Trece de febrero. Por las aldeas de Kuemba

El salto del Kuemba

El salto del Kuemba

Al tercer día en Kuenba te empiezas a plantear que si no será el resto del mundo el que está aislado.  Se está bien.  Si no fuera por el capricho del Cooperante de ir a tomar una gaseosa al único sitio que tienen donde sentarse cuando, para llegar, tienes que caminar kilómetro y pico bajo un sol de más treinta grados.  Es verdad que es un pueblo en el que no hay nada y el atractivo, además del rio y las cataratas, son los restos de un avión y de un tanque destruidos en la guerra.  Pero se está bien.  Sobre la una de la tarde, aquí sí que es la primera hora de la tarde, te vas al río y te bañas pendiente del cocodrilo y de que la corriente no te lleve rio abajo, al lugar donde se bañan las mujeres.  Por no armarla, sobre todo.  Después enredas en algo como en preparar la fotos para este blog, por ejemplo y enseguida llega el atardecer que a las seis pasadas se hace de noche.  Si calculaste bien la duración de la batería del ordenador no tienes problema y sino, a las siete ponen de nuevo el generador y la luz eléctrica, ese gran invento, vuelve durante tres horas. Ayer el generador no quiso funcionar como debía y la luz solo la disfrutamos alrededor de una hora, así,  que fue imposible que se cargasen al 100% nuestras baterías.  Y por eso el Cooperante quiso ir hasta el centro a tomar una gaseosa, porque se había quedado sin batería en el ordenador y no podía redactar sus informes.

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Trayendo leña

Digo lo de tomar una gaseosa, porque esta mañana, cuando estábamos de regreso de las aldeas de Japau, Calenga y Sakalulu, uno de los tres técnicos con los que íbamos el conductor y yo, decidió parar a comprar algo en el único sitio en que puedes sentarte.  Yo me bajé también y le dije al resto si quería tomar algo.  Yo una gaseosa, dijo el conductor.  Yo también, dijo uno de los técnicos.  Y yo un zumo de naranja, dijo el último.  Bien, les dije, voy a por todo.  Me atendió una chica y le pedí lo que me pidieron más dos Coca Colas para mi.   Me dio tres latas de una especie de fanta de naranja y las dos Coca Colas.  Te pedí, le dije cariñosamente, dos gaseosas y un zumo de naranja y le señalé las tres latas iguales.  Si, me dijo ella impasible.  Lo metí todo en una bolsa y al llegar al coche le dije al conductor, tu gaseosa,  y le di la naranjada.  Después cogí otra lata y le dije al técnico, tu gaseosa y cogí la tercera lata y se la di al otro técnico diciéndole tu zumo de naranja.  Y los tres se quedaron contentos. Por eso aunque el Cooperante pida un Sprite y yo un Sumol de Ananá, los dos nos tomamos unas gaseosas.

Lavándose a primera hora

Lavándose a primera hora

La tarde fue más larga hoy porque el cooperante terminó al mediodía y los ordenadores nos dejaron tirados muy pronto.  Nos bañamos en el río, nos fuimos a tomar la gaseosa y nos vinimos para casa.  Yo antes que él, porque me moría de calor debajo de las uralitas con las que cubre la entrada del pequeño súper.

Calle de Kuemba

Calle de Kuemba

Para los dos había sido una jornada muy larga.  Como el día anterior decidí irme hasta el rio para ver si conseguía hacer unas fotos de las cataratas.  Me dijeron que buscara una casa que estaba en lo alto de la loma y que unos cien metros o ciento cincuenta metros más abajo buscase un mirador, que desde allí vería muy bien el salto del Kuenga.  La casa es fácil de localizar, no tienes mas que mirar para la loma por donde sale el sol, al otro lado del puente, y enseguida la ves, sobre sale su manchón de ladrillos rojos sobre el verde de los árboles que ya se la están comiendo.   Hice las fotos del río y me volví, a las siete pasaban a buscarme para ir de visita a unas aldeas. Pero justo cuando atravesaba el rio me encontré con un cazador lanza en mano y lo paré.  Me impresionó.  Sin la lanza no habría sido más que un labrador camino de su huerto.  Pero con la lanza en la mano vi de repente un hombre de otra época que venía hacia mi por el puente.  Cuando hablamos se fue humanizando, además  llevaba una gorra de la Unita.  El partido que ayer hizo la guerra y hoy es la fuerza más importante de la oposición.  Pero es al primero que veo incluso aquí, en esta tierra, tierra precisamente de la Unita.

