Once de febrero. De viaje a Wongo con destino a Kuemba

Esperando al comprador de una salchicha, en Kamacupa

Esperando al comprador de un trozo de salchicha, en Kamacupa

Mariana vive en una casita edificada en el patio trasero de nuestra casa.  Ella es cooperante de PIN, People In Need, y tiene que ir a coordinar unos cursos a Wongo, una localidad, me dicen, que está camino de Kuemba, pero tan solo a una hora de distancia de Kuito.  El Cooperante me apunta al viaje para que le haga unas fotos del curso para Rescate Internacional, pues es la que patrocina estas jornadas de formación para el personal de PIN.  Quedamos a las siete en la puerta de casa.

El todoterreno que nos llevo a Wongo

El todoterreno que nos llevo a Wongo

Los hombres que acuden al curso se preparan para enseñarles a los «camponeses» la gente que vive en el campo, como cultivar la tierra.  Estos hombres son serios y casi todos son hombres mayores, muy mayores para lo que se acostumbra a ver por aquí.  En sus caras hay una expresión grave que cualquiera se aventuraría a decir  que es el resultado de haber vivido una vida dramáticamente.  Ante ellos tener miedo de algo, de lo que sea,  resulta ridículo.  Así que oculto mis temores y disimulo el control que estoy haciendo de un anófeles que espanté de mi pierna hace un rato.

Alumnos del curso

Alumnos del curso

Esta mañana les he pedido que me dejaran retratarles y me dijeron que no.  Vaya, pensé, y yo que si os veo con un machete en la mano salgo corriendo y vosotros os acojonáis ante una cámara.  Bueno, siguiendo en mi estado de imbecilidad permanente pensé que John Wayne tampoco se habría dejado retratar.  Por principio. Así que recurrí a Mariana y le dije que hablara con ellos.  Y habló y yo fui prudente y disparé muy pocas fotos.  Me hubiera gustado hacerles más, sacarle a cada una de esas caras su expresión mas natural, retratarles el alma.  El alma.  Ay el alma es ese secreto que encierra nuestra intimidad mas oculta y que se pasea permanentemente por el cuerpo. A veces si hay suerte la sorprendes en la cara, en una expresión, en un tic, en una mirada.  En ocasiones no está visible, se esconde.  Y en un momento te sorprende llamándote desde su escondite para que vayas a buscarla, a cogerla.  A veces.

personal de PIn

personal de PIn

A las siete yo ya había ido andando a la panadería, unos 20 o 25 minutos, a comprar pan fresco para desayunar unas tostadas con aceite.  Ya hacía sol y calorcito. A esas horas resulta una caminata muy agradable,  unos dos kilómetros ida y vuelta solamente.  Nuestra casa está situada  en la mitad de la avenida principal que atraviesa el centro de Kuito.  A esa hora también había desayunado y ayudado al cooperante a bajar todas nuestras permanencias para que los de logística de la ONG las trasladaran a la casa que vamos a ocupar a la vuelta de Kuemba.

Wongo

Wongo

Cuando llegó el todo terreno yo ya hacía un rato que estaba en la puerta con la mochila dispuesta. Di el aviso y Mariana vino enseguida.  El coche estaba sucísimo y  con un cristal roto.  En su lugar habían fuesto una tabla.   Al ver que el barro rojizo de la carretera se le había pegado por el parabrisas, los guardabarros y las puertas, solté la primera impertinencia del día.  Este coche está demasiado sucio.  Esto es de una dejadez insoportable, dije en un castellano que solo me entendían  Mariana y el Cooperante que vino a despedirnos.  Mariana hizo como si no me oyera y el cooperante justificó a los chóferes, que estaban en él, sin mucha convicción.

Camino a Wongo

Camino a Wongo

El coche era largo, pero con solo una puerta lateral por cada lado, así que me dirigí directamente  a la parte de atrás para entrar al que creía que debía de ser mi sitio.  Mariana insistió en que yo fuera delante, pero me negué.  Lo vas a lamentar, me gritó el Cooperante que estaba viendo la escena desde el portal.  Salvo los asientos del conductor y del copiloto, todos los demás se estiraban por los laterales del coche, de manera al sentarse los viajeros se miraban de frente y viajaban de lado.Uno de los conductores, el que no venía manejando el coche, fue rápido a abrir la puerta trasera y antes de que yo subiera empezó a pasar un ppaño por los asientos llenos de polvo.  No importa, no importa, le dije, dispuesto ya a lo que fuera.  Pero cuando posé mi mochila en el asiento y vi como se había puesto estuve a punto de pedirle el paño.  Pero me contuve.Estaba claro que me iba a arrepentir de no haber aceptado ir de copiloto.  En  aquel lugar además de los bultos de todos iban unas latas de combustible y un generador para producir la electricidad del lugar al que íbamos.

