A las siete de la mañana el Cooperante se detuvo a pensar en cómo podía salvar el día. Todavía estábamos en Kuito y la baja inesperada de una de las personas que iba a acompañarnos trastocaba todos los planes previstos. Simplemente no se presentó. Cuando fue el conductor a recogerlo a su casa no estaba, se había ido a hacer footing. Ves, me dijo el cooperante, lo difícil que es trabajar en Angola. Un argumento más para la conversación que habíamos mantenido la noche anterior.
Cuando se acabó el plazo que le dimos volvimos de nuevo a buscarle. No estaba y seguía sin descolgar el móvil. Entonces el cooperante decidió que iríamos a Nharea como estaba previsto pero se recortaría el programa y regresaríamos hoy mismo. Quieres quedarte, me preguntó, van a ser casi cuatrocientos kilómetros mortales. Voy, le dije.
Salimos ilepsos. En tres ocasiones creí que había estado a punto de desnucarme y en otras seis o siete le caí encima al hombre que iba a mi lado en el todoterreno. No se quejó, seguramente porque veía los golpes que me daba también contra la puerta.
Anduvimos 176 kilómetros por el corazón de Angola. Aunque aquí las distancias no se miden por kilómetros sino por el tiempo que te lleva recorrerlos. Ir a Nherea son tres horas. Es un viaje matador por el mal estado de la carretera. Un poco más de la mitad del tiempo circulamos por una carretera de tierra en la que las lluvias y el tráfico la han dejado intransitable. Bueno, aparentemente intransitable, porque la hemos corrido dos veces en el día de hoy. El paisaje es precioso pero solo tiene una variación. Al principio se viaja por una tierra llana en la que la carrtera va jalonada de lagunas y después, ya casi cerca de Nharea, circulamos sobre la cresta de una montaña no muy alta pero que te permite dominar los dos inmensos valles que se abren a cada uno de sus lados. Cuando sales de las ciudades el horizonte se aleja hasta quedar difuminado. Angola es grande, dos veces y media España, y la provincia de Bié, por donde nos movemos es un poco mayor que el doble de Galicia, 70.000 kilómetros cuadrados frente a 30.000.
Entre kuito y Nharea, en esos 176 kilómetros de distancia, solamente hay dos municipios, que como Nharea y como kuito, son un invento administrativo para estructurar y dar servicio a un territorio por donde se desperdigaban los habitantes. Salvo estas ciudades en todo el trayecto apenas ves núcleos de población, no los detectas. Sabes que los hay, porque de vez en cuando una mujer o un hombre o unos niños están al borde de la carretera con una cesta de fruta.
Estas ciudades son como un huevo frito con una yema muy pequeña y una clara muy grande, grandísima en algunas ocasiones. La yema es el centro urbanizado donde se encuentran los edificios administrativos, algunos comercios, los centros escolares, el centro de salud y algunas casas de los vecinos mas influyentes. El resto de la población se disemina en pequeñas casas de adobe por unos alrededores nunca asfaltados.
En Nharea ni en el centro hay asfalto. Todas las calles son de tierra, de esa tierra rojiza de la que está hecha, al menos, la provincia de Bié. La lluvia de estos días pasados ha dejado huella en la ciudad encharcando la calle principal y poniendo en evidencia su mal estado. Hice fotos, muchas, pero muy pocas son algo atractivas. En este caso las de las personas son las que más dicen. Fernando Bellas, un fotógrafo que trabajó conmigo cuando yo era el corresponsal de Mundo Obrero, me decía siempre, sin gente la foto no vale nada. Yo no lo creo.
Las dos fotos que no hice son quizá las que más me hubieran gustado. Una, la de una casucha vieja en que se anunciaba la asociación “Felipe Segundo Ltda” y seguido el nombre de un angolano. Y la otra, la de cinco hombres que estaban parados hablando en el carretera en medio de la nada. nuestro coche se había desviado por un camino que corría paralelo a la carretera, pera evitar los grandes baches. En un momento el camino empezó a descender quedando la carreta mucho más alta. Fue cuando las figuras de los cinco hombres aparecieron recortadas contra el cielo, dos eran mayores y tres jóvenes. Uno de los mayores llevaba sombrero y uno de los jóvenes un cayado. Era la foto del día, pero no me atrevía a decirle al señor Gómes que detuviera el coche. Hice otra que no tiene tanto encanto, y que os cuelgo a continuación. La hice en el pueblo anterior a Nharea, unos cincuenta kilómetros antes, donde nos paramos para que yo pudiera desayunar algo. Eran las nueve de la mañana y nos habíamos levantado a las cinco y media.
Las que si hice y sin que parara el coche son las que recogen las ruinas de un tanque de la guerra y la iglesia y hospital que durante la época colonial, no me aclararon más, construyó un sacerdote español, el padre García. Parece que no quiso dejar mas huella que ese apellido tan común que le deja en el anonimato. El hospital llegó a ser el más importante del sur del centro de Ángola. El padre García, me contaban, se traía a los médicos de Sudáfrica y aquí se operaba de lo que no se operaba en toda Angola. Todavía funciona hoy el hospital del Padre García.