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Atravesamos Kuenga y cogimos un camino que daba la vuelta por la estación y se alejaba hacia unos arbustos que crecían como a dos o tres kilómetros.  La  tierra dejó de ser roja, nada mas salir de la ciudad el camino era de arena, como si el mar estuviera cerca.  De nuevo los golpes, los frenazos para dejar caer el coche suavemente en un bache y la misma delicadeza para salir de él.  Después el acelerón para ganar tiempo hasta caer por sorpresa en un socavón y cuando el camino se estiraba en línea recta, tocaba una carrera loca de dos o tres kilómetros por el túnel que formaban los árboles como si la naturaleza quisiera ocultar el único lugar donde no crecía la hierba.

Camino de

Camino de Japau

A nuestro paso veloz, entre treinta y sesenta kilómetros por hora, la gente se apartaba y se escondía entre la retama.  Y hacían bien, el coche no corría seguro y menos cuando la arena era mucha pues a pesar de lo que pesa el todoterreno, se zarandeaba un poco.   Una vez tuvimos que recular unos cien metros porque las lluvias de una semana antes habían abierto una brecha insalvable.  El conductor se disculpó, me imagino que se sentía responsable hasta ese extremo.

Escuela de Japau construida por PIN

Escuela de Japau construida por PIN

Al final del camino estaba Japau, unas quince o veinte casas de adobe.  Cuando bajé del coche me rodeado por un enjambre de niños que nya no permitieron hacer nada mas que fotografiarles.  La culpa no fue de ellos sino que diez minutos después de haber llegado nos subimos de nuevo al coche y nos volvimos a Kuenga.  Miré el reloj, eran las ocho y veinte, a las nueve estaríamos en la ciudad.

Los niños de Japau

Los niños de Japau

No paramaos en Kuenga al llegar al Ayuntamiento torcimos a la derecha y subimos hacia la pista de aterrizaje, por donde está el avión derribado.  Entonces pregunté a donde íbamos.  Me dijeron que a Calenga y a Sakalulu.

Jugando a las muñecas

Jugando a las muñecas

La carretera era de la de Kuito, lo se porque reconocí el camino que cogimos al dejar la pista del aeropuerto.  A pesar de que llegamos de noche me llamó la atención la entrada en la pista de aterrizaje.  Y poco después quedé convencido al ver los puestos del mercado permanente que hay en esa carretera,  es una especie de mercado de Chessindo, el que está a la entrada de Kuito por la carretera que viene de Luanda.   Estos mercados los vi en otras localidades e incluso, de menor tamaño, en la carretera sin que hubiera ninguna localidad importante próxima.