Paisaje en wongo

Paisaje en wongo

Verdaderamente había sido una impertinencia, por el camino a Wongo nos enteramos que el mismo chófer y con el mismo coche había llegado muy de noche a Kuito procedente de Kuemba, con el tiempo justo de echar una cabezadita para ponerse de nuevo en marcha hoy a las seis de la mañana.  Me disculpé ante Mariana.  Pero en el fondo continuo pensando que el deterioro es demasiado exagerado.Pero cuando me disculpaba yo ante Mariana ya iba sentado a su lado compartiendo el asiento de al lado del conductor.  Bastó una distancia de un kilómetro por carretera asfaltada para que aceptara la primera invitación de pasarme para delante con ella.  E hice bien, porque la carreta a Wongo, que es la misma que la que va a Kuemba, está muy deteriorada.  Tanto que el conductor va sorteándola aprovechando caminos, que corren en paralelo, para ahorrarse los peores kilómetros.   Si tuviera que definir con brevedad la carretetra diría que es como uno de los cortafuegos de nuestros montes.  Imposible para un turismo y casi arriesgado para un todoterreno.

Wongo, Wongo…  Sabeis lo qué es Wongo?  Pues es como una vieja granja en medio de una llanura infinita.  Pero no una granja como la de “Yo tenía una granja en Äfrica….”   Sino cinco edificios  de ladrillo aislados, en la soledad del campo.  Dos son barracones para dormir los alumnos, el de mujeres y el de hombres, otro es el aula de formación, el cuarto, al que llaman Cantina, alberga la cocina y el comedor y el quinto es una casa de dos pisos donde no vive nadie ni se usa. A un lado hacen sombra unos eucaliptos que crecen junto a un arrollo y al otro hay un campo experimental de maíz detrás del cual se abre la llanura sin límites.

Wongo

Wongo

Cuando llegamos levantaron el vuelo unas garzas.  Mas que una fuga, fue un saludo porque no se alejaron ni diez metros de donde estaban.  Bajamos del coche y pronto se dejó escuchar el ruido del generador que habíamos traído.  Hay luz, oí que gritaba Mariana desde el interior del barracón de enseñanza.  Yo estaba haciendo fotos, a las casa, a un hormiguero, a una mariposa  marrón, al arrollo y a un puente que parecía una escalera tumbada, pero que no lo era.

Puente sobre el riachuelo

Puente sobre el riachuelo

Cuando estaba haciéndole fotos a las garzas que nos habían saludado al llegar vi a unos hombres que se acercaban por entre los eucaliptos.  Les tiré unas fotos pero estaban demasiado lejos para distinguirlos entre la maleza.  Volví a la casa y cuando llegué una mujer y dos hombres pelaban ajos junto a la cantina.  Por decirles algo les dije lo que era una ajada en mi casa y me entendieron, después le expliqué que podría llevar pimentón y me respondieron, Ay! Por aquí, aceite, ajos y pimientos ya solo ellos hacen un plato.  No me sentí capaz de explicarles lo que era el pimentón y les hice unas fotos.  Empezando por los ajos.  Cuando me volví había un cámara de Televisión Publica de Angola filmando también como pelaban los ajos.  Debieron de creer que era un acontecimiento curioso, yo solo los había fotografiado para no dispararle primero a la señora y a sus pinches.  Como por deferencia.

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Pelando ajos

Cuando entré en la cantina, los hombres que había visto en el eucaliptal estaban sentados a la mesa desayunando.  Eran mayores, serios, graves.  Estaban sentados en el extremo de una mesa muy larga.  Y Vi una foto maravillosa.  Además, debajo de la mesa había un perro comiendo las migajas que caían.  Toda una escena.  Pero no me dejaron captarla.  Por eso recurrí a Mariana, para que hablara con ellos y dejaran que les fotografiara.  Total, no conseguí gran cosa.

