Doce de febrero. Kuemba

Las mujeres van al rio

Las mujeres van al rio

En Kuemba todavía no daba el sol cuando salí de casa pero había claridad suficiente como ya estar fuera.  Estaba de manga corta y no hacía frio, primera anotación del día.  Eran las 5,35 horas.  Me pregunté por dónde iba a romper el sol.  Sin duda por la derecha, por encima de una loma que estaba más allá de dos palmeras altas que empezaban ya a verse con claridad. A la izquierda, delante de la casa donde dormían técnicos de PIN estaba el conductor que nos había traído revisando el todoterreno, poniéndolo a punto, me imagino, pues hoy al mediodía, aquí a las doce, saldrá para Kuito con las dos mujeres que habían llegado a noche con nosotros.  Le grité lo de buenos días y me respondió con un gesto de la mano.

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Amanece en Kuemba

 Por la pista que estaba enfrente, a medio centenar de metros de la casa, pasaron dos hombres hablando animadamente, caminaban decididos hacia las palmeras.  Después les siguió un hombre solo. Yo ya tenía la cámara al cuello así que me eché a andar en su misma dirección. Y antes de que alcanzara el camino pasó un hombre en bicicleta, entonces aceleré el paso porque me gustaba la idea de fotografiarlo  por la espalda contra la salida del sol.

A primera hora.  camino del río

A primera hora. camino del río

 Sabía que en kuemba hay un río grande y que en algún lugar hay unas cascadas que se utilizan en fotografías oficiales. Iba a escribir para promocionar el turismo, pero no es verdad, aquí el turismo no está bien visto.  Si quieres obtener el visado para entrar en este país, como vayas de turista es muy difícil que lo consigas.  Ignoro las razones.  Pero he visto la fotografía de las cascadas del rio Kuemba, que da nombre a la ciudad, en algún cartel en algún lugar donde estuve de paso.  Pero soy incapaz de acordarme en dónde.  Por la caída de la loma que había detrás de las palmeras imaginé que a sus pies podría correr el rio.  Por eso tomé esa dirección a la salida de casa. Y acerté. El Kuemba estaba allí, a tan solo doscientos o trescientos metros de nuestra casa.

El rio Kuemba

El rio Kuemba

Después de cruzar la via del tren, que se anuncia como peligro en una señal de tráfico que casi me parece entrañable, el camino corre entusiasmado.  No tienes más que dejarte llevar.  Primero vi el puente y después escuché el ruido del agua al precipitarse desde mucha altura.  La catarata está cerca, pensé.  Y estaba cerquísima a tan solo unos diez o veinte metros de donde yo estaba.  Es un lugar precioso, el puente esta destrozado, me imagino que por una crecida del rio.  Una crecida poderosa que fue capaz de vencer a unas traviesas de hierro de cuarenta centímetros de anchura.  Aun ahora se ve que el agua tiene fuerza, la que le empuja a correr decidida a precipitarse al vacío.  Invita a hacerlo.  Es lo que infunde respeto en todos los saltos.  Esa posibilidad de dejarte llevar.  Alguna vez leí que el vértigo es precisamente la posibilidad de saltar.  Estoy seguro de que no me voy a dejar arrastrar, pero la inminencia de la cascada me inquieta.   Aun así trato de conseguir la imagen donde se ve desaparecer al Kuemba ante un valle muy lejano, dando la idea de la altura del salto.

A punto del salto

A punto del salto

Me quedo en el puente, no llego a atravesarlo porque, cuando miro hacia atrás en mitad del camino, ya está el sol iluminando la ribera que acabo de dejar.  El sol ha saltado la loma en un instante, en el tiempo que me enredé en los primeros pasos del puente.  Vuelvo atrás a intentar conseguir la imagen del salto del agua.  Me acompaña Hugo, un perro callejero que es amigo de la casa donde dormimos, que se unió a mi cuando estaba fotografiando al ciclista que, por cierto, se ha quedado a lavarse a la orilla del rio.

Lavándose en el Kuemba

Lavándose en el Kuemba

Buscando una vista de la cascada descubro otra, mas pequeña.  Hugo y yo nos asomamos desde el balcón natural que forma una roca que sobresale.  Le hago una foto al perro que, por lo que se ve, no se ha enterado de eso de las invitaciones a saltar que hacen las alturas.  Yo, en cambio me conformo con estirar el brazo y dejar que la que tenga tentaciones sea la cámara.

