coperante a despertarme. Me puse las botas y salimos. A las siete habíamos quedado con el resto del equipo a desayunar donde siempre. Mientras tanto nos fuimos a dar una vuelta y nos encontramos con los alumnos del instituto haciendo gimnasia. Fue la primera foto del día.
Habíamos quedado con el de la pastelería para que nos diera el desayuno a las siete de la mañana; pero por la noche debió de cambiar de opinión, pues cuando llegamos dijo que no podía ser, que hasta las ocho menos veinte o mas tarde, no podría atendernos. Fue por eso que yo me fui a la panadería y me compré unos bolos de pan. Después le di uno al Sr. Gomes y el resto, cinco, me los llevé a la cantina.
Cogí una lata en la nevera y les pedí una silla para sentarme fuera. Allí me comí un poco de pan y me bebí la coca. A mi lado estaba instalada una mujer ya entrada en años, eso quiere decir, según mis cálculos, que pasaba de los setenta. Dormitaba en aquel momento sobre una gran bañera de bollitos de pan. Aproveché un momento en que su modorra la había desmayado para hacerle una foto. Y lo presintió, porque a la vez que el ojo de mi cámara abrió ella el suyo. Me enteré al hacer la selección de fotos en el ordenador. Andá! Pero si estaba dormida, exclamé. A lo mejor lo abrió después de fotografiarla. Es su imagen la que ha reaccionado, la que abre un ojo cuando la foto está ya archivada junto a las otras seiscientas que hice en el día. Estamos en África donde la brujería llega al extremo. Por si acaso me alegro de haberle comprado tres bollos de pan para añadir a los que ya tenía. Me fastidiaba haber llegado con mi propio pan junto a ella, que tenía una bañera para vender. Fue su pan el que le ofrecí a los angolanos del viaje y que solo uno me pidió en el camino.
El porche de la cantina es un buen puesto de observación, todos los que entran o salen por el norte o por el este tienen que hacerlo por aquí. La otra salida está al otro extremo de la Avenida. Por lo tanto estaba controlando dos de las tres entradas en la ciudad. Me senté en la silla de plástico y estiré las piernas por encima del murete que cerraba el porche. Y allí estuve apostado disparándole a todo lo que se movía.
Tardé en hacérselo a una chica que estaba cerca, muy cerca, sentada sobre un montículo de arena. No me ofrecía nada especial y tampoco quería pedirle el favor de que se dejara retratar. Al final tuve que fotografiarla, se pasó como quince minutos barriendo la acera delante de mi silla.
La mañana me ofreció alguna buena foto, creo, pero hay una niña acarreando a su hermano pequeño, dos niños en bicicleta y un Soba. Una de estas fotos será la portada. Ya veremos si están bien de luz y tienen algo de gracia. Hasta el momento solo he seleccionado una parte, La mujer de la bañera de pan que abrió un ojo después de haberla fotografiado ha hecho que me frene. Yo también podría decir como vosotros, que eso es imposible. Pero aquí imposible no hay nada. Que sobreviva el 70 por ciento de la población de angola, eso si que es imposible. Y sobrevive.
Sobre las once quedaron en recogerme los de Pin, lo hicieron a las once y veinte, cuando yo estaba retratando a un ciego y su lazarillo que cruzaban la calle. Después de ir a recoger una moto, que le ayude a cargar en la parte de atrás del todoterreno, salimos para Kuito. Hicimos una parada en uno de sos mercados de al borde de la carretera en donde compré un saquito de patatas. 500 kwanazas me cobraron por las patatas y 100 le tuve que dar al niño por el saquito. Me pareció increíble. También me compré unos plátanos, que eran muchísimo peores que los que se compró el conductor. Los míos eran de compartir, por lo que me pareció. Yo me comí dos y el de al lado tres.
Llegué a casa con hambre y con pereza para cocinar algo, pensaba hacerme unas patatas cocidas con una lata de sardinas en aceite vegetal, aquí no hay nada en aceite de oliva. Pero al final metí las dos sardinas en uno de los bollitos de pan y me vine al ciber. No había sitio. Ven dentro de una hora, me dijeron. Salí, pero empezó a llover y me volví para ver si me dejaban un sitio donde escribir estas líneas. Fuera todavía llueve, pero el jefe ya llenó el cubo, que ya está en el servicio. Es el agua que no hay en la cisterna.