Desayunando en compañía del perro

Desayunando en compañía del perro

Después empezó el curso y cumplí mi compromiso, hice todas las fotos posibles con ellos en el aula y con ellos por el campo, siguiendo las instrucciones del profesor que también habíamos traído desde Kuito en el todoterreno.  Cuando di por terminada mi tarea armé mi escritorio en una mesa de la cantina y me puse a escribir antes de reanudar el viaje a Kuemba, que a las tres quedaron en estar aquí el Cooperante y los del otro equipo que me llevan mas lejos.   Mientras estaba contándoos estas cosas, como un centenar de pequeñas lombricesnegras, un poco mayores que tres veces una hormiga, se habían adueñado de una de mis piernas.  Al darme cuenta reaccioné inmediatamente, salté de la silla y me puse a frotar el pantalón con intención de sacudírmelas cuanto antes y cuando creí que había acabado me puse a saltar encima de ellas, para que nunca más volvieran a asustar a nadie.  Y de golpe me detuve.  Pensé en esos hombres que habían vivido una vida tan extrema, en sus caras serias y graves y miré a las puertas que daban a la calle, miré a la de la cocina y respiré tranquilo.  Estaba solo.

Cocina en Wongo

Cocina en Wongo

A las doce y media comimos, poco, frugalmente.  A mi me tocaron dos zancos de un pollo que hubiera dado por cojo, dos cazuelas de arroz y una salsa espesa de verduritas.  Comimos todos, profesores, alumnos, chóferes y yo en esa mesa larga que ocupa el centro de la cantina.  Cuando habíamos acabado se presentaron un angolano y un japonés acompañados de un conductor que venían también a dar los cursos de agricultura.  Se sentaron a la mesa ignorando que aquello era un buffet y como nadie se lo decía yo me levanté y les hice de camarero. Porque me daba mucho más apuro verlos allí sentados sin nadie que les atendiera. Lo malo es que solo había dos trozos de pollo.  No les dije nada y dejé que se pelearan.  Perdió el chófer.  Aquí también un puesto de trabajo vale muchísimo más que una comida.

Fregadero en wongo

Fregadero en wongo

Como me aburría en la sobre mesa, les presenté mis disculpas y me fui al campo a darme una vuelta.  En el arroyo uno de los alumnos apareció comiéndose un mango, que ellos dicen manga.  Como no sabía que decirle le pregunté como se llamaban esos pececillos que había en el agua.  Y me dejó sorprendido, me preguntó en qué idioma?  Estuve a punto de pedírselo en ruso.  Y me lo dijo en el idioma que hablan por aquí la gente del pueblo.  Y en el dialecto, como dijo él, pronuncio una palabra inmemoriable para mi.  Después salió de él el decirme que la manga estaba rica y madura.  Entonces animado le pregunté de donde la había sacado.  De por ahí, me dijo.  Y hay más?  Si, si.  Pues voy a buscarme una.  Y fui.

Pero como no sabía como era exactamente un mango anduve mirando todos los arbustos, arbolitos y árboles grandes.  Ya se que soy un ignorante y debería de disimularlo; pero es que no tengo internet aquí y quería contaros esto.  El otro día en casa de uno de esos portugueses que trabajan en la construcción me llamó la atención que el guarda que le vigila la casa había convertido el jardín en una huerta.   Se hace mucho, que el hambre es negra!  Vaya por Dios!  Solo a mi se me ocurre traer esta expresión a Angola.  Una expresión políticamente incorrecta.  Un día le escuché a un Pantera Negra razonar el desprecio que para los de su raza encerraban todas esas expresiones, como tengo un día negro, lo veo todo negro, que negro está todo, que siempre cargan en el negro lo negativo y en el blanco la pureza, lo positivo, incluso el acierto.  Pero a lo que iba, quiero decir, que estoy viendo que en las parcelas de empresas como Angola Telecom o en los jardines de casas del centro, la gente está plantando cosas de comer.  Me acuerdo que de pequeño nos llamaba la atención que mientras que en las de Galicia se plantaban patatas y verduras, delante de las casas de Portugal, donde muchas personas andaban todavía descalzas, se plantaban flores.  Influencia inglesa, decía mi madre.  Que en mi casa siempre tuvimos a los ingleses muy considerados, nos gustaba su humor, como se vestían, como fumaban en pipa y como se comportaban en sociedad, practicando una educación que era un ejercicio de disciplina en el respeto a los demás y en el fortalecimiento de la propia voluntad.  Pues el guardián de la casa de mi amigo el portugués, decía,  plantó de todo en su jardín.  Y entre patatas, maíz y pimientos había piñas, que para mi sorpresa crecían en una planta que no levantaba cuarenta centímetros del suelo.  Nunca lo había pensado.