Mercado de Kuemba

Mercado de Kuemba

Si os digo la verdad me cuesta ahora recordar cómo era Calenga y cómo Sakalulu.  Son dos aldeas que no se diferencian en nada de Japau, bueno, si, en las escuelas.  En Japau hay una escuela de ladrillo que construyó la ONG PIN y en Sakalulu la escuela es una casa más, sin dividir, con hileras de bancos que dejan un pasillo que va desde la puerta hasta el encerado.  Veréis la foto.  Los bancos resultan insufribles.  Seguro que a estos niños les pasaba como a mi, que estaba más entretenido castigado junto a la papelera que sentado en el pupitre.  Es verdad que me daba un poco de vergüenza, pero superado esa primer momento allí estabas exento de todo.  Ya estabas castigado y ya podías evadirte como pudieras. Por supuesto que castigos tan benévolos casi nunca podías disfrutarlos.  Lo normal es que te pegaran.  Mi media estaba en una torta diaria y una paliza a la semana.  Aquello si que era violencia.  Muchos recreos nos los pasamos planeando como torturaríamos a los hermanos que nos daban clase.  Lo de la cuchilla de afeitar y el vinagre era lo más recurrido.  Era una forma de desahogarnos.  Un día recordando el miedo que pasábamos me comentaba Pi, yo cuando salía de casa siempre me decía, tranquilo, que matar no nos pueden matar.

Escuela de Sakalulu

Escuela de Sakalulu

Las escuelas sí son diferentes, el resto no.  Ni las casas, ni los cercados para los cerdos, ni la palloza semitransparente donde se reúnen para dilucidar los problemas que surjen o impartir justicia, ni el pozo del agua cuando lo hay, ni, por supuesto, los niños, ni los pies descalzos, ni los mocos, ni la cantidad  de moscas que vuelan alrededor de ellos.  Por cierto,  eso es quizá lo único que me molestó.  Las moscas!  Hay que fastidiarse en medio de la penuria total, en el escalón mas bajo de esta sociedad tan desigual,  y a mi me molestan las moscas.   Esperad, esperad.  Me defiendo a continuación.

desayunando en Sakalulu

desayunando en Sakalulu

Me bajo del coche, saludo a los pocos hombres que están en la aldea, posiblemente sean los que mandan, son mayores, mas jóvenes que yo pero mayores, y han quedado con los técnicos porque mañana el Cooperante quiere tener una reunión con la gente de Calenga y con los de Samacina   En estas dos aldeas están desarrollando dos cooperativas y ha llegado el momento, como se les acaba el dinero, de decidir que cooperativa  pasa a comercializar sus productos y cual e queda todavía en la producción para consumo propio.  Que putada, le digo.  No. No, tenemos también proyectos para ellos.  Pero otros proyectos, me dice.  Decía, que me bajo del coche realizo los saludos de protocolo y me esfumo.  Me voy por la aldea a ver que me encuentro.  Evidentemente me encuentro niños, muchos niños.  Si hay veinte casas en Sakalulu hay cincuenta niños, por lo menos.  Y Los cincuenta deciden en un instante rodearme y pedirme fotos.  Se las hago y se las enseño en la pantalla trasera de la cámara.  Entonces tengo que bajarme, ponerme a su altura y aunque son las nueve de la mañana  al sol hace un calor insoportable y sudo, y veo que las moscas que tienen los niños en la cara, en los mocos, en la comisura de los labios, en el rabillo de los ojos, están ahora en mis orejas, en mi nariz, en mi boca.  Y a la media hora yo ya huelo a niño de Sakalulu y las moscas ya no distinguen.

Niños de Sakalulu

Niños de Sakalulu

Me salva que la reunión dura poco, han decidido aplazarla, quieren que estén los hombres que ahora están en el campo.  Que se ven a las dos y media.  Que bién, digo.  Pero no nos vamos, el conductor y un tercer técnico, conmigo se quedaron dos, se han ido a Calenga.  Así que les esperaremos dando una vuelta y nos vamos para casa.  Deciden llevarme al río.  Se lo agradezco, estaba cansado de tanto niño pidiéndome foto.  Y total cuando se la voy a hacer se ponen todos en postura de artes marciales.  No se como se difunden las modas, pero en todas partes adoptan posturas similares.  Y eso que Sakalulu no he visto ninguna televisión.  En estas aldeas se sabe que la hay por la pantalla parabólica y el generador de electricidad por gasolina.  En Sakalulu no hay.  La parabólica y el generador es como el reloj de pulsera en las películas de romanos.  Cuando los ves, te das cuenta que estás sentado en el cine, que es domingo, que a la salida estarás en el final de la fiesta, que mañana es lunes y volverás al colegio.  La parabólica y el generador te devuelven al siglo XXI, porque por momentos la visita a estas aldeas es un viaje en el tiempo.

