Kuito se hace pequeño para un viajero. Al menos para un viajero como yo, que no soy estudioso de nada y no veo mas que lo que ve una cámara. Claro que me quedan todos los barrios, el viaje a las profundidades, a la manifestación rotunda de todas las desigualdades. Pero ahí no me apetece ir. Ya he visto la pobreza en las aldeas, donde ni bancos tenían para sentarse en las escuelas. Yo creo que ni escuela tenían, pues los dos días que estuve en la aldea de Calenga no hubo clase. La escuela, aquella caseta desangelada, no tuvo a nadie ninguno de los días. Pero a lo mejor le ocurre como a los aviones, que a veces vienen y a veces no. Pero siempre te dicen que hay.
Por cierto que me entero ahora, a destiempo, que en la aldea de Calenga el Soba no pudo asistir a la reunión con el Cooperante porque lo mató un rayo estas pasadas navidades. A él y algún familiar más. No hay límite para el sufrimiento. Su mujer se ha hecho cargo de sus responsabilidades. De las sociales, como personaje más importante de la aldea, y de las privadas como las de sacar al resto de la familia adelante. Salió el tema durante la tormenta, la grandiosa tormenta, que en estas últimas horas rozó la ciudad de Kuito en la que estamos.
Si uno tuviera que diferenciar entre la aldea y el barrio, uno diría que en la aldea hay pobreza y en el barrio miseria. Porque en las aldeas hemos visto mas alegría y mas sonrisas. Porque uno tiene en la cabeza que la miseria es una pobreza más húmeda, mas de arrabal y cloaca al descubierto. Uno tiende a creer que la pobreza es soportable. Es verdad, que es la carencia total de todo. Donde, si algo queda, es una dosis grande de conformidad, de aceptación. Es saberse sin nada y arreglárselas para ir tirando. Los que hemos recibido una educación católica, hemos visto tantas veces ligadas las palabras humildad y pobreza, que no encontramos en la palabra pobreza el significado terrible que tiene. Probablemente hemos necesitado la palabra miseria para cargar sobre ella toda la truculencia que no le damos a la pobreza. La pobreza era la de los Franciscanos y la miseria la de las chabolas del Monte de Conxo.
La pobreza es la de la aldea de Calenga y la miseria es la que se vive en el mercado de Chessindo. La pobreza se acompaña de aceptación, de conformidad. La miseria de insatisfacción y frustración. En las aldeas no había nada. En alguna casa había tres cerdos y en otra un par de cabras. También vi en alguna casa unas gallinas. Y también quien había logrado un huerto alrededor de su choza. Los niños tenían mocos y pústulas y enfermedades de la piel. Viejos apenas había. Pero se respiraba una calma y una quietud típica de donde poco se ambiciona.
En los barrios se vive con mayor intensidad las desigualdades sociales. Hay muchas cosas a las que aspirar. Es lógico que viviendo al borde de la ciudad, con la nariz pegada a los escaparates de lo que hay, a uno se le desbarate el orden de prioridades. Una letrina o una parabólica? Un generador de luz o algo de carne una vez a la semana? Y una cerveza, cuando? El alcoholismo es un problema en los barrios de Kuito. En aquel lugar en el que nos tomamos una cerveza el primer domingo que pasé en esta ciudad, en un grupo de cinco casas, a la una de la tarde había tres hombres totalmente borrachos. No es un dato estadístico, pero sorprende, por lo menos.
En las aldeas no hay ni la creencia de que exista la posibilidad de tener algo, en los barrios creemos que si. El barrio es el deseo , la aldea la resignación. Yo no tengo datos de la realidad de Angola. Me hablan de un crecimiento del 7% anual, cuando nosotros decrecemos o lo contamos por décimas o centésimas. Pero nuestra renta per cápita ronda los 30.000 dólares y en Ángola se anda en los 7.500. Y hay quién dice que va bien, porque en el 2008 los puentes para ir a Kuemba eran de madera y el viaje podía alargarse hasta doce horas. Ahora se han construido los puentes y el viaje está en la mitad de tiempo. Y esto se ha hecho en cuatro años!
Angola está empezando. Su constitución tiene tan solo cuatro años. Están comenzando su andadura democrática, si, pero ignoro el interés que tienen en afianzar la democracia. Cuando leo en ese periódico que llega dos veces a la semana, cuando llega, las noticias, me parece que estoy en casa leyendo los periódicos de ahí hablando de la Xunta. Siempre dicen lo que van a hacer y siempre valoran muy positivamente lo que han conseguido. Nunca lo que no se ha hecho, lo que falta por hacer o lo que se ha hecho mal. Fijaros, el otro día se daba como notición el que los ministerios de exteriores de Angola y Gran Bretaña estaban estudiando la supresión de visado para el cuerpo diplomático. Que gran avance!