Paisaje en Wongo

Paisaje en Wongo

Mientras buscaba la fruta de piel verdosa  descubrí entre la maleza dos chozas de techo de paja en la que me parecía que todavía vivía gente.  Me sorprendió porque creía que estábamos solos en medio del campo.  Y pensé, que si ahí todavía vivía gente tenía que ser muy primitiva.  No por ocupar estas chozas, que todavía es la vivienda habitual en el rural, sino por lo lejos que estaba de una carretera, aunque fuera una carretera de tierra.   Porque ya sabeis que la carretera es el primer paso para el progreso.  Ya se lo decían a Isidoro, cuando estaba de médico en Mondariz:  Casó muy bien, que casó para la carretera.  Pues estaba yo en estas tontas cavilaciones buscando el mango y tratando de contener mis intenciones de acercarme mas a las chozas cuando me encontré con un hombre, todavía joven, que venía apoyándose en una caña.  Le saludé y me correspondió, pero ninguno de los dos nos quedamos tranquilos, pues  cada vez que me daba la vuelta para mirar por dónde iba y qué hacía, lo encontraba a él haciendo lo mismo.  Así, hasta que decidí alejarme de las chozas y nos perdimos.  Creo que ambos esperábamos estar solos en aquel lugar.

Las vecinas de Wongo

Las vecinas de Wongo

Al fin lo encontré.  La manga que vi mas amarillenta estaba alta, inalcanzable, así que me limité a buscarlas por el suelo.  Encontré dos, una todavía algo verde y otra ya para comérmela.  Me las llevé y me dirigí a la casa de la granja que estaba mas cerca para buscar una sombra y comerme la manga.  Pero cuando me iba, volví la cabeza para ver si divisaba desde allí las chozas y me encontré con dos mujeres que, con sus azadas al hombro, seguían el camino por donde se había alejado el hombre.  Al alcanzar la casa, me subí a las escaleras exteriores para ver de fotografiar desde lo alto a las mujeres y a las chozas, si era posible.  Y me encontré con que las mujeres habían desistido de seguir al hombre y andaban por la sombra del mango  buscándola fruta que yo me había llevado. Y sentí que había roto el proceso natural de alimentación de aquella gente.  Posiblemente una tontería, pensé.  Volví atrás y le ofrecía a la mas vieja, las dos mangas.  No me las cogió, puso las manos haciendo un cuenco para que yo las depositara allí.  Así lo hice y ella inclinó dos veces la cabeza en agradecimiento.  Volví a la casa y desde lo mas alto que pude subirme intenté fotografiarlas utilizando el zoon, cogí a la más joven pero no se si valdrá la foto.  Desde allí tampoco se veían ya sus chozas así que seguí dando un paseo por un camino estrechito que parecía que iba a rodear la granja.

Vecina comi´comiéndose mi manga

Vecina comi´comiéndose mi manga

Aquello era África y busqué lugares por donde años atrás, cincuenta o cien años, habría aparecido un león.  Y árboles secos, y arboles derribados como si fuera para un documental de la dos.  Y me encontré a las garzas picándole las moscas a unas vacas que pastaban aparentemente en libertad, porque no tardé en ver al hombre que las pastoreaba.  Le hice fotos y seguí dando la vuelta.  Me encontré otra choza y un chamizo de madera en cuyo interior ardían unos leños y entonces vi venir hacia mi a un hombre malhumorado que se acercaba con decisión. Cuando estaba a diez pasos ya empecé a desearle buenas tardes y al llegar a mi altura me saludó educadamente pero sin ninguna amabilidad.  Su mujer que venía detrás, si.  Me sonrió y me dijo en portugués, Que bien se está aquí, al aire libre. Verdad?  Si, si, le respondí.  Y pensé para mi, esta creé que Kuito es Nueva York.  Y fue entonces cuando me di cuenta que ella era la mujer que pelaba ajos por la mañana cuando yo llegué a la cantina.