El rio de Sakalulu

El rio de Sakalulu

En el rio, como siempre, hay una mujer lavando la ropa.  Conforme la tiene limpia la extiende sobre la hierba para que le seque.  Entre las piezas hay una sábana, solo una, que está totalmente rota.  Me reprimo, me dolería que me viera hacerle la foto a una ropa tan vieja.  Coge el agua en una bañera, mete el pie y restriega la ropa contra su pierna como si fuera una tabla.  A su lado tiene una niña de tres, cuatro o cinco años, quizá no tanto.  Y en la hierba, entre unos trapos hay un niño dormido.  Se le ve una manita y  una pierna.

Niño dormido junto al rio de Sakalulu

Niño dormido junto al rio de Sakalulu

El rio es pequeño, tan solo una charca con un hilo de agua, y dos niños que nos han seguido desde la aldea insisten en que les haga fotos.  Ya os hice mil, les digo.  Si queréis que os la haga tenéis que meteros en el agua.  En un instante están chapuzándose.  La mujer se enfada le están removiendo el fango y le enturbian el agua.  Los niños hacen cabriolas y tengo que dispararles.  Cuando nos vamos, uno de ellos está lavándose rio a bajo.  Se está quitando el lodo de la charca, seguro que en ella no se bañan nunca, pienso.

 En el rio de Sakalulu

En el rio de Sakalulu

Vuelven los de Calenga y nos vamos a Kuemba. Por el camino nos paramos a comprar dos gaseosas, una naranjada y las dos Coca Colas para mi.   Una vez en casa, Minga me pregunta si  como en casa o me voy con ellos a comer con los del curso.  No, gracias.  Como en casa.  y qué va a comer? Me pregunta.  Pues, pues… patatas cocidas con sardinas.   Me deja la comida puesta y se van.  Es un día de verano, verano.  Estaremos cerca de los cuarenta grados.  Me gusta Kuemba.

Minga y Bonefacio, detrás, y Fedi y el visitante, delante

Minga y Bonefacio, detrás, y Fedi y el visitante, delante

La una de la tarde el Cooperante viene con prisas para irse al río.  Vale, le digo.  Me voy a llevar un par de piezas para lavarlas.  Estas loco!  No, que va.  Es lo que hace aquí todo el mundo le digo.  Ahora, le amenazo, voy a llevar toda la ropa.  Y la cámara!  Apunta como queriendo indicar que la locura es total.  Nos vamos y el perro Hugo se une a la expedición.  Allá vamos un perro tiñoso abriendo la marcha y dos blancos, blanquísimos, con calzones amplios, le siguen.  El viejo y calvo lleva un atado de ropa.  En una bañera, en la cabeza?  No, debajo del brazo.

Pescando en el Kuemba

Pescando en el Kuemba

Estamos solos en el rio.  El tema del cocodrilo se impone.  Le digo al cooperante que se bañe sin miedo que yo vigilo.  Y me meto en el agua hasta la cintura.  No se fía.  Y me alegro!  Si llega a venir el cocodrilo igual me come porque yo me puse de la parte de arriba.  Lavo mi ropa y me queda fatal.  Le eché jabón de los cacharros en casa y pensé que ahora sería meterla en el agua y frotar.  Cuando se seca sobre la hierba, el pantalón tiene una mancha blancuzca donde lo enjaboné.  Lo vuelvo a lavar, pero nada. El cooperante se ríe de mi fracaso y yo amenazo al perro con tirarlo al río para que lo coma el yacaré.