Se dice que en Kuito vivimos 150.000 personas. Hay cuatro oficinas bancarias, una casa de cambio, cuatro gasolineras, cinco restaurantes en donde muy pocas veces puedes comer pollo, la carne mas exquisita aquí. Un hotel que sería ahí de dos estrellas, dos o tres pensiones, no vi ninguna joyería, aunque esta mañana un chico me quiso vender, a escondidas, una pulsera de oro en la calle. Hay una tienda de venta de coches, con cuatro coches en el escaparate hasta esta noche. Viste? Vendieron dos, me dijo el Cooperante, cuando ya muy tarde pasamos por delante, camino de una cena que, por cuestiones de trabajo, tuvimos con dos personas a las que le interesaba ver.
En la cena se habló de todo lo que hablan los cooperantes, del presente y del futuro de los proyectos, a los que están íntimamente ligados, y de su financiación. Por cierto, la comida había sido igual, en este caso compartimos mesa con una mujer que trabaja en la sanidad angoleña representando la cooperación de la Unión Europea. También comida de trabajo. Y vosotros os preguntareis, y tú, qué haces ahí? Nada, intervenir en las contadas ocasiones en que se habla de otra cosa que no sea su trabajo. Bueno, tampoco es que yo sea muy discreto y callado, pero me preocupo más de lo que estoy comiendo. Pues no hay mucho que comer en Kuito. Por ejemplo, celebramos mucho lo buenas que estaban las patatas fritas. Comimos dos chocos fritos con patatas fritas y lechuga para cuatro, venía también un cooperante portugués. Comimos en el cubano, del que ya os hablé un día. Su especialidad son precisamente los chocos fritos. Le llaman chocos, son una especie de calamares grandes, ¿jibias? Que te sirven troceados después de haberlos cocinado a la brasa. Nosotros estamos acostumbrados , al menos yo, a unos chocos más pequeños. Están bien, pero es lo mejor que puedes comer en kuito. Ayer, decía esta mujer, que hay un puesto, pegadito al mercado, en el que venden pescado congelado. Y tiene unos cangrejos muy buenos, dijo.
En Kuito no hay industrias, es una ciudad administrativa, y uno no sabe en que se emplea la gente. Lo que se ve, son hombres y niños lavando los coches de otros a primera hora de la mañana, a muchos, muy temprano, casi todos mayores con una azada en la mano cruzando la ciudad y a mujeres, durante todo el día, sentadas en las aceras, intentado vender la fruta de su huerta que exponen en bañeras de plástico. Allí comen, allí duermen su siestas y dan de comer a sus niños. Hay nísperos, mangos, plátanos, piñas… hoy le compré una piña a una señora que ya se iba y me cobró 150 kwanzas, lo mismo que una Coca Cola en un bar. Ayer le compré a una mujer unas maracuyás, una diez frutas, por 50 kwanzas, menos de un dólar, unos 75 céntimos de euro. Le pagué con mil, se lo había advertido antes, y me dio la vuelta en billetes de diez y de cincuenta. Imaginaros, vendían fruta a la puerta de un colegio, los billetes estaban muy manoseados y pringosos, se pegaban unos a otros. Cuando me entregó aquel fajo tan gordo y sucio le dije que no, que yo aquello no lo quería. Y le propuse un trato. Yo le compraría los billetes de cien que tuviera al precio de 110 kwanzas. Le fui haciendo el cambio de billete en billete. Y cuando yo tenía ocho billetes de cien por los que había pagado 880 kwanzas. La mujer me miró, abrió una vez más su monedero y me entregó las 80 kwanzas que yo le había dado a ganar. Se las cogí y le regalé unas manzanas que le acababa de comprar a su vecina, precisamente por 80 Kawanzas. Eso si que le pareció genial. Y empezó a celebrar el regalo enseñándole a la vecina las manzanas que ella había vendido y a reírse entusiasmada. En algún momento pensé si se reiría por lo poco que valoraba yo la fruta de su vecina, que la había regalado nada más comprarla. Quién sabe. Pero ella tuvo el gesto de no querer ganar un dinero en un negocio que no entendía.
Ya es de noche, el Cooperante acaba de pasar revista a la habitación y ha matado un anófeles. La tormenta se ha alejado. En las buenas noches me dice que mañana tenemos que montarle la mosquitera a mi cama. No te preocupes, le digo, que yo estoy tomando la puñetera pastilla. Me levanto para apagar la luz. Antes de que me deje caer en la cama estaré ya dormido. Por la ventana abierta nos llega la luz de una farola de la calle. Pero el cooperante tiene luz propia, lo veo iluminado por la pantalla del ordenador que todavía está manejando.
Mejor imposible Otero. Eres el reportero cooperador del año. EL Manu Leguineche de las ONG’s
Abrazos
MR