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Vacas pastando en Wongo

Y fui a mirar que hacían los alumnos y los profesores y ya estaban en clase, así que me fui al lugar donde habíamos comido y en donde yo había plantado mi escritorio.  Y allí había una mujer recogiendo los restos de la comida.  La saludé y fui a contarle que por la mañana, mientras estaba sentado a esa mesa como un millón de bichos me subían por las piernas del pantalón.  Y ella me miró las piernas y me preguntó, Cómo esos?   Aggggg!  Parecía que los pelos de las piernas me estaban brotando por entre la tela, tenía elpantalón cubierto de bichos.  Entonces empecé a sacudírmelos histérico pensando que también los podía tener por las piernas y la entrepierna.  Y cuando paré oí que un hombre se reía a mis espaldas y la mujer allí delante de mi.  Vienen del campo, dijo.  Y hacen algo?  No, no y cogió uno con la mano para demostrármelo.  Y me quedé tranquilo  porque el que cogió él con la mano era como un león.

Las garzas que llamo yo y que en las aldeas de Bié llaman cigoñas

Las garzas que llamo yo y que en las aldeas de Bié llaman cigoñas

Ya van a dar las tres.  Bueno, aquí ya van a ser, que no las da nadie ni instrumento alguno.  En veinte minutos vendrán a buscarme los que se van a dar los cursos a Kuemba.  Ya veis, para lo que da un día cuando se madruga.  Y cuando se come en un plisplás a las doce.  Lo que no sé es cuando podré colgar estas letras y sus fotos. Quién sabe, a lo mejor el viernes por la noche.  Ya veremos.

Paisaje en wongo

Paisaje en wongo

Ya estoy en kuemba  Pero ya hace horas que se hizo de noche.  No se describiros la carretera de Kuemba.  Si los primeros cuarenta o cincuenta kilómetros que hice por la mañana me parecieron un cortafuegos, los ochenta y cinco últimos son inimaginables, de verdad.  Ni con un todo terrenos nos atreveríamos nosotros a meternos por estos caminos.  Porque no son carreteras, son caminos que en ocasiones no llegan a los cuatro metros de anchura. Y con hendiduras tan profundas que, en ocasiones, de meter la rueda el coche podría volcar. Y en una ocasión, durante uno o dos kilómetros vas cercado por señales que te indican, No pasar, Peligro de muerte, es la zona minada que todavía permanece intransitable.

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Carretera de Kamacupa a Kuemba antes del anochecer

 Cuando se estaba poniendo el sol, alrededor de la seis de la tarde, estábamos en Kamacupa, el municipio mas grande que hay entre Kuito y Kuemba.  No se lo que significa Kamacupa ni por qué le llaman así a esta ciudad; pero si yo tuviera que bautizarla, que pretensiones!, le llamaría Desolación.  Es una ciudad destruida.   Cuando entras no te das cuenta, no te imaginas con lo que te vas a encontrar.  Y menos en nuestro caso.   Hacía como unas dos horas que habíamos pinchado e intentábamos, por segunda vez, que nos arreglaran la cámara de la rueda, en un recauchutador del camino.

Pinchamos!

Pinchamos!

Pinchamos! Dijo el conductor.  Y solo a mi me pareció sorprendente. Con lo gruesas que son las ruedas de los todoterrenos.  Nos bajamos todos, el conductor, un técnico que nos acompañaba, dos mujeres de PIN, que se volvían al día siguiente y que llevaban en coche desde las siete de la mañana, el Cooperante y yo.  Hacía sol y solo había un grupo de mujeres delante de unas cestas a un centenar de metros de nosotros, estaban a la altura de las casas que se retiraban de la carretera como otro centenar de pasos.  Yo me colgué la cámara y me fui a hacia ellas.  No pensaba encontrar nada que no hubiera retratado ya, pero no tenía otra cosa que hacer y me apetecía algo de fruta.  Para mi sorpresa, cuando me vieron ir hacia allí, todas las que no tenían niños atados a la espalda salieron corriendo.  Estamos a dos horas de Kuito por una carretera de tierra, cada cuarto de hora se baja un peldaño hacia el atraso.  De las casas comenzaron a venir niños a ver el coche pero cuando yo los apuntaba con la cámara salían corriendo, diciendo no,no.  Solo uno de los mas pequeños, dándose golpes en el pecho, me decía a mi, a mi.  Entonces los de menor edad se dejaron fotografiar.