En el kuemba

En el kuemba

El cooperante quiere volverse, quiere trabajar.  Está agobiado preparando proyectos para desarrollar aquí en la provincia de Bié.  En estos momentos Rescate está actuando en treinta aldeas de la provincia de Bié.  Muchas aquí en Kuemba.  Pretendo que se quede un poco más, se está bien, hace un sol de verano y el agua del rio baja limpia y transparente, o casi.   Lo enredo poco.  Cuando nos vamos hay un coche cargando agua en un bidón muy grande con una bomba.  Antes estuvo nuestro coche haciendo lo mismo pero con calderos.  En casa se nos había acabado el agua.

Volviendo del monte

Volviendo del monte

Hace un calor de muerte y el Cooperante se empeña en ir a tomar las gaseosas. Bonefacio, que es el de intendencia, y que está en casa cuando llegamos, también quiere ir.  Yo prefería quedarme pero voy.  Hace mucho calor, son las tres de la tarde y desde casa al puñetero bar que le gusta al cooperante hay como kilómetro y medio o dos y muy pocas sombras.  Creo que contamos tres.  Yo llevo la cámara y consigo unas fotos que me encantan.  A un niño que hace camiones de hojalata, preciosos. Y a unas niñas que iban en la misma dirección que nosotros, pero ellas mas frescas, venían del rio como nosotros pero a ellas parece que aun les dura el frescor del baño.

Volviendo del rio

Volviendo del rio

Las calles rojas de kuemba parece que están ardiendo.  Yo creo que estamos en los cuarenta.  Me paro en las sombras para refrescarme y me paro también a fotografiar lo que me parece que no debo perderme.  El Copperante y Bonefacio, con e, me llevan medio camino de ventaja.  Se impacientan y me hacen señas.  Ya voy, ya voy, les digo con la mano y me enredo con el niño de los camiones.   Un poco mas adelante un viejo, mas joven que yo, que está sentado ante la puerta de su casa me dice, corra, doblaron a la derecha, le estaban esperando.  Gracias, gracias.  Y un tío pesado, con la cerveza en la mano, sale de una cantina a decirme que le fotografíe.  Venga, una, una.  Se la hago y le digo que tengo prisa.  Al doblar la esquina, antes de llegar al tanque destruido en la guerra, me paro a la sombra de una casa.  Dios!  Todavía me quedan trescientos metros.  Un chico se cruza en el centro de la calle con otros tres en plena canícula, que era como se llamaba al calor del verano en los comics de Mortadelo y Filemón.  Le hago la foto y no queda mal.  Los tres van de espalda y él sube. Se ve la calle larga que tendré que andar para volverme.

En la calle de Kuemba

En la calle de Kuemba

En el bar donde uno puede sentarse.  Bonefacio, con e, no tiene sitio por haberse quedado fuera enredado en no se qué.  Para mi sorpresa un chico joven, de unos veinte años, que luce una camisa de terciopelo, No se ahogará, me pregunta el Cooperante, y tiene unas gafas Ray Ban le dice a un chico un poco más joven, Eh, tu!  Deja sitio a los mayores.  Y el mozalbete se levanta y le da su silla a Bonefacio, con e.  Y yo le pregunto a Bonefacio que  cuantos años tiene.  Y me dice que 22.  Y entonces le digo al cooperante, el de la terciopelo es un mafia.  No, que va, me dice.  Es normal.   Debe ser el calor el que nos confunde, pienso.

El fabricante de camiones

El fabricante de camiones

El cerrado de delante del pequeño super, que llamamos bar, está cubierto de chapas de plástico onduladas de color verde y por los lados está cerrado con chapas de hojalata. Me aso.  Me levanto y me acerco al televisor.  Están poniendo una de los hermanos Cohen con subtítulos en portugués.  Antes de irme, me dice el Cooperante, aquí la gente no lee, ve la película y se va imaginando el argumento.  Es posible, pienso, sería divertido oír los comentarios cuando alguien les preguntara de qué va.  Cada uno contaría una historia diferente en donde, sin embargo, siempre sucedería lo mismo.  Y pienso que es lo que nos pasa a nosotros.  Todos hacemos lo mismo, nos levantamos, nos aseamos, desayunamos, salimos de casa, nos vamos a trabajar, volvemos a comer… y todos tenemos una historia diferente. A los diez minutos decido irme. Me encanta el calor, pero cuando lo hace, me encanta más estar en la frescura de una buena sombra.