Hugo mirando la catarata del Kuemba

Hugo mirando la catarata del Kuemba

Me vuelvo.  Por el camino ya veo venir a las mujeres  que van al río, cada una con su cesta de ropa en la cabeza.  Me encantan las fotos, sobre todo en las que se les ve cruzando la vía del tren.  El sol ya ha salido pero todavía no tiene fuerza como para negarnos la visión.  Aprovecho para hacerle unas fotos a las dos casas en que descansa la gente de PIN en Kuemba, dos casas muy parecidas con una pequeña en medio, que me parece que también es gente ligada a la ONG.  La luz le da un tono amable y dulce a la foto.

Camino del río

Camino del río

En casa ya se han levantado todos  y hay un revuelo de prisas, a las siete tienen que estar en marcha.  Me sorprende lo mucho que me he entretenido en esta primera salida.  Desayuno tres tostadas de pan con aceite y media taza de leche fría.  Cuando me quedo solo decido que también me voy, ahora cogeré la dirección del pueblo, tiro de la puerta y la dejo como cerrada pues hasta el mismo Hugo es capaz de abrirla con su pata.

Nuestras casas en Kuemba a primera hora

Nuestras casas en Kuemba a primera hora

El primer edificio que hay a la entrada del pueblo es una escuela pública.  En Angola, todas las escuelas de cada municipio están numeradas, algunas tienen además un nombre, llevan el de algún personaje de la historia reciente.  Esta lo tiene pero no me acuerdo y tampoco le hice una foto.   Los niños están entrando y los fotografío, ya sé que después no podré utilizarlas, pero se me hace irresistible el retratarlos.   Al final del día habré realizado unas mil trescientas o mil quinientas fotografías, la selección será un suplicio y mas, cuando los criterios de la selección son que sean buenas, que hablen del lugar y, si puede ser, que tengan relación con el relato. A veces falla una de estas condiciones y a veces las tres, porque se me impone la simpatía del personaje, la ingenuidad de su expresión, o su dureza, o su cinismo.

La primera persona con la que hablo en Kuemba.  Va a la escuela

La primera persona con la que hablo en Kuemba. Va a la escuela

Al final del día me doy cuenta que las mejores son la de un grupo de niños de la calle que merodean nuestra casa y a los que los vecinos asustan con un grito para que se vayan.  Y escapan despavoridos.  Les hice una foto al conjunto y  después los retraté de modo que cada uno de ellos fuera el centro de la foto, de su foto.  Mi abuela diría que eran unos rillotes, niños de la calle que no tienen quien los cuide.  Es posible, lo que si parece es que son ellos quienes se buscan la vida para escapar de las carencias que hay en sus casas.  Denos algo, me gritaban desde la puerta mientras yo me comía una tostada con aceite, las de la cena.   Miré lo que les podría dar, pero nada era mío y menos que pudiera dejar satisfecha a una pandilla tan nutrida.  Les digo que yo solo tengo agua y se llevan la botella que tenía mediada.

Los niños de la calle

La pandilla de los niños de la calle

Las fotos de este grupo de niños me encantan, pero no sé si este criterio se impondrá al final.  Hay las que nos dicen como es Kuemba, unas calles de tierra roja  flanqueadas de casas de adobe, donde por la mañana las mujeres barren, con una corta escoba de retamas, delante de la puerta de su casa, solo y exclusivamente ese espacio justito de  delante de sus casas.  Después, allí mismo, en unas bañeras de plástico lavan los cacharros en que cocinaron.  Una de las dos escenas se repite ante cada casa, donde también es casi general que unos niños desnudos o semidesnudos jueguen en la tierra.  Hay uno que llora casi al borde de la carretera, me fijo en él.

Niño llorando a la puerta de su casa

Niño llorando a la puerta de su casa

Tomo la calle larga de la izquierda y me voy encontrando a los niños que van a la escuela.  En el paseo descubro que por lo menos hay  tres centros de educación de niños, hasta los diez o doce años, calculo yo.  Me llama la atención que muchos, además de los libros, llevan la silla en la que han de sentarse en clase.  Es una imagen graciosa que intento en varias ocasiones.

Al cole con la silla a cuestas.

Al cole con la silla a cuestas.

Después me encuentro con un molino y un hombre a su puerta que trata de enderezar una hoja de metal.  Eres el molinero? le pregunto.  No, yo soy empresario, me dice muy satisfecho.  Ah!  Y ahí se hace harina, no? Le digo por preguntar, pues lo único que veo es polvo blanco.  No, me dice él, se muele maíz.  Entro y ya veo al molinero intentando poner en marcha su industria.

El empresario

El empresario

Paso por delante de la Farmacia Trinidade y me acuerdo de la de Trini Soto en General Pardiñas, en la que ahora compramos nosotros.  Trini Soto era nuestra vecina, en la Rúa, era la madre de todos los Sotos, pero como todas las madres longevas acaban viviendo sola.  Ella en los últimos años se trajo dos perros grandes de la casa que tenían en la aldea, digo yo, porque ya se los trajo grandes.  Yo creo que eran Gran Daneses que la arrastraban cuando los sacaba de paseo.   Al lado justo se vende una cantina  que se anunciaba con los dibujos de un pescado y un pollo en la fachada.

farmacia Trinidade

farmacia Trinidade

Antes de llegar al final de la calle decido volverme.  En la vuelta me llama de nuevo la atención un letrero en el que se puede leer que una empresa china está arreglando el cementerio.  En esta ocasión entro.  Creo que si un extraterrestre nos visitara se preocuparía entre otras cosas por lo que hacemos con los muertos, no creo que esperen que los reciclemos, pero si que es una de las señas de una cultura. Hay un grupo de mujeres sentadas a la sombra de unos arbustos, descansan.  Pero todavía no son las nueve de la mañana.  Es posible que hayan empezado a las cinco y media, como yo.   Por el camino de entrada hay cuatro hombres más que esperan alguna orden.  El que parece el capataz, al que saludo y le digo lo que pretendo, entre otras cosas, hacer fotos.  Me dice que espere y sale fuera del recinto.  Al cabo de un rato viene un hombre más joven y me dice que no, fotos no.  Mientras viene hago una a unas tumbas de tierra señaladas con una cruz de madera.  Las prisas no me ayudan.  Cuando me voy, ya casi en la puerta intento hacer otra foto al lado  del cementerio en donde todavía no han limpiado.  Las hierbas lo ocultan todo menos dos cruces.  La foto tampoco sirve.  Es un cementerio muy pobre que nos da la medida de la ciudad.  Las tumbas de mayor relieve son de cemento pintadas de blanco, se notan las tablas que utilizó el encofrador para construírlas.

Una calle de Kuemba.  8.15 de la mañana

Una calle de Kuemba. 8.15 de la mañana

Hace calor pero todavía no dieron las nueve de la mañana.  Entro en una cantina y pido dos cocacolas.  Me las sacan de un congelador, lo celebro.  Pero ha sido una precipitación, aquí no hay luz nada mas que tres horas al día,  Y son después de las seis de la tarde.   Las cocas están templadas.  Me vuelvo a casa.  Hay una mujer haciendo la limpieza.  Como la mayoría, tiene un bebé atado a su espalda.  La saludo, me dice que se llama Minga, y me siento en una de las mesas de la cocina sin pararme a considerar que pueda ser un estorbo.  Le pido permiso y le hago fotos  aparece el de intendencia, Bonefacio, con e, y me dice que el cooperante quiere que vaya al ayuntamiento a hacer unas fotos.  Voy

En la nevera pero sin luz

En la nevera pero sin luz

El ayuntamiento es una casa de ladrillo de planta baja, haciendo U, y a lo largo de uno de los lados tiene un estrecho porche.  Están en el descanso, me acerco a hacerle unas fotos a un avión derribado en la guerra, que he visto al venir y que está a un centenar de pasos.  Es gracioso aterrizó de urgencia en los cien metros que separa a las casas de la pista de aterrizaje. Por cierto que la pista de aterrizaje combina esa función con la de carretera de entrada en la ciudad.  Cuando llegas a Kuemba desde Kuito, después de un infernal viaje por un camino de cabras, un poco mas ancho, entras en una espaciosa avenida que parece una pista de aterrizaje.  Y lo es.  Al final de ella, cuando te desvías para entrar ya en el centro de la ciudad, está el avión que derribaron los de la UNITA que entonces mandaban aquí.

El avión derribado

El avión derribado

Me vuelvo al concello.  Entrando por la puerta de un departamento veo a un hombre mayor con una gorra de plato.  Un soba, me digo, el manda más de los civiles.  La foto no vale, pero el criterio aquí es el de mostraros como se distingue un soba del resto de los mortales, por el uniforme y sobre todo por la gorra plato, que nunca falta.

El Soba haciendo gestiones

El Soba haciendo gestiones

Me avisan que ya están.  Entro en el curso que está lleno de policías y militares y escucho al Cooperante hablarles de Derechos Humanos.  Aquí salimos detenidos, pienso.  Cuando acabo me voy afuera. Unas chicas tienen ganas de juerga y me piden una foto.  Cuando ganan confianza se ponen a hacer posturitas.  Me da la sensación de que creen que detrás de la cámara no hay nadie.  Casi al final mi sospecha se confirma.  Venga abuelo, sigue, haznos otra, dicen con el desparpajo con que se comportaron la media hora que estuvimos juntos.

Las guerreras de Kuemba

Las guerreras de Kuemba

Estoy cansado, casi son las doce del medio día, la hora de comer.  En casa ya vi lo que estaba preparando Minga y no me hace gracia.  Era Canbambi, una cabra salvaje que se come después de que su carne se haya secado al aire, amarrada a unas tablillas.  A pesar del recelo que me verla entablillada y seca, la pruebo.  Cojo un trozo de la tartera y me lo llevo al porche, allí hay una niña en una silla, sospecho que es otra hija de la cocinera.  Le doy un trozo de la carne y me la coge sin mostrar ninguna expresión.  Me como aquello, me siento Charlot en La Quimera del Oro.  Me estoy comiendo un zapato.  Cuando lo acabo me queda un regusto fuerte en la boca, como si estuviera habitada por un animal salvaje.

La comida.  la carne de canbanbí

La comida. la carne de canbanbí

No quiero ir a comer con los del curso de formación, con los soldados y los policías.  Les digo que no, qu prefiero comer en casa.  Y qué vas a comer? Me pregunta Minga.  Pues, pues…  un poco de ese arroz en blanco y una lata de sardinas.  Me deja la comida puesta y se va.  Muy bien, me quedo solo.  Me pongo a pasar las fotos de la cámara al ordenador.  Pero llora una niña en el porche.  Cómo?  Dónde?  Me asomo Minga se ha ido y me ha dejado a las dos niñas, la pequeña está dentro de un baño de plástico rosa lleno de trapos.  Se la habrá dejado a la mayor, pienso.  Y me siento a comer.   La niña pequeña sigue llorando y la mayor se impacienta.  Ahora la tiene en brazos, es casi como ella, y le da azotes en el culo para que se calme.  No se calma.  La cojo, le canto un ea,ea y se calla.  Bueno, ya estoy liado.  La pequerrecha no tiene pañales y está envuelta en el paño ese grande que usan las madres para atárselo a la espalda.  Pienso en atármela pero si se va a hacer pipi prefiero que me moje por delante.  A lo mejor me da tiempo a apartarla.  Vuelve Minga y me coge con su niña en brazos.  No le entiendo lo que me dice y me da igual, se la doy y me vuelvo a mis fotos.

Las hijas de Minga

Las hijas de Minga

Cuando acaba la jornada son las cuatro, el Cooperante me propone irnos al río.  Y Minga nos dice en serio que ella no se baña que hay yacaré, cocodrilos.  El cooperante dice que no haga caso, que están unos dos o tres kilómetros mas arriba, que aquí no hay.  Que vieron una vez uno en el 2008 , de unos cinco metros, pero que era muy viejo y debía de estar desorientado.  Algunos con el altzeimer se ponen violentos, pensé, pero no dije nada.  Hace mucho calor y el rio también me llamaba.

Camino del rio

Camino del rio

Nos fuimos al río, al lugar de los hombres.  Las mujeres se bañan donde lavan la ropa, junto al puente.  Los hombres rio arriba. Vimos tres lugares con una pequeña playita,  escogimos el más alejado, en el que media docena de chicos se bañaban con jabón y lavaban su ropa.  Todos estaban en calzoncillos de espuma, mucho mas llamativos que los míos.  Uno estaba desnudo y se tapaba con la mano estirada hacia abajo.  Yo me hubiera bañado desnudo.  Pero no quiero competir en nada.  Me fastidia perder.  El Cooperante tampoco se desnudó. Los dos llevábamos unos amplios trajes de baño.  El mío lo había cogido en Meis el día antes de venirme y me resultaba conocido.  Me equivoqué, era tres o cuatro tallas mas grande.

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Camino del rio

Cuando llegamos preguntamos por el yacaré y nos dijeron que no había problema.  También preguntamos por la corriente, y lo mismo.    Pero allí no se metía nadie mas allá de la cintura.  Ante nuestras reticencias un joven anduvo cinco pasos y se tiró de cabeza y salió a los 15 segundos.  Le agradecimos la demostración pero nos bañamos en la orilla, como todos, y con un ojo vigilando la llegada del cocodrilo.  Yo aproveché y me lavé la camisa que llevaba, con un trozo de jabón que me prestó un angolano.

llegando al rio

llegando al rio

El rio Kuemba.  Vista parcial

El rio Kuemba. Vista parcial

A la vuelta nos fuimos a beber algo a un pequeño súper que el Cooperante dijo que conocía, donde además de tener las neveras funcionando con un generador durante todo el día, tiene unas sillas en las que sentarse.  Como si fuera en una terraza.  La terraza resultó ser el cierre de delante de la casa que estaba cubierto por arriba y por el frente.  Realmente ese salido era el bar donde incluso había una televisión encendida que, por lo que me pareció, van a ver todos los niños del barrio.

Hospital

Hospital

En la ida y la vuelta fui haciendo unas fotos y me sorprendió una mujer, de aspecto muy europeo, me imagino que negra, ahora ya ni me acuerdop, tengo que ver la foto, que cuando estaba ami altura se adelantó a saludarme.  Normalmente soy yo el que les digo algo.  Hablamos un momento y me dijo que era la maestra y que vivís en la primera casa de la izquierda en la dirección que iba yo.  Por un instante me pareció que la conocía de toda la vida.  Le pedí que me dejara hacerle una foto y me dijo que no.  Pero como la conocía se la hice igual.  Se dio cuenta que la estaba enfocando por la espalda y se giró.  La cojo de perfil.  Ya está, le dije riéndome y ella me respondió, No, así no vale.  Y nos fuimos cada uno por su lado.

Una maestra de Kuemba

Una maestra de Kuemba

En el camino me encontré con la gran aportación municipal para evitar las altas velocidades en el pueblo.  Un montoncito de cemento que cruza la calle a lo ancho.  Al verlo piensas en la falta de habilidad del que lo hizo y que es una muestra más de lo que les falta por aprender en albañilería, en la moderna, en la que usa cemento y ladrillos,  por ejemplo.

Para reducir la velocidad en el centro

Para reducir la velocidad en el centro

Por la noche pensaba dormir bien, el Cooperante se iría a la cama que dejaron libre las chicas y yo llevaba un día de mucho ajetreo.  Pero me temo que soy todo lo contrario que los vampiros, lo que me mata es la noche.

Nuestra casa en kuemba

Nuestra casa en kuemba

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Camino de la escuela

Ojo al tren

Ojo al tren

La catarata del Kuemba

La catarata del Kuemba

Los primeros rayos del sol sobre el puente en Kuemba

Los primeros rayos del sol sobre el puente en Kuemba

El puente sobre el Kuemba

El puente sobre el Kuemba

La bicicleta aparcada mientras se acicala en el Kuemba

La bicicleta aparcada mientras se acicala en el Kuemba

Uno de los de la pandilla de malotes

Uno de los de la pandilla de malotes

La otra mayor de la pandilla

La otra mayor de la pandilla

El quinto de la pandilla

El quinto de la pandilla

De las mayores de la pandilla

De las mayores de la pandilla

También de la pandilla

También de la pandilla

otro malote

otro malote

Uno de la pandilla de malotes

Uno de la pandilla de malotes

La carne de Canbanbí entablillada

La carne de Canbanbí entablillada

Una de las chjicas decididas

Una de las chjicas decididas

Niños camino del colegio

Niños camino del colegio

Una niña camino de la escuela

Una niña camino de la escuela

Unos niños en la calle

Unos niños en la calle

Se vende

Se vende

Una casa por la mañana

Una casa por la mañana

El padre de familia delante de su casa

El padre de familia delante de su casa

Dos hermanos delante del avión derribado

Dos hermanos delante del avión derribado

Una mujer y su hijo delante de su casa

Una mujer y su hijo delante de su casa

Mujer fumando con la iglesia al fondo

Mujer fumando con la iglesia al fondo

El molinero

El molinero

Minga y su hija pequeña

Minga y su hija pequeña

3 pensamientos en “Doce de febrero. Kuemba

  1. Me ha encantado el día de hoy, q maravilla. La luz preciosa y las fotos del amanecer muy bonitas.
    Los rillotes, las niñas de Minga, los q van al cole con sus sillas, todos me gustan.
    Y tu amigo Hugo, buenísimo!
    Ahhh! creo q te quedas corto comparando la cabra con la suela del zapato, me parece más bien un zombie reseco de walking dead…

  2. La señora Soto debería tener un monumento como tienen las Marías, no hay estampa que más recuerde de ,la Rua, esa, y la de el balcón con todos en navidad, mientras usábamos, los primos, la ventana de la iglesia como portería reglamentaria.
    siempre pensé que los perros eran la manera elegida por la señora para protegerse de los hombres desesperados que buscaban consuelo, con su cuchara y limón, en los portales de la zona vieja. sin duda ni los que vendíamos conchas pintadas en el portal a todo postor nos atrevíamos a acercarnos a ella y sus gigantes.

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