El valiente en primer plano

El valiente en primer plano

Cuando llegué a las mujeres tan solo tenían mangas para vender, cada  mujer tenía su bañerita de plástico llena de fruta. Peo ni me la ofrecieron, estaban asustadas.  Incluso una que tenía un niño en los brazos, miró hacia el suelo y no levantó la vista en ningún momento.  Me fui sin pronunciar ni escuchar una palabra.  Me hubiera apetecido un plátano.  Lo había pedido en el coche pero no fueron capaces de encontrarlo entre la mercancía que llevábamos.  Los niños me seguían pero si me daba la vuelta se espantaban y si hacía que les apuntaba con la cámara escapaban despavoridos.  Había entre ellos uno que era el que mandaba, que sería cuatro años mayor que la mayoría, que era muy serio y no se escapaba, pero me decía que no, que no le fotografiara.  Y se mostraba seguro de que le iba a hacer caso.   Al llegar de nuevo al coche una de las chicas de Pin, Clara, me ofreció una naranja.  La pelé delante del mayor de los niños y cuando le había quitado toda la monda, la abrí en dos y le di a él una parte.  Mientras yo me comía mis gajos él le dio dos al niño que se había dejado fotografiar  y este los repartió con otro que estaba a su lado.  Cuando busqué al mayor, seguía repartiendo gajos.  Cuando nos íbamos le lancé una botella grande de agua que estaba casi vacía, pensando que le sería útil el envase.  La cogió al vuelo y me sonrió por primera vez.  Me imagino que habrá pensado, ya se van, ya puedo bajar la guardia.

Las dueñas de la fruta huyeron al verme ir ahacia ellas

Las dueñas de la fruta huyeron al verme ir ahacia ellas

Paramos en el primer área de servicio, perdón por el sarcasmo, que encontramos para arreglar la rueda.  Imaginaros como era teniendo en cuenta la carretera.  Pues en vez de haber tres mujeres vendiendo fruta había treinta y cinco y al otro lado se habían levantado unas casetas de hojalata en las que se prestaban diferentes servicios.  Salón de belleza, que abundan mucho, puestos de venta de saldo para teléfonos móviles de Unitel, dos o tres cantinas y, lo importante, un puesto de reparación de pinchazos.  Por supuesto que no había máquinas para desmontar las ruedas, se hace a mano.  Un chico se sube descalzo sobre el neumático y con una vara larga de hierro se va arreglando.  Una proeza!  Desmontaron la rueda pero se negaron a arreglarla, había sido ya reparada dos o tres veces y no se sentían capaces.  Nos fuimos,  pero como la rueda estaba ya desmontada, en vez de atornillarla en la parte exterior de la puerta trasera, la pusieron dentro,  encima de todo nuestro equipaje.

Primer intento para arreglar el pinchazo

Primer intento para arreglar el pinchazo

Con el retraso de esas dos paradas y ya cayendo el sol hacia la noche entramos en Kamacupa.  Pasamos  por delante de la comisaría de policía, que esta a la entrada, y en donde yo conté once agentes sin hacer nada.  Será el final de su jornada, quise pensar bien.  Después torcimos a la izquierda y nos fuimos directamente a lo que podríamos llamar el polígono industrial, otro jodido sarcasmo, un redondel grande de tierra que era como el área de servicio en donde habíamos estado media hora antes, sin carretera por el medio y multiplicando por diez el número de casetas de hojalata.  En el recauchutador dos niños sordomudos hacían de peones, se encargaban de los mandados del mecánico y del jefe.  Tuvimos que esperar a que arreglaran el coche de unos militares que no se fueron nunca e impidieron que yo me moviera con la cámara con libertad.  Antes de irnos el Cooperante le dio, a escondidas, cien kwanzas a cada niño.  Cuando nos íbamos vi como uno de ellos metía las cien kwanzas en la mano del mecánico.  Y miró a ver si lo habíamos visto.  Me sonrió quise creer que como disculpa.

En el area de servicio

En el «area de servicio»

Kamacupa es la desolación.  Me imagino que muchos vecinos se despertarán a medianoche y creerán que todavía siguen en guerra.  Claro que estaba anocheciendo, pero todo era oscuro como la tierra roja de sus calles, como el polvo que lleva posándose años sobre sus edificios y porque las ruinas nunca son claras.  Y Kamacupa es una ciudad arruinada.   En la salida hacia Kuemba vi el letrero medio borrado en el que se distinguía con dificultad que nos quedaban 86 km.  Lo dije en alto y el conductor me contradijo, solo hay 85, señaló.  Fue el Cooperante el que me advirtió de lo que venía.  No pienses en la distancia, porque te va a parecer infinita.  Vamos a pasar un infierno.  Estás preparado?  Claro, le dije. Eran las seis y media de la tarde y según el cooperante estábamos en la mitad del camino.

centro de Kamacupa

Centro de Kamacupa

Por la edad y temiendo que me rompiera me habían dejado el asiento del copiloto a compartir con la cooperante más joven y mucho mas delgada que cualquiera de nosotros.  La niña me hizo más incómodo el viaje. Pasados unos kilómetros me di cuenta que cada vez que nuestros muslos chocaban ella retiraba la pierna inmediatamente y a partir de ahí yo también traté de que nuestros cuerpos no se tocasen, lo que resultaba más que imposible, una imbecilidad.  De tener el control elegiría antes no golpearme contra la puerta.  Así que pasado un tiempo le dije con claridad.  Es inútil, no te esfuerces, estamos condenados a ir pegados.  Y a partir de ahí solo tuve que preocuparme de evitar los golpes contra el propio coche.

Llevando la rueda a reparar

Llevando la rueda a reparar

Cada kilómetro que avanzábamos mas imposible parecía que pudiéramos pasar.  Pensé si el París-Dakar tendría pruebas como esta y me dije que no, ningún turismo sería capaz de superar estas grietas, estos socavones y posiblemente no hubieran cruzado alguno de los muchos charcos que ocupaban todo el camino.    Llegado un momento empezó a bajar la temperatura y tuve que cerrar la ventanilla, pero tuve que abrirla al poco tiempo porque los golpes que me daba contra el cristal me dolían de verdad.  Prefería que en cada bache la cabeza, o un hombro o el brazo, me salieran como dislocados hacia los árboles que de vez en cuando nos rozaban.  Y a pesar de todo este sufrimiento que se iba a alargar hasta pasadas las nueve de la noche, la belleza de los lugares por donde íbamos pasando acababa imponiéndose en el viaje.

Los sordomudos en el reparador de ruedas

Los aprendices sordomudos en el reparador de ruedas

Nos volvimos  a detener después de haber pasado el tramo en que nos advertían de las minas de la guerra, era un lugar arenoso y en ligera pendiente y allí un todoterreno cargado de personas y de enseres estaba atascado. Le resbalaban las ruedas traseras que no eran capaces de salir de un bache.  Lo iluminamos con los focos como veníamos haciendo con los animales que estaban en el camino.  De repente los ves, cuando entran en tu haz dee luz. Nuestro conductor paró y fue a ayudarles.  Yo también me bajé, y me compañera de asiento que se fue a meter por entre las ramas y también el Cooperante que decidió hacer lo mismo que la chica pero con menos riesgo, tan solo en un lado oscuro del camino.  Cuando el todoterreno logró superar aquel pequeño incidente eligió para marchar el lado en que estaba el Cooperante.  Esperó pacientemente a que terminara pero no apagó las luces.

Camino de Kuemba antes de que se hiciera de noche

Camino de Kuemba antes de que se hiciera de noche

En los noventa quilómetros finales atravesamos tres aldeas en las que ardían fogatas delante de cada choza.  Podíamos oler la leña quemada porque aunque íbamos como dentro de una batidora nos desplazábamos despacio, no dejábamos de movernos a 30km por hora. Solamente en una de las aldeas había luz, tenían generadores a gasóleo, por lo menos en dos casuchas.  En una pudimos ver, a través de la ventana, la televisión encendida y en otra, que era una cantina, tenían puesta música a todo volumen mientras un grupo de jóvenes charlaban en el exterior.

Kuemba me pareció, a esa hora de la noche en que llegamos, una aldea más.  La impresión fuerte me la llevé con la casa en que nos íbamos a hospedar.  No se como describirla.  He visto algunas muy parecidas en nuestras aldeas  en los años sesenta o setenta.  Las paredes pintadas de blanco con cal y al borde del suelo un zócalo de una cuarta de color teja oscura.  Las puertas y ventanas  desvencijadas.  Y en las paredes el rastro de los años en humedades, telarañas, polvo  y manchas que van del color arena al negro.  Pues una vez vacía amueblarla pobremente con unas mesas  de pino mal pulidas, unas sillas de plástico y alguna estantería de metal de esas que venden en las ferreterías.  Para dormir, mucha diversidad.  Un entramado de madera que se eleva diez centímetros del suelo para evitar que el colchón que lleva encima se humedezca, ahora en la época de las lluvias; una cama  de matrimonio de madera en la que las polillas presumen de genealogía y otras que ya no tuve interés en ver y que ahora, que ya es de día, no puedo porque no hay luz y las ventanas y las contraventanas  están tan clavadas para que no se caigan que no se pueden abrir. El cuarto de baño se divide en dos.  En una parte de la casa hay un plato de ducha hecho de obra y allí puedes echarte el agua que previamente lleves en un caldero o en una de las muchas y grandes bañeras de plástico que hay en la casa.  El wc está en otro extremo, en una habitación rectangular.  Al fondo está atornillado una taza blanca, de lo mas normal, y a medio camino, bajo una pequeña ventana que se abre cerca del techo hay un lavabo.  Las dos piezas de loza blanca se las ve muy solas, como no hay cisterna ni grifería por ninguna parte, cualquiera diría que no se pueden utilizar, pero no es así. También hay, pegada a la pared, una tabla que cuelga de unas cuerdas.  El cordel es de plástico azul y la tabla es tosca, sin pulir, y el tiempo la ha retorcido un poco.  A los cooperantes no les preocupa en absoluto su aspecto, como se sabe, por eso ni han pensado que en los cuartos de baño suele haber un espejo.  La cocina es el cuarto a que se abre la puerta de la casa, que como no hay fregadero ni extractor de humos hubiera podido colocarse en cualquier sitio.  Sobre una mesa de madera hay una placa de butano de tres hornillos que el óxido nos exime de limpiarla.  Pero de toda la casa lo peor es el suelo que es de cemento y parece que se ha dado por zonas y épocas, de manera que tiene distintos tonos y diferentes asperezas, según la mezcla de cemento y arena que hicieron en cada ocasión.  Da aspecto de muy sucio que empeora con las gotas de pintura que han dejado en las sucesivas ocasiones en que fueron pintadas las paredes y el techo, de la última hace ya mucho tiempo.  Me falta por deciros como es el techo.  Lo intentaré.  Poned unas planchas de madera fina, de esas con que se forran los muebles de aglomerado.  Para sujetarlas haced un entramado simple  pero irregular de tiras estrechitas y largas de madera de pino también sin pulir y clavarlas al techo como podáis.  Como es imposible ajustarlas por los bordes a unas paredes irregulares, veréis como se desprenden por las paredes toda la miseria que el tiempo acumula en los fallados.  Así es la casa.

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WC y lavabo en la casa de Kuemba

Después de repartirnos las camas y habitaciones el cooperante me pidió que le echara una mano para armar su cama que estaba entre los dos espacios de aseo. Estaba en vertical apoyada en la pared y cuando fuimos a separar el colchón del entramado de madera para poder tumbarlo en el suelo, resulta que molestamos a una rata como un conejo que allí  había hecho su casa.   El Cooperante dio dos pasos atrás y yo fui a buscar un arma.  Cuando llegué ya se había largado.  No me quedó mas remedio que ofrecerle compartir la cama de matrimonio que me había tocado y en la que sobre la mosquitera podía leerse:  Al que use esta cama:  Deja siempre bien cerrada la cremallera para que no entren ratas ni otros bichos.

Una buena cama

Una buena cama en Kuemba

Dos horas después de acostarme me desperté creyendo que ya era la hora de ponerse en pié.  Me pasó lo mismo tres o cuatro veces más.  A las cinco me di por descansado y me fui a retratar el amanecer y me llevé una gran sorpresa.

El pinchazo

El pinchazo

El tráfico

El tráfico

Los niños y el pinchazoLos niños y el pinchazo

De viaje a Kuemba

Para en el viaje a Kuemba

La casa vacía de Wongo

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Pelando ajos en wongo

Pelando ajos en wongo

Cantina,aula y pabellón de los hombres (De izquierda a derecha)

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Barracón de las mujeres en Wongo

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Peluquería en Kamacupa

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en Kamacupa

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En kamacupa

En kamacupa

Area de reparación en Kamacupa

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WC wen la casa de Kuemba

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2 pensamientos en “Once de febrero. De viaje a Wongo con destino a Kuemba

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