Mujer en Sakalulu

Mujer en Sakalulu

Delante del pequeño súper está el hospital de Kuemba.  No quiero ni imaginarme lo que estarán sufriendo ahí adentro.  La gente está por fuera sentada, esperando. s.  La vida es más corta en Ángola pero no creo que lo sepan.   Si hay algo que no he visto en las aldeas fue cementerios.  Hago dos fotos y sigo el camino.  Que pereza atravesar ese horno.

Mujer en Sakalulu

Mujer en Sakalulu

Cuando estoy cerca de casa veo venir a cuatro chicas por el camino, vienen frescas, vienen del río.  Una trae lo que me parece un sujetador por encima de la camisa y otras dos se sacan y se meten los pechos dentro de la blusa.  A la del sujetador por fuera le pregunto si me deja hacerle una foto.  Me dice que si.  Se la hago y se la enseño.  Sus dos amigas salen detrás con los pechos fuera.  Se lo dice y vienen las dos y una cuarta a mirarla.  Le propongo hacérsela a todas y una se escapa y las otras tres se quedan.  La del sujetador por fuera se pone tiesa y las otras dos vuelven a sacarse los pechos  al aire.  Le hago dos fotos.  Las ven, se reparten de risa y nos vamos.   Pero no pienso colgarlas.  Aunque no creo que en Angola las vea nadie.  Los pechos de las mujeres aquí no parece que pertenezcan a la intimidad.  Minga se lo saca para dárselo a la niña con naturalidad y si la niña lo deja no tiene prisa en guardárselo.  Pero a los angolanos que les comentamos lo ocurrido, se reían con la misma malicia que puede hacerlo un niño de doce años interno en un colegio de curas.

El atardecer en el Kuemba

El atardecer en el Kuemba

 

Se cae la tarde y quiero aprovechar la última luz del día para hacer bunas fotos en el puente, con las mujeres bañándose voy a ver si puedo.   Pude poco.  Pero vuelvo convencido de que el puente es el centro de Kuemba, aunque está a casi dos kilómetros del centro.

El cazador de Kuemba

El cazador de Kuemba

Jugando a las muñecass

Jugando a las muñecass en Sakalulu

En Sakalulu

En Sakalulu

Mas allá de Sakalulu

Mas allá de Sakalulu

El rio de Sakalulu

El rio de Sakalulu

Lavándose a primera hora

Lavándose a primera hora

 

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Lavándose junto al Kuemba

Lavándose junto al Kuemba

Bañándose al final del día

Bañándose al final del día

Niña en el rio Kuemba

Niña en el rio Kuemba

Atardece en el Kuemba

Atardece en el Kuemba

Bañándose en el Kuemba

Bañándose en el Kuemba

2 pensamientos en “Trece de febrero. Por las aldeas de Kuemba

  1. Que alegría verte tan contento y disfrutando del verano. Y vaya fotones, y vaya luz! Y el suelo ese, tan rojo que le da una calidez preciosa a todo, me encantan! Muchos besos.

  2. Q bonitas las fotos! Todas me gustan pero la del río con tanta gente al atardecer es preciosa.
    Al principio pensé q Angola te iba a gustar menosq Etiopía, q la gente no sonreía… pero creo q aquí hay más variedad, q le estas cogiendo el gustillo!
    Disfruta, pero q sepas q tienes q volver… Según la abuela llegas en 8 días…. 😉 me dice «bueno, yo echo mis cuentas» jajajaj ya sabes q le cuesta quitarse las gafas rosas

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