Nharea es tierra de diamantes y eso hace que, aparte de una empresa que se los compra a los ciudadanos, haya mucho policía y mucho militar, razón por la cual hacer fotografías está prohibido. O casi, según el Cooperante. Por eso, cuando llegamos a Nharea y los técnicos y él se fueron al ayuntamiento a celebrar una reunión, le dijo al Señor Gómes, que se quedara conmigo. El señor Gomes y yo estuvimos juntos cinco o seis minutos. El tiempo que tardamos en atravesar el pueblo en coche y volver. Me voy a dar un paseo, le dije. Me colgué la máquina al cuello, metí las manos en los bolsillos y fui a pasearme ante los guardias y los militares, que estaban donde está la iglesia y la oficina bancaria, justo enfrente del centro cultural, que hace esquina a la calle donde están los jardines, las cantinas y la tienda en que se venden colchones y gas.
Allí, en medio de todos, un niño me pidió que le hiciera una foto y se la hice, y después un vendedor ambulante y, de paso, ya se la hice a una carretilla llena de zapatos y a una sábana en las que estaban expuestos unas sandalias de todos los tamaños y un chico descalzo. Y como no pasó nada ya no dejé de hacerlas.
Me fui a la cantina de Lukitondi Ntete que está al lado de la de Matuwene Suzana porque creí que era un bar. Resultó ser un pequeño supermercado en el que además deban comidas. Me compré un Sumol y le hice fotos a los niños que estaban comprando caramelos. Cuando me fui les dejé pagada una ronda. Una bola de chicle a cada uno. Ya fuera, en el porche me tomé el sumol y la lié con los que estaban allí que eran la cantinera y unos amigos pues ninguno consumía nada. Le hice fotos a un hombre que estaba comiendo lo que nosotros habíamos comido unos días atrás: pollo, funge y verduras y a todos los demás e incluso a los de la cantina de al lado y a unas mujeres que estaban sentadas en la acera y a un viejo sentado a la puerta de su casa también vieja. Y viéndolo me acordé de aquel verso de Celso Emilio Ferreiro E ao patrón nada lle debo, nin siquera o sol que agora tomo. Y no sabría decir por qué.
Ya cerca de la una, cuando las reuniones del cooperante habían acabado, nos salimos del centro de Nharea y nos fuimos a una casa en la que uno de los técnicos que trabajan en el proyecto de Rescate Internacional, tenía que recoger unas cosas. Y allí le hice unas fotos a unas mujeres que van de amarillo y a una niña con el pelo más largo que vi en Angola que al verme se echó a llorar. Y a unos niños que estaban junto a un tendal de ropa y también se la hice a otro tendal y a una casa que no tiene nada que no tengan las demás que se distribuyen por todos los alrededores del centro de Nharea. Y a unas mujeres, que en la casa de al lado, batían mandioca como vieron que hacía su madre y ella le vió hacer a la suya.
Después nos volvimos y cuando pregunté a qué hora comíamos El Cooperante dijo que cuando llegáramos a Kuito, sobre las cuatro de la tarde. Y me ofrecieron una bolsa grande llena de plátanos. Y me comí dos, porque los plátanos en Angola son muy ricos y muy dulces. Aunque me sientan tan mal como los de Canarias. Además me suben el potasio. Digo yo que me suben el potasio. Una vez me dijo un doctor, que me había mandado hacer unos análisis, el potasio está muy alto. Y yo le dije, y tendrá que bajar. Pues tendrá que bajar, me respondió. Pues entonces venda antes de que baje, le dije. Y se quedó sorprendido, tanto como me quedé yo cuando me enteré que tenía potasio en el cuerpo. Y encima mucho.
Pues nos vinimos sin comer. Y bien mazados. Y todavía me hice con algunas fotos como la de la urbanización que están haciendo a las afueras de Kunhinga, que es ese primer municipio que te encuentras después de dejar Kuito. La urbanización está ya casi terminada ypero todavía no se sabe qué van a hacer con ellas ni a quién se las entregarán, ni si serán gratuitas o tendrán un previo, si las gestionará el estado o una empresa privada. Forman parte de un plan mal explicado por el que se construyen casas en todos los municipios. Y algunas con una falta de sentido común alarmante. En Huambo, por ejemplo, han construido unas cinco mil viviendas en bloques de varios pisos en un lugar apartado del centro, a unos diez o doce kilómetros. Y en Kuito han construido una urbanización de edificios altos que se llama Las Siete Mil Viviendas, pero solo se han construido seis mil. Dicen que las mil que faltan las construirán en otro sitio. A los que sabemos que la corrupción existe eso nos suena conocido.
Llegamos a las cuatro, como estaba previsto, y a las cuatro y diez estábamos sentados esperando la comida que acabábamos de pedir. Lo que tengan ya, lo que menos tiempo les lleve, les habíamos dicho. Tuvo que pasar una media hora larga antes de que nos sirvieran lo pedido. A mi me recuerdan a los sevillanos que conocí a finales de los ochenta. En la comida hablamos del viaje y El Cooperante le quitó importancia a la dureza que había tenido. Ya verás el de Cuemba, me dijo. Serán cinco horas de carretera de tierra, no hay ni un kilómetro de asfalto. La ventaja, añadió, es que entre el viaje de ida y el de vuelta van a pasar cinco días. Da tiempo a recuperarse. Y me habló de que había leones y de que el municipio es tan grande que alguna de sus comunas dista de la capital unos ciento setenta kilómetros. Un municipio se divide en comunas o distritos que tienen su propio gobierno que designa el alcalde. Pero ya os hablaré algún día de la organización política y territorial del país y de que a los alcaldes y presidentes provinciales los elige el gobierno.
Creo que a finales del siglo XVI estuvo por aquella zona un tal Padre Garcia Simões, nacido en Alenquer.. pero sólo estuvo 3 años de misiones, quizás el hospital … Quizás